Los Karlssen habían perdido todo durante la guerra, especialmente cruenta con la población de Kirkeness, enclave noruego próximo a la frontera rusa. Apenas una docena de casas quedarían en pie y el señor Karlssen y su familia decidieron trasladarse a las cercanías de Oslo con el fin de empezar una nueva vida en casa de una hermana. Pero las miras de esta humilde familia apuntaban mucho más lejos. El señor Karlssen sabía de la existencia de una industria pesquera fundada por colonos noruegos en las islas Galápagos, y decidió hacerse con un antiguo yate que los americanos habían utilizado como pequeño buque auxiliar al que, tras la guerra, habían abandonado en aguas de Stavanger, al sur del país.

Tras no pocos sacrificios, la embarcación, portando su nombre original, Thalassa, así como su puerto de matrícula en New London (estado de Connecticut) zarpaba el 17 de diciembre de 1948 desde Stavanger. A bordo de la embarcación de 28 metros de eslora y 5 de manga, viajaban 15 personas: el capitán y armador Karsten Willumsen; el primer oficial Arne Karlsen con su esposa, Svanhild; y sus hijos Erling, Arnhild y Skjalg de 9, 10 y 14 años. La dotación la completaban el contramaestre Daniel Liadal; los motoristas Ansgar Breivig y Johan Stene; los marineros Lars Karterud, Christian Stampa y Bernhard Jacobsen; el cocinero Hans I. Hansen; el electricista Torstein Kvarekval y la camarera Hedvig Soberg Olsen. Y arribaron a Vigo tras seis días de complicada travesía para reponer provisiones y repostar.

Arnhild recuerda con especial emoción la gran cantidad de fruta que su padre adquiría en un cercano mercado vigués. Fieles a la arraigada celebración de la Nochebuena en su país, a bordo no faltaron música tradicional, reparto de regalos e incluso se instaló un árbol de Navidad sobre la cubierta, al lado del cual se sirvió la cena. A Arnhild nunca se le olvidará la cara de sorpresa de los vigueses que se acercaron al muelle del Náutico y que fueron testigos de la insólita escena al aire libre de los nórdicos cantando y festejando la noche navideña.

Tras varios días de descanso, a las 9 de la mañana del 30 de Diciembre de 1948, el Thalassa soltaba amarras para proseguir a su destino, la isla de Santa Cruz (archipiélago de las Galápagos). El estado de la mar era preocupante. El viendo soplaba fuerte de proa y el barco se iba abriendo camino a duras penas. Las previsiones eran más bonancibles cuanto más al sur, por lo que decidieron seguir rumbo Suroeste. Pero el temporal se agravó y optaron por regresar.

Con el Thalassa navegando ceñido a la costa, un fatídico golpe de mar provocó el impacto contra las piedras de Punta do Lobo, al pie de Cabo Silleiro. Eran las dos de la madrugada y la violenta colisión partió el buque en dos. Arnhild recuerda que sus padres pudieron arriar un bote salvavidas, pero terminó naufragando. El primer motorista, Ansgard Brevig, cargó sobre sus hombros con la pequeña. Pero una gran ola los envolvió lanzando a su salvador contra unas rocas y a la niña a una playa sin arena. "Allí volví a nacer", confiesa. Horas más tarde y ajenos a la tragedia, dos soldados del cuartel militar de Cabo Silleiro se encontraron con la náufraga, aterida de frío y vestida únicamente con un chaleco salvavidas. En el cuartel recibió los primeros cuidados y después fue atendida en el domicilio de un practicante de Baiona, quien constató que la niña tan solo sufría leves rasguños.

En casa del cónsul vigués

Días después pasó al domicilio del cónsul del Noruega en Vigo, Durán Gómez, y posteriormente al de los industriales noruegos afincados en la ciudad, los Somme. El 7 de enero de 1949, Arnhild abandonó Vigo en un tren rumbo a Madrid acompañada por un hermano del cónsul. Una vez en la capital española, la pequeña quedó al cuidado de la delegación diplomática de Noruega en España hasta la repatriación a su país.

A su llegada a Oslo, Arnhild se fue a vivir con su tía. "Desde mi regreso de España mi vida no fue precisamente de muñecas", confiesa. A los 18 años finalizó sus estudios y comenzó a trabajar justo al día siguiente de aprobar sus exámenes finales. Probó en distintos departamentos de la petrolera Saga: administración, finanzas, recursos humanos y el departamento de compras. "Siempre hay algo nuevo e interesante", recuerda. "Cuando empecé a trabajar, éramos 40 empleados y cuando me retiré en 2000 a la edad de 62 años había más de 1.400". Durante ese tiempo conoció al que hoy es su esposo, Gunnar, siete años mayor que ella y que a sus 20 años se trasladó a Oslo para trabajar en la editorial Cappelen, lo que haría ininterrumpidamente hasta su retirada, a los 70 años, y tras 50 de dedicación.

Además de la lectura, otra de las pasiones de la pareja es viajar. "A España hemos ido entre 15 y 20 veces, la última el pasado año", añade. Y en Vigo estuvo tres veces. "La primera, en 1971, viajé con mi hija Kristin. En ese viaje conocí a Carmen, una encantadora mujer que se ocupaba del cuidado de la tumba que guarda los restos de varias víctimas del naufragio. En octubre de 1993 volví con mi hija y las hermanas Marit y Anne, a su vez hijas de otra de las víctimas. La última vez que estuvimos en Vigo fue en julio de 2008, durante un crucero que hicimos toda la familia en el crucero Independence of the Seas", rememora con orgullo.