En Combarro, Carlos Maside García (Pontecesures, 1897-Santiago de Compostela, 1958) dejó indudable huella de su talento artístico, también de ser un hombre “serio, elegante, de pocas palabras”, pero, acaso por encima de todo, legó una inextinguible e imborrable estela de buena persona, de un artista que, lejos del endiosamiento, practicaba la humildad y del que no se puede decir que se “mezclase” con el pueblo porque él como parte del pueblo, no podía “mezclarse” consigo mismo: así lo recuerdan quienes le conocieron en esa estadía, y así hablan de él quienes, en general, alguna vez tuvieron ocasión de tratarle personalmente. Cuando, en 1957, el por aquel entonces alcalde de su villa natal, José Piñeiro Ares, quiere homenajearle dedicándole una calle, Maside le responde con una carta en la que se muestra contrario a “cualquier acto público u honor” que le obligase a romper su “recollida intimidade”. Hubo que aguardar a que transcurrieran unos días después de su muerte, el 10 de junio de 1958, para que su gran amigo, Luís Seoane, escribiese un bellísimo epitafio en las páginas del “Galicia” que dirigía Valentín Paz Andrade. De aquel artículo, extraemos las siguientes líneas: “Lo recordamos en su andar lento, señorial, con ademán severo, portando en la mano derecha permanentemente el álbum de apuntes junto a los guantes y el bastón, y en la izquierda, su cigarrillo siempre unido a una larga boquilla (...) (Lo recordamos) en la mesa del café, recogiendo en silencio, rasgo a rasgo, las caracteristicas del amigo contertulio (...) Y lo recordamos más, entero, en bloque, como uno de los fundamentales pintores gallegos, una de las personalidades más importantes de Galicia, en su actitud moral, ensu galleguidad, en la profundidad de sus convicciones, en su amor verdadero por el pueblo en el que había nacido”.

“Hace ya algunos años que venimos trabajando sobre la estadía de Carlos Maside en Combarro -nos dice Rafael Vallejo Pousada, historiador y directivo de la asociación A Solaina- Casi todos nosotros habíamos oído hablar de un pintor que había estado aquí a principios de los años 50 del siglo pasado y del que casi todo el mundo recordaba haberlo visto, pero menos ya su nombre. Todo lo más, un don Carlos. Poco a poco, fuimos recopilando información tanto de libros como de entrevistas personales, y fue así como llegamos a identificar a algunas de las personas que él retrató y a catalogar casi 36 obras pintadas por Maside en Combarro. En realidad, creemos que hay muchas más, que incluso pueden llegar a ser cien, pero de momento sólo podemos hablar de las que hemos confirmado”.

Al Carlos Maside que invitado por Valentín Paz Andrade llegaba, en el verano de 1952, a Combarro podemos definirlo algo así como un creador recuperado para el arte y un hombre de regreso a la vida. Tras la guerra civil, en la que se había alineado y comprometido con el bando perdedor, decidió encerrarse en su casa-estudio de la rúa Vilar de Santiago, en donde vivió en radical aislamiento voluntario hasta 1945. Entre la soledad, el desencanto y la pena por todos aquellos compañeros asesinados o que habían tenido que exiliarse, el artista debió sentirse tan intensa como dolorosamente solo. Lejos semejaban los tiempos de eclosión galleguista, del descubrimiento de las vanguardias en París, de los dibujos que entre 1924 y 1926 realizó para FARO DE VIGO, del Madrid ajetreado de la generación del 27, donde, entre otros, entabló amistad con Valle Inclán, al que acompañó en sus últimos días en Santiago... Y de un decidido activismo político que, en 1930, ya le había dado el disgusto de haber tenido que pasarse unos días encerrado en la Cárcel Modelo acusado de conspiración.

Lamentablemente, al ánimo que le llevó a suspender su exilio interior no lo acompañaba la salud. Enfermo de diabetes crónica, a finales del año 1950 había tenido que renunciar al cargo de director artístico de la recién creada editorial Galaxia. La diabetes, no obstante, se convirtió en una de sus señas de identidad entre los combarrenses, aunque éstos ni lo sospechasen: “Quien más y quien menos lo relaciona con los caramelos que siempre llevaba en los bolsillos...En realidad, pocos sabían que los llevaba por si tenía bajadas de azúcar...”.

“Es que él tenía por costumbre regalarnos caramelos a los niños”, interviene Antonio Besada Rodríguez. Antonio es otro de los “retratos que hablan” en Combarro y fue un testigo privilegiado de la estancia de Carlos Maside en la villa pontevedresa: Antonio es el hijo de Celia Rodríguez, la dueña de la casa en la que se alojó el pintor, la que le hacía la comida (casi siempre pescado blanco),la que le lavaba la ropa, la que le llenaba la tina de agua para que el señor se pudiese bañar...¡Ay si doña Celia se acordase! Pero la memoria de doña Celia, a sus 97 años de edad, se ha perdido en un laberinto de oscuridad que solamente se rompe alguna vez para que sus ojos brillen iluminados por una copla picantona de las edades en que fue moza. También se perdieron, dice su hijo, las cartas que don Carlos le envió cuando ya se había ido de Combarro.

