El trabajo de toda una vida puede percibirse en las manos de Julia González y en cada pequeña arruga de la comisura de sus labios. Habla serena. Recuerda semblanzas de un tiempo difícil, de necesidades y miseria. La vida no fue fácil para ella, trabajadora ya desde muy pequeña y con nueve hermanos. Nacida en Ourense en 1928, salió en 1963 a Alemania tras su marido, sin saber apenas leer. Lo hizo con el corazón en un puño por dejar atrás a cinco hijos, aunque quedaron a buen recaudo con su hermana Ramona, a quien ayudó para la manutención desde el país germano. "Mi marido se marchó ya en 1962 y aquí era imposible vivir con cinco hijos. No había mucho trabajo", recuerda. Su esposo, Faustino Sotelo fue delante. Y en Galicia, la profesora Marina que leía a Julia las cartas que llegaban de Alemania, le aconsejó que siguiese el camino de su hombre. "Viajamos dos días y dos noches en un tren como de mercancías", lamenta. Su memoria aún no ha borrado la equivalencia del cambio: "Un marco, 15 pesetas". En Hagen primero, cerca de la mina en la que trabajaba Faustino; luego en la recepción de un hotel-casino o en una fábrica de agujas, en la que luego trabajó también su hijo primogénito, su tesón le permitió juntar ahorros y cumplir sus sueños, aunque con esfuerzo. "Allí trabajaban indonesios, griegos...", comenta, en medio de un relato cargado de curiosas anécdotas. ¿Su valoración? Que ha merecido la pena. Volvió a Galicia para edificar su casa y dos años más tarde abrió una tienda de ultramarinos. Corría el año 1968 y su bar reunía a la parroquia ante un gran televisor. Xuliña, como la llamaban en Quintela, y Faustino, pudieron ver crecer -y disfrutar- de sus siete nietos y ahora, del retoño de uno de ellos.