Veinte años no es nada, cantaba Gardel, pero le han servido a Arturo Pérez-Reverte para tornar febril la mirada y volver sobre la historia de "El tango de la Guardia Vieja", su última novela, que comenzó a escribir con 39 años. A las 40 páginas se dio cuenta de que no funcionaba y no la retomó hasta los 59, con mayor bagaje vital. Ayer, cumplidos ya los 61, la glosó en distendida charla con Rafa Valero, periodista de Cope Vigo, ante el público que llenaba el Auditorio del Centro Cultural Novacaixagalicia, en Vigo. Una conversación prendida, en buena parte, por Mecha Inzunza, la ardiente e inteligente protagonista femenina de la novela. "Los personajes femeninos me parecen cada vez más fascinantes", reconoció el escritor.

Las buenas críticas con que ha sido recibida la novela y el perfil público del escritor -activo cada domingo en Twitter- se correspondieron con un lleno total. Cerca de un centenar de asistentes no pudieron entrar en la sala al haberse completado el aforo. "Es la primera gran novela de amor de Pérez-Reverte; sobresaliente, redonda... la mejor", opinó Rafa Valero, buen conocedor de la obra del cartagenero.

La historia de Mecha Inzunza, una mujer hermosa e inteligente, y de Max Costa, un rufián simpático que trabaja como bailarín mundano y vive a costa de las mujeres, se gestó -como quedó dicho- hace más de dos décadas, cuando Pérez-Reverte presenció un tango en el que "la estrella era ella, una mujer muy bella y muy serena a sus cincuenta y tantos. La historia se presentó antes de tiempo, fue prematura, y ha estado veinte años cociéndose a fuego lento", comentó.

De largo recorrido es también la trama narrativa, que pasa por el Buenos Aires de 1928, la Costa Azul de 1937 y el Sorrento de 1966. Los personajes comparten apenas tres semanas en 40 años, tiempo suficiente para llenar de pasión la primera novela de Pérez-Reverte en la que el amor pasa a primer plano, sin dejar de lado las aventuras y una trama de espionaje.

El tango "de la Guardia Vieja" al que alude el título es el que se bailaba originalmente en los burdeles, y que luego se hizo más socialmente aceptable y se descafeinó. Un baile "más turbio, más espeso y sexualmente intenso -explicó el autor-, más como la lambada, salvando las distancias. Como practicar sexo vertical y vestidos".

Mecha Inzunza, que está casada con un compositor español, Armando de Troeye, descubre el lado oscuro de sí misma y conoce a Max Costa a través del tango. "La única tentación seria es la mujer, todo lo demás es negociable", recordó Pérez-Reverte, en frase que atribuyó al conserje de un hotel.

El escritor se mostró convencido de que hombre y mujer no son iguales. "La mujer es superior, genética y biológicamente -sentenció-; posee grandes reservas de coraje moral, de inteligencia y de intuición. Y el mayor premio es que una mujer superior te mire con admiración y respeto".

Aseguró que, desde que publicó "El húsar", a mediados de los ochenta, siempre escribe "la misma novela, la de un soldado perdido en territorio enemigo, cansado de caminar", y que la mujer es ese soldado en tierra hostil que "sabe que cada derrota puede ser la última". "El hombre tiene más capacidad de autoengaño: el fútbol, el sexo, la guerra, los amigotes... La mujer ha estado callada durante siglos viendo la estupidez del hombre y ha generado un montón de certezas amargas".

Añadió que los hombres ya han sido protagonistas a lo largo de 3.000 años de literatura, "de Ulises a 'Mad men'", y que ahora toca escribir sobre las mujeres del siglo XXI que, al contrario que Ana Karenina y Madame Bovary, no viven en función del hombre. "Una mujer puede cerrar un negocio de millones de dólares y a la vez pensar en su hijo que tiene fiebre. Ver esa transición es fascinante", apuntó.

Como todas las novelas de Pérez-Reverte, "El tango de la Guardia Vieja" se apoya en un exhaustivo trabajo de documentación, una labor de dos años en la que ha reunido centenares de detalles sobre modas, lugares y objetos de cada una de las tres épocas en las que transcurre la historia. Toda una acumulación de detalles -vestidos, marcas de tabaco, cruceros, hoteles...- encaminados a que los silencios de los personajes tengan más significado que las palabras: "Una palabra puede mentir, pero un silencio rara vez miente", recordó.

Las detalladas descripciones no suponen un mero ejercicio de preciosismo documental, aclaró el autor: "Ahora somos muy ordinarios encuanto a maneras, ropa y moda, pero hubo un tiempo en que la forma cómo se sentaba una mujer daba mucha información sobre lo que era esa persona". Recordó que sus abuelos nacieron en el siglo XIX y que su padre era "un muy buen bailarín de tangos".

Esas maneras de las que habla Pérez-Reverte corresponden a una sociedad barrida por la Segunda Guerra Mundial y a una época "clasista e injusta" -dijo- que, sin embargo, tenía aspectos positivos. "Uno de los grandes males, -además de la estupidez, que es peor que la maldad- es que hemos perdido las maneras", afirmó el novelista. "¿Por qué hablan tan bien el español en América, donde hay tanta pobreza?", se preguntó, retóricamente. "A mí me atracaron y me llamaron hijo de puta pero tratándome de usted. Tener maneras correctas es una herramienta para abrirse camino. Antes, hasta el más grosero y rufián trataba de adaptarse a las maneras y se compraba una biblioteca. Hoy solo tenemos berlusconis que hacen alarde de su zafiedad".

En torno a su quehacer literario, Arturo Pérez-Reverte se definió no como un artista, sino como "un profesional que cuenta historias, con una estructura y una planificación". El oficio del novelista, destacó, es "preparar una emboscada al lector" para que no escape de la lectura.

"El tango de la Guardia Vieja" es perfecto ejemplo de esa meticulosidad, por ejemplo al tirar de su vieja agenda de reportero y aprender a abrir cajas fuertes -como hace Max en la novela- con un profesional del oficio. Para que el lector no se pierda entre los tres tiempos narrativos, suena una canción de Rita Pavone que lo sitúa en la Italia de los 60.

Eso sí, que el lector se mueva por la estructura de la novela con naturalidad, sin fijarse en el andamiaje construido durante dos años por Pérez-Reverte: "No quiero que el lector se admire por la transición entre un tiempo narrativo y otro. Si el lector se da cuenta de lo listo que soy, es que no he sido listo".