“Leyendo la prensa no conseguía comprender lo que estaba ocurriendo en los Balcanes y menos el papel de Europa Occidental, así que acudí a la literatura, no sólo porque a mí siempre me ayudó a entender las cosas sino porque esa guerra fue la única perpetrada por escritores e intelectuales”. Eso decía ayer en el Club FARO Isabel Núñez, traductora y profesora en la Universidad Pompeu Fabra que durante 5 años viajó a esos países y se entrevistó con muchos de los que vivieron aquella tragedia.

“La guerra de los Balcanes (los intelectuales ¿víctimas o verdugos?”) fue precisamente el título de la charla-coloquio que presentó José Carneiro, periodista de FARO. Y en el porqué de esa preeminencia de los intelectuales invirtió la primera de sus respuestas. “Cuando lo pregunté a uno de ellos –afirmó– me respondió que tal pregunta sólo podía hacerla alguien que no había vivido el comunismo, sistema (como el de la antigua Yugoslavia) que exigía a los intelectuales una función vital de suministro de ideología –”ingenieros de almas” según frase de Stalin– y a quienes no cumplía los consideraba como disidentes”.

La escritora, que publicó en editorial Alba “Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes”, reconoció que siempre había pensado que la literatura era otra fuente de conocimiento posible, más afín a ella que los reportajes periodísticos, y empezó a leer a autores balcánicos que hubieran escrito sobre la guerra.

Temas familiares

“Ciertamente, los temas de fondo –dice ella– me resultaban familiares. Sería hipócrita pretender que no haya sabido de ese ensañamiento en mi propio país en nuestro siglo XX y su guerra civil pero también en nuestros enfrentamientos nacionalistas vasco, catalán o español, con los prejuicios identitarios como pretexto para la violencia. Evidentemente, los nacionalismos balcánicos no son los de aquí, fueron más feroces y excluyentes pero tal vez buscaba allí un espejo para comprender lo de aquí”.

¿Sigue siendo un polvorín encubierto una geografía en la que conviven víctimas y verdugos? A esa pregunta respondió que tienen que seguir conviviendo a la fuerza. “Investigar lo que pasó allí –afirmó– me permitía reflexionar sobre la negación, el silencio, la mirada hacia otra parte, el entierro de la historia y el estupor que caracterizan mi país. Las guerras civiles son siempre fratricidas e incluyen gente que no se manchó las manos de sangre pero fue cómplice mirando hacia otro lado o robando lo ajeno, a los perdedores”.

Isabel