Las adopciones de niños mayores de seis años o grupos de hermanos suelen ser, según los expertos, las más problemáticas. Esa posibilidad no hizo que la pontevedresa Mar Álvarez retrocediese en su idea de adoptar a dos hermanos etíopes mayores. Amanuel y Abraham ya llevan dos años en Galicia y su historia es feliz; pertenece a ese 98 por ciento de adopciones exitosas en las que, en muy poco tiempo, padres e hijos olvidan que una vez no estuvieron juntos.

Mar siempre tuvo en la cabeza la idea de adoptar a dos hermanos. "Los trámites son largos y complicados y yo ya no era una niña, por eso pensé que era mejor adoptar a dos hermanos, que además suelen tener muy difícil el acceso a esa segunda oportunidad", argumenta la madre.

Docente de profesión, esta pontevedresa no era ajena a las dificultades a las que se enfrentaba. "Tienes que ser realista y saber que puede costarles adaptarse, que algunos son rebeldes... asusta un poco, pero es muy necesario que te asesoren bien", opina Mar.

Mar y su marido eligieron Etiopía y, al tratarse de dos hermanos de 6 y 7 años, los trámites estuvieron listos en un año y medio. "Lo primero fue obtener el certificado de idoneidad; una entrevista de más de cuatro horas a la que te enfrentas con un poco de miedo", relata la madre.

Tras el viaje a Etiopía –donde pasaron casi tres semanas de papeleos y fue para ellos "una experiencia traumatizante por toda la miseria que vimos"– comenzó la verdadera aventura. "Los primeros días en España fueron una locura; los niños no están acostumbrados en el orfanato a unos horarios y unas normas. Se levantaban a las cinco de la mañana y ponían la tele, que les había impresionado. No querían comer a sus horas o bañarse... pero yo fui bastante estricta y conseguí que en un mes más o menos adquirieran unas normas; creo que es mejor no viciarles al principio", comenta.

Mar admite que en esas primeras semanas llegó a pensar que había sido una locura adoptar dos niños, pero muy pronto llegaron también las sonrisas, los besos, los primeros signos de que ya eran una familia. "Al principio hablaban sólo su lengua natal, el amarico, pero es impresionante lo rápido que aprendieron el español. Además, son niños muy cariñosos, tranquilos y muy buenos; son una maravilla", describe con una sonrisa de oreja a oreja su madre.

Esta madre no teme el hipotético momento en que sus hijos quieran conocer su origen, a su madre biológica ("biolégica, dice con gracia el pequeño de la familia) o viajar a su tierra. "Desde el principio les he intentado hablar con naturalidad de su origen; de su "primera mamá, y no me parecería mal que un día quisieran viajar allí; les acompañaría", afirma.

De hecho, aunque los niños adquieren los apellidos de los padres españoles en el momento mismo de la adopción, la ley permite, a opción de los padres, que en el registro figure el apellido original de los menores, lo que permitiría, cuando cumplan la mayoría de edad, tener una pista para acceder a su historia. Amanuel y Abraham podrán hacerlo. De hecho, Abraham, que ahora tiene nueve años, asegura que de mayor quiere ser médico "para ir a Etiopía a curar a los niños".

Totalmente integrados en su nueva vida, los dos hermanos apenas mencionan ahora su país. "Me acuerdo de la comida y del orfanato, en el que éramos muchísimos niños y el ruido era enorme", asegura el pequeño. Más tímido, su hermano mayor asegura no echar de menos nada de su anterior vida, aunque confiesa que el español "es un poquito difícil". Y lo dice con toda la corrección.