Sostiene Marina Castaño que el libro que prepara levantará «mucha polvareda». La viuda de Camilo José Cela -«marquesa viuda de Iria Flavia», como ella se empeña en subrayar-, asegura que no está redactando el volumen con ánimo de venganza, aunque «pondrá negro sobre blanco a los traidores. Eso será un placer inmenso».

En una entrevista publicada en la revista «Vanity Fair» de enero, Castaño asegura que la obra en la que trabaja haría las delicias de su difunto marido. «Le parecería bien sin duda, porque es una continuación de lo que han sido sus memorias». ¿Comparaciones con el Nobel? Sin duda la ex locutora tiene en alta estima su propia capacidad creativa.

Mientras Castaño «cocina» su propia «polvareda», otra ya está en marcha. En quince días se conmemora el noveno aniversario del fallecimiento del escritor y será precisamente el 17 de enero cuando la Fundación Cela pasará a manos de la Xunta de Galicia, que trasladará parte del legado a la Ciudad de la Cultura, el llamado mausoleo de Fraga, un faraónico complejo obra del arquitecto Peter Eisenman, que se comenzó a construir bajo el mandato del ex presidente gallego en el monte Gaiás de Santiago de Compostela. En tal fecha, Marina Castaño dejará de presidir la entidad, quizá para su alivio, después de que los trabajadores señalaran, con dedo acusador, abusos en la gestión y denunciaran el grave deterioro de la obra literaria y pictórica allí expuesta, además de la asfixia económica del centro. Para completar el panorama, los vecinos de la localidad coruñesa de Padrón, donde se asienta «Iria Flavia», la han declarado «persona non grata» por lo que consideran un grave «expolio» de los bienes allí depositados.

Las acusaciones no hacen mella en Marina, que desmiente haber dilapidado la fortuna de su esposo. La gallega lucha, no siempre con fortuna, por reconstruir su biografía. Desde su casa en Puerta de Hierro, en Madrid, y rodeada de obras de arte -tiene un cuadro de Joan Miquel Roca Fuster, quien ilustrara el número dedicado a Rubén Darío de «Papeles de Son Armadans», y un retrato que le hizo John Ulbritch, el ya fallecido artista norteamericano que se afincó en Mallorca en 1954-, Marina intenta vender la imagen de una mujer mundana y sofisticada que viste prendas de Lanvin, Max Mara y Moschino, calza altísimos tacones firmados por Louboutin y se adorna con joyas de Bulgari y Cartier.

En su caso, y pese a lo que cantó Marilyn, los mejores amigos de una chica no son los diamantes, sino los cuidados estéticos que mantienen su rostro en la década de los ochenta. Se cuida, y mucho. De hecho los cuidados físicos forman parte de su agenda. Confiesa que le encanta correr por Central Park, en Nueva York. «Allí nadie se da un codazo para decir: ¡Allá va Marina Castaño!». En 1985, con 27 años, conoció a Cela. Él era un casi septuagenario, que tres años después decidió abandonar Mallorca y dejar a Rosario Conde, su esposa, para emprender una nueva vida al lado de Marina. ¿Era alguien el escritor antes de conocerla? Porque a juzgar por las palabras de Castaño, él descubrió el amor, la vida, la elocuencia y la escritura en sus brazos.

«Yo le enseñé a decir te quiero. No lo había dicho nunca. No se había enamorado nunca». La viuda practica un impúdico juego del yo-yó que parece no tener fin. «Me sentía muy valorada. Imagínate que alguien como él hiciera caso a las pautas que yo le marcaba. Yo era la persona que leía de primera mano todo lo que él escribía y se lo pasaba a máquina. Él me consultaba cosas: ¿Te parece bien esto así o de otra manera? ¿Cómo lo expresarías tú?».

«Al estar conmigo, Camilo José se abrió también a los amigos. Antes llevaba una vida menos ilusionante». Quizá también más independiente, porque Marina se convirtió en oráculo. «Yo le decía a él: Mira, léete esto o lo otro, porque yo lo he leído y merece la pena».

«Cuando Camilo José hablaba en público me decía que yo era su directora de orquesta. Sólo con mirarme, sabía si lo que estaba diciendo iba en línea con lo que realmente debía hacer o no».

Castaño, que sólo reconoce una flaqueza -«sufro arranques de cólera que no controlo»-, ganó siendo joven el programa de televisión «Reina por un día». Quizá por eso tiene apego al título nobiliario que el Rey otorgó al Nobel y que la Justicia, recientemente, ha concedido a la nieta de Cela, Camila. «Yo soy marquesa viuda de Iria Flavia. Soy marquesa viuda de aquí a Lima», proclama. Y parece decidida a no abdicar.