Es la artífice del pabellón de España en la Expo de Shanghái, que se inaugura el sábado, 1 de mayo. Tagliabue responde al teléfono desde Barcelona tras volver a casa del espectáculo escolar de su hijo, de 13 años (tiene una chica de 15). “Es muy importante, pero me doy cuenta de que ya no son tan niños”.

-¿Los últimos momentos son siempre de ataque de nervios?

-Sí, pero ya está superado, es algo a lo que los arquitectos tenemos que acostumbrarnos.

-Y esta obra tiene una compleja estructura de acero, cubierta con 8.500 paneles de mimbre.

-Es verdad. Nosotros nunca hacemos cosas sencillas. Nos gusta mucho experimentar e ir siempre un pasito por delante. Esta es una estructura que casi danza, y el edificio acabado mantiene ese movimiento. Estos desafíos hacen trabajar a la gente con mucho más entusiasmo y precisión.

-Se ha interpretado de diversas maneras, ¿qué es para usted?

-Eso me gusta. Nosotros tratamos de mezclar todos los tópicos: el baile flamenco, los vestidos, los claveles, los patios, el buen clima y todo eso se ha metido en un edificio que está como en movimiento.

-¿Tuvieron problemas?

- Hubo muchas dificultades. Los programas de ordenador son los mismos en España y en el taller de China pero cuando les pasábamos los dibujos, de una complejidad geométrica increíble, no se sabe cómo, se perdían cosas de esa geometría y hubo que corregir dibujo por dibujo.

-¿Se salió de presupuesto?

-En absoluto: 18 millones

.-¿El proyecto tiene algo de Miralles?

-A Enric lo tengo siempre presente, está en el nombre del estudio -Enric Miralles-Benedetta Tagliabue EMBT- y hay gente que trabajaba ya con él. Le tenemos mucho cariño y nos influyó mucho pero continuamos evolucionando y tenemos nuestro propio estilo.

-¿Acabará siendo el Estudio Benedetta Tagliabue?

-No creo, yo también soy Miralles, y mis hijos son Miralles.

-Se quedó viuda de Miralles con 36 años, dos niños muy pequeños y con unas obras ingentes en marcha.

-Es verdad, pero después te vas acostumbrando y haces todo como si fueras un prestidigitador porque no sabes renunciar y, al final, te diviertes. A veces pienso que sigo teniendo una vida muy complicada porque, en el fondo, me acostumbré.

-¿Cuándo vio que debía acabar el Parlamento de Escocia...?

-Fue complicadísimo porque es un mundo totalmente diferente al nuestro e intentar ser entendida y que las cosas se desarrollaran de la manera correcta... Todavía hoy tenemos las mismas luchas. Acaban de convocar un concurso para ampliarlo y no nos avisaron. Tienen una mentalidad muy burocrática y no llegan a entender las obras de arquitectura como obras de arte.

-¿Todo lo contrario al mercado barcelonés de Santa Caterina?

-El mercado ha sido mucho más relajado. En Edimburgo, cuando iba a la visita de obra, pasaba por seguridad, me tenía que poner chaleco, gafas, casco, botas, guantes, hacían la foto y cada vez te pedían algo más. Pero si entraba en Santa Caterina con chancletas, los obreros me saludaban desde la estructura de la cubierta... Muy diferente.

-¿El campus de Vigo?

-Fue una obra algo complicada, pero con gente muy capaz, muy buena y con mucha comprensión. Fue relativamente fácil pese a la complejidad formal. Fue más fácil de lo que pensé.

-¿Las mujeres tienen otra manera de hacer arquitectura?

-Sí, hay una sensibilidad diferente. Cuando soy jurado en un concurso trato de adivinar si el proyecto es de una mujer, y suelo acertar.

-¿Hacen menos rascacielos?

-Nos gusta más amalgamar las cosas. Estamos en una época de arquitectura muy femenina. La mujer se ocupaba tradicionalmente de tejer y ahora hay un tipo de arquitectura así. El pabellón de Shanghái es un gran tejido. Nosotros desdibujamos los límites y la arquitectura de ahora deshace los límites cada vez más. Es una capacidad muy femenina.