La larga caravana de coches que se dirige al aparcamiento de la feria de Valença de Minho delata que va a ser uno de los días más espléndidos para el modesto negocio de los vendedores. La gente acude en masa este primer miércoles de agosto para aprovecharse del abundante surtido de artículos que se exponen en los puestos que, cubiertos con unas carpas blancas y ordenados en cuadrícula, se extienden en una planicie empedrada, típica de las calles de Portugal.

Sin embargo, Valença semeja una extensión de Galicia, tanto por el paisaje como por la lengua. El entendimiento con los compradores del otro lado del Miño no implica ningún problema para los feriantes, que optan por unas variedades lingüísticas muy próximas al gallego, entienden el idioma a la perfección y también dominan el castellano. Aunque ahora compartimos moneda, antes de que llegara el euro se podía pagar, sin reparo, en pesetas.

Desde bien temprano, gallegos fronterizos, gallegos de poblaciones más lejanas, portugueses, resto de peninsulares y algún que otro extranjero hacen lo posible por encontrar plaza para aparcar. Una vez fuera del coche, el reto consiste en sortear los carritos de bebé y los paisanos que se entretienen a charlar obstaculizando el paso. Pero no suele haber demasiada prisa ya que la mayoría de los que acuden a la feria lo hacen con tiempo, se entretienen a ver todo tipo de curiosidades e incluso acaban comiendo en la ciudad para dar un nuevo paseo por la feria durante la tarde. José Miguel Cortés aprovecha las vacaciones con la familia para pasarse por cuarto año por esta feria. Viene desde el País Vasco y dice que piensan quedarse a comer para continuar con las compras después del almuerzo y, cómo no, darán un paseo por la joya de la ciudad: la Fortaleza.

También los hay que viven cerca y pueden volver otro miércoles. Prefieren ir a casa después de las compras matinales. Este es el caso de Óscar Moure y Sonia Rey, una pareja de Salvaterra que conoce perfectamente la feria que les queda a un río de distancia.

Los clásicos triunfan

Y de entre tanto para elegir, ¿qué llevarse? Lo cierto es que el tópico en este caso no es sino una constatación de la realidad. Las toallas, alfombras y, en definitiva, los artículos para el hogar son los complementos que más triunfan en este mercadillo y no es para menos ya que también son los que tienen un precio más bajo frente a la competencia. Estos productos se suelen vender por kilo y los precios varían según la calidad de los mismos. Manolo, que dice no tener apellido porque todos lo conocen exclusivamente por el nombre, explica que las toallas que cuestan cinco euros el kilo son las de "trote", mientras que las que cuestan siete están hechas de un material más duradero y suave. "Además se pueden llevar juegos completos" añade.

Pero el que quiera llevarse algo más original tiene la oportunidad ya que hay un gran número de puestos especializados en los que se venden plantas, bolsos, animales, figuras decorativas, comida, ropa, menaje y un largo etcétera.

José Miguel Cortés reconoce que las veces que vino con su familia ya traían una idea de lo que buscaban aunque también se han llevado algunas cosas que sugieron en el momento como una centrifugadora de ensaladas. La variedad de la oferta es lo que más atrae a los visitantes que no tienen ninguna queja en ese sentido. En cuanto a los precios, tampoco hay descontento, sobre todo en comparación con los comercios, por eso merece la pena aguantar el atasco, tener un poco de paciencia, y sobrevivir a los tropezones y al bochorno.