Se nos fue un amigo de muchos y un compañero inolvidable para más de una generación de periodistas que compartió con él las cuitas diarias de esta profesión, amiga y enemiga de quienes la ejercemos, casi siempre adictiva. Guillermo Cameselle. Imposible, con tantos años de trabajo desde aquel año 1974 en que comenzó con Magar en FARO, que fuera un ser anónimo habiendo vivido tantas experiencias y conocido a tanta gente en las incontables situaciones que le tocó captar y transmitir con su cámara.

Le tocó vivir esa postrera etapa del fotoperiodismo tal como se entendió en todo el siglo XX, antes de que las nuevas tecnologías permitieran al ciudadano común convertirse en fotógrafo ocasional armado de un simple teléfono móvil. Y entró como un veterano cargado de medallas en ese mundo de la fotografía digital en que, en el momento que captas la imagen, ya te quema en las manos y debes enviarla.

A Guillermo, capaz de captar sin perder su parsimonia la aceleración de un instante, le tocó también vivir y trasladar en imágenes un Vigo que a partir de los 70 fue un escenario colosal del cambio, del tardofranquismo y el posfranquismo, del activismo sindical que llenó de gritos las calles, de la tumultuosa llegada de la democracia, la dolorosa reconversión, la loca movida de los 80, el impacto devastador de la droga en nuestras jóvenes generaciones?

Capaz de congelar en una imagen tanto el ronco son de la clase obrera en movimiento como los pelos de colores de la noche posmoderna, podríamos decir que era un fotógrafo de choque que escondía, bajo cierta severidad en los rasgos, una sensibilidad que tanto le permitía solucionar con la cámara lo inmediato como recrearlo artísticamente;y un ser afectivo que disimulaba, bajo su seriedad arquitectónica, un espíritu presto a la diversión y alegría.

Hace tiempo que la enfermedad le tenía apartado de nuestra vida cotidiana, no del todo, pero nunca de nuestro afecto y de esa memoria, tantas veces compartida. Ayer, hasta Twitter ardía.