¡Ese soy yo!

Antonio, digámoslo ya, es “O Neno”....Bueno, uno de los nenos del Combarro de 1952: “¿Que si me mandó posar?-nos responde galaicamente preguntando- A mí lo único que me dijo fue que me sentase en la banqueta y que me estuviese quieto...Creo que no pasó ni media hora y me dijo ¡ya está! Me dio un caramelo y me fui a jugar con mis amigos.Que yo recuerde, ni él me enseñó el dibujo ni yo me interesé mucho por verlo”. El Neno no supo que era el Neno de Maside en Combarro hasta que “esta xente -dice refiriéndose a los de A Solaina- vinieron a mi casa, me enseñaron el cuadro y entonces, sí....¡Pues claro que ese soy yo!”, les confirmó con su rotundidad marinera fajada entre las mareas en los bancos de pesca de las Rías Baixas y Suráfrica y sus años de emigrante “en una fábrica de productos químicos de Alemania”.

A Carlos Maside, Combarro no le resultaba un lugar desconocido. Ya en su juventud lo había visitado, y tanto le había impresionado el pueblo que dejó escrito un elogioso artículo sobre él. Seguramente ya se había percatado de que aquel paisaje de hórreos, mar y playa y aquel paisanaje de pescantinas, marineros y olor a salitre era el ideal para plasmar en una obra que habría retener la esencia de Galicia, su tradición, su raíz, su hondura....La “Galicia nai”, que diría Castelao.

“Pues lo mío fue muy diferente”, interviene Maruja Vicente tras escuchar la versión de Antonio. Durante “por lo menos 15 días”, Carlos Maside estuvo estudiando y tomando apuntes de los rasgos de aquella niña en la que el artista debió haber visto reflejada a la mujer gallega: “Me decía que paseara por la calle, por el peirao, que me pusiera de perfil, que hiciese tal o cual o gesto... y después me daba una propina y me iba”. Y, así, dos semanas de la que fue la única experiencia como modelo de esta mujer a la que, sin embargo, y en esto coincide con Antonio, don Carlos tampoco le enseñó el cuadro acabado: “No.-dice Maruxa- A mí solo me enseñaba las pruebas de cada día, pero lo que es el cuadro terminado no me lo dejó ver nunca”.

Tuvieron que pasar cincuenta años para que Maruxa Vicente pudiese, al fin, ver el aspecto que tenía el “dichoso cuadro”...Fue a raíz de haber llegado a su casa un calendario confeccionado por la, en aquel aquel entonces, Caja de Ahorros de Vigo. Para su sorpresa se encontró con que, en la portada del calendario, figuraba una “peixeira” en la que se reconoció de inmediato: “¡Pero si esta rapaza sou eu!”...Y entonces se le removieron todos los recuerdos de la infancia y de aquellos días, “entre la vendimia y el berberecho” en que un gran artista la eligió como musa.

Carlos Maside dio por terminado su trabajo en Combarro entrado ya el otoño de 1952. Poco antes de irse, una camioneta cargó con “unha chea de cuadros, dibujos y bocetos” que se llevaba consigo y que, hasta su muerte, tan solo seis años después, probablemente se dedicaría a pulir y perfeccionar en su casa-estudio de Compostela.

Elogio del artista humilde

“El vestido lo había tejido una hermana mía, que era modista. Tenía un color verde-mar bonitísimo. La pañoleta, muy colorida también, era una de las muchas que siempre nos traía papá cada vez que volvía de trabajar en Bilbao. Y la patela...bueno, la patela me la puso él, porque seica le hizo gracia..¡Y a mí también, claro! Yo tenía solo 12 años cuando me pintó, pero ya quería ser una mujer mayor, quería ser como una de las señoras pescantinas que vendían en la plaza”. Maruja Vicente Pérez, con manos nerviosas por la emoción, revuelve entre las fotos de su pasado lontano aquella que pudiera ser la más cercana a las fechas en que posó para Carlos Maside y se convirtió en “A Peixeira” (Combarro, 1952). Finalmente encuentra una, la que incluimos en esta página, en la que se la ve acompañada de tres amigas: “Mirad: así era yo cuando me pintó aquel señor. Me acuerdo porque ese traje de lunares con el que aparezco me gustaba mucho y estoy segura de que era de esa época ”. A fe que en la foto, Maruja, más que una niña de 12 años, semeja haber entrado ya de pleno en la adolescencia, pero si ella lo dice... “¡Sí, así era yo a los 12...bueno,a lo mejor ya tenía 13!”. Claro que tampoco en el retrato de Maside se atisban rasgos de niña precisamente.