Pedro Cavadas realizó un doble trasplante de manos y antebrazos a una mujer que llevaba años sin ellos, injertó un brazo a un hombre tras implantárselo durante días en una pierna, y lo último, en agosto, el primer trasplante de cara de España y el octavo del mundo. Ahora ha sido nombrado Hijo Predilecto de la Ciudad de Valencia. un reconocimiento que considera “un honor enorme” porque en España “nadie suele ser profeta en su tierra”. De la Clínica Cavadas se acaba de ir el último paciente tras una tarde de locos. Dentro el ambiente es aséptico y, sin embargo, hay algo de hogar en él conforme uno se acerca al despacho del cirujano. Su hija mayor, de 9 años, camina descalza por él y juega con un esqueleto en miniatura.

-En agosto se enfadó por las filtraciones sobre la identidad del donante y el receptor del trasplante de cara. ¿Es perjudicial tanta publicidad?

-Hay noticias que son material sensible y los trasplantes son una de ellas. En estos temas hay un fallecido de por medio y una familia con un gran dolor, algo que hay que respetar infinitamente. El problema es saber dónde poner la barrera acerca de qué informar y de qué no. Hay que respetar el dolor de los donantes y valorar su generosidad.

-¿Se rebasan los límites?

-En este caso creo que sí se rebasaron porque se llegó prácticamente a dar la identidad del paciente y eso no beneficia absolutamente a nadie.

-Pero usted rebasa los límites médicamente todos los días.

-A ver, esto no es una riña a nadie, sino una llamada al sentido de la proporción. No cuesta nada respetar una serie de áreas que pertenecen a la intimidad de la gente y que si deciden no exponer, no hay motivo para que alguien lo haga por ellos. Otra cosa es rebasar límites en medicina. Para mí eso es que cosas que antes no tenían solución pasen a tenerla. Se intenta y, si se consigue, maravilloso.

-¿Ha visto algún caso realmente imposible?

-Últimamente mi consulta los tiene cada semana. La gente viene casi como si fuera la última opción de que alguien les dé una solución. Pero esto no es cuestión de que yo diga si se puede o no, sino de que lo diga la ciencia y, desafortunadamente, hay casos que aún están fuera de lo posible.

-Los pacientes vienen en busca de un milagro...

-Vienen desesperados en busca de respuestas. Lo que procuro es decirles la verdad, interesarme por su caso y ponerme en su lugar.

-Hay quien le llama “doctor Milagro” y seguro que muchos pacientes le miran como si fuese Dios. ¿Se siente así, como un Dios, aunque sea por unos segundos?

-No, no, no, no... Hay que ser un niño pequeño para sentirse así.

-Pues le advierto que el mundo está lleno de niños pequeños.

-Es cierto. Si hay algo que la gente hace poco es superar la adolescencia, pero estar tan pagado de uno mismo es pura miopía.

-Pero su postura de intentar ponerse en el lugar del paciente deber erosionarlo por dentro.

-Sí, es plantearse la profesión con una intensidad cardioinsaludable, una intensidad que te arruga la coronaria de forma brutal. ¡Pero ojo!, ni soy el Capitán Cook ni la Madre Teresa de Calcuta. Hago mi trabajo lo mejor que puedo y sé. Y tengo mis límites, como todos.

-Ayuda en África, un continente donde cuando se cierra una herida se abre otra. ¿Es el cuento de nunca acabar?

-Por supuesto. Es más, aquello no se puede acabar. Para mí África es el paradigma de la naturaleza humana poco maquillada, mientras que aquí, en Occidente, está muy muy maquillada, tanto que cuesta bastante ver la bondad y la maldad. Allí todo es más evidente, tal vez porque no hay tanta complejidad social. Pero, ¿solucionar aquella pobreza y abandono? No es posible y, además, probablemente no sé ni siquiera si es conveniente.

-¿Por qué?

-Porque conforme mejoras la salud de la gente mejoras su calidad de vida, pero también puedes empeorar otras cosas. Hay algo básico: intentar que alguien de tu misma especie no pase hambre, no muera de enfermedades curables, no pierda la vida por no tener dinero para recibir tratamiento... A partir de ahí, no estoy seguro de si lo que se consigue es desarrollo u otra cosa. Los pueblos nómadas no tienen nada y las pasan canutas con la sequía; aún así, no son infelices vitalmente. Le piden a la vida algo muy sencillo: que llueva, que sus camellos no mueran de sed..., mientras que aquí le exigimos un grado de hiperfelicidad 24 horas al día y 7 días a la semana, un estado orgásmico permanente. ¿Eso es desarrollo?

-Me da que defiende la sanidad pública...

-Soy un defensor de la sanidad disponible, lo que no sé es si pública, privada, intermedia o concertada. Rechazo que haya personas que no tienen derecho a la medicina porque no poseen dinero. Me parece justo que si alguien no tiene un duro, no tenga acceso al lujo, pero la sanidad es diferente... eso no es un lujo aunque sea mucho más cara que el más caro de los lujos. Ése es el verdadero problema.

-Hay malas lenguas que dicen que va a África a practicar lo que aquí sería irrealizable sin haberlo experimentado antes.

-La ignorancia es muy atrevida. Ir allí a practicar es como decir que haces windsurf en el lavabo de casa. Mi equipo y yo vamos a pasarlas canutas porque trabajamos en condiciones malas, con pocos medios y pocos recursos y, además, sabiendo que el nivel de complejidad que podemos desarrollar es muy limitado. ¿Por qué? Porque no tiene sentido hacer operaciones desproporcionadamente complejas cuando luego el paciente, desde ese quirófano lleno de moscas, se va a un barracón donde duermen cuatro personas en la misma estera.

-Entonces, ¿de prácticas nada?

-Todo lo contrario: el equipo tiene que resolver mucho con poco o casi nada. De hecho, sólo viene gente que sea capaz de funcionar en condiciones horribles y que consiga hacer un trabajo de nivel.

-Así, ¿su equipo está integrado por los McGyver de la cirugía?

-No, es que allí, o es así o no es. Hay que salvar muchos escollos. Por ejemplo, en agosto pasado vimos pacientes que habíamos operado el viaje anterior, que les habíamos puesto placas y tornillos de los que quitamos a pacientes aquí, es decir, que ya están usados. Les retiramos ese material y se lo pusimos a otros pacientes: hay cosas que han pasado ya por tres y cuatro personas. Re-reciclamos.

-Si todo es tan bondadoso, ¿por qué esa inquina contra usted?

-No lo sé, aunque reconozco que antes yo también hería la susceptibilidad de otros conscientemente.

-¿Puede deberse a su lejanía con los tópicos de la medicina? Nunca lleva bata ni cuelga títulos en sus paredes?

-Si es por eso, me alegro. No me gusta ese rol de médico y nunca me ha gustado; es como si los facultativos estuviésemos en las alturas.

-¿Tal vez sea porque mucha gente le considera excesivamente mediático?

-Creo que los medios y la medicina tienen un maridaje complicado, pero, desde luego, los primeros no deben ser para ir a lucirse.

-Su vida cambió en 2001 tras la muerte de un hermano...

-Eso es una leyenda urbana que no sé quién inventó. Mi hermano falleció y ya está, pero eso no tuvo nada que ver con que yo cambiara mi concepción del mundo.

-¿Qué le hizo cambiar?

-En esos momentos me había comprado ya el tercer Porsche y estaba olisqueando un Aston Martin. Era una especie de juego tonto. Luego empecé a ir a África en torno a 2003 y todo cambió.

-¿Qué vio allí?

-La vida básica, cómo vive de verdad el ser humano. En Occidente estamos saciados, pero siempre convencidos de que necesitamos un poquito más. Somos, en general, una minoría de gente envejecida, enferma, débil, saciada e infeliz.

-Da la sensación de que quiera cambiar el mundo.

-El mundo no tiene arreglo ni el ser humano tampoco. Me encantaría ser más optimista, pero es que no tiene arreglo: estamos mal paridos de fábrica y somos bichos terribles.

-¿Se reconoce ahora en aquel Pedro Cavadas que ya iba por su tercer Porsche?

-Sí, lo que pasa es que probablemente antes yo me había dejado engatusar por las lucecitas que te deslumbran. Era así y no tenía la valentía para deshacerme de unas cosas que, además, tampoco me planteaba si eran necesarias o no.

-Está especializado también en cirugía estética. ¿Por qué no la practica si es muy lucrativa? Tendría más para ayudar en África...

-Primero porque no me gusta, ni el tipo de paciente ni la banalidad que suele ir asociada a esa cirugía. Segundo, porque la reconstructiva da suficiente dinero y, además, tengo ocupado casi el cien por cien del tiempo de trabajo.