De novela negra. Antes de hablar de arte, Pereiro relata alguna de sus anécdotas vividas como médico. “Trabajé también para Citroën como analista -cuenta- y viví una historia de aparente envenenamiento de un alto empleado de esa empresa que parece de novela negra. Él descargaba sus sospechas sobre su mujer, que pasaba por una depresión, y a mí me encargaba análisis de lo que le ponía en la mesa. ‘Me decía el psiquiatra García de la Villa que los depresivos pueden atentar contra su propia vida pero muy raro contra los demás’. Luego se demostró que el montaje pretendía recluir a su mujer en un psiquiátrico para así vivir con libertad su amor con la secretaria. La historia acabó escapando los dos a América”.

Artísticos recuerdos. Nadie mejor que Pereiro para hacer con él un abordaje al paisaje artístico de Galicia desde los años 60, en que vuelve de un París en plena explosión donde ya se relacionaba con pintores, músicos... “En 1961 -recuerda- hubo una exposición en el Hostal de los Reyes Católicos organizado por el grupo compostelano O Galo en la que por vez primera se trajo el arte abstracto a Galicia, con gente como Lago Ribera, Pérez Bellas, Virxilio, Quesada... eran unos 20 artistas gallegos. Hubo debate en prensa con acusaciones como que se pretendía arrinconar el arte tradicional gallego. y aquello acabó en sí mismo. Nadie volvió a hacer abstracto durante años. Hubo intentos aquí y allá hacia ese cambio, movimientos de inquietud por lo nuevo que se alternaban con lo clásico. En 1962 recuerdo que convencí a mi suegro de que comprara un cuadro a Arturo Souto, que tenía estudio en el edificio del Banco de Vigo; había hecho su última exposición en la sala Velázquez del Fraga. Pocos días después regresó a méxico y ya nunca volvería. En 1963 hubo otro intento de renovación con el Grupo Voltaire, conocido por “Os artistiñas” de Ourense: Xaime Quesada, Acisclo Manzano y José Luis de Dios, que murió hace unos días en Tui. Fue un grupo muy interesante al que acabó fagocitando la propia sociedad ourensana con sus demandas”.

Y llegan los setenta. Los años setenta marcaron en Vigo, según palabras de Pereiro, el comienzo de una inquietud artística renovadora. Entonces empiezan las exposiciones al aire libre de la plaza de la Princesa, que dinamizaron el mundo del arte local. “Las vivíamos muy intensamente -explica nuestro médico- alrededor de la figura organizadora de Ángel Ilarri, que hizo una labor poco reconocida pero impresionante en Vigo, ayudando a los artistas jóvenes, iniciando poco a poco la colección de arte moderno en Castrelos con las salas de Colmeiro, Laxeiro, Maside... La colección de Castrelos fue referencia para muchos estudiosos del arte como tesis doctorales, etcétera. La burguesía compraba aún muy poco a los pintores jóvenes como Huete, Lodeiro... prefería a clásicos reconocidos como Sobrino, Juan Luis, Prego de Oliver, Antonio Fernández ... Laxeiro regresa de América estos años y yo le conocí en el estudio que tenía en el edificio vigués del Banco Hispano. Allí voy a que me haga unos dibujos sobre unas figuras de Sargadelos y ahí empieza nuestra amistad. En esos años Seoane expone por primera vez en Vigo en la pequeña sala Roizarade la Puerta del Sol que abrió María Xosé Queizán y la mujer de Xavier Pousa. No vendió ni un cuadro salvo uno que le compré yo, a pesar de ser un pintor transcendente para Galicia, lo cual da un índice de la escasa apertura de nuestra burguesía de antaño, no demasiado ilustrada. Acabada la exposición, vendió tres más al Ayuntamiento, que son los que están en Castrelos”.

Lugrís. A Lugrís, “un hombre clave”, lo conoce Pereiro en 1971 en Vigo: “Siempre me hice la pregunta de cómo un hombre que estuvo pintando en Madrid en la Fundación del Generalísimo y decora con cuadros suyos el Azor, yate de Franco, aparece después abandonado de sí mismo, sin querer pintar más que lo imprescindible, pasando el tiempo en zonas tabernarias. Una vida rica, jugosa, florida... para terminar muriéndose solo en un hospital vigués de beneficencia aunque hubiera tenido protectores, desde Massó a Antón Patiño ‘o vello’, el dueño de Librouro. En sus últimos años era muy difícil comprarle un cuadro pues apenas trabajaba”.

¡Vaya, los ochenta! A comienzos de la década de los ochenta, artistas jóvenes vigueses como Monroy, Huete, Antón Patiño y Menchu Lamas van madurando el proyecto de dar un empuje al arte moderno desde Galicia. “En ese núcleo -explica- nace la idea de ese Grupo Atlántica que reivindicaba la cultura atlántica y abrió la pintura gallega a las corrientes internacionales y en el que participamos gente como Baixeras, Correa Corredoira, Armando Guerra, Goyanes, Silverio Rivas, Basallo, Moldes, Manolo Ruibal, Mon Vasco, Mantecón, Lamazares, Leiro... Atlántica no era un grupo generacional porque en él se habían integrado artistas mayores como Raimundo Patiño, Alberto Datas o Lodeiro, que llevaban años trabajando en solitario con el espíritu atlántico”. En “Atlántica 80” en Baiona, recuerda Pereiro el emocionado abrazo que le dio Leopoldo Novoa diciéndole: “Aquí se respira salud”. Desde entonces mantienen una entrañable amistad. Pereiro, editor de la revista “Futura Arte” y de la colección “Aguatintafue”, es comisario de importantes exposiciones como “75 años de arte y deporte”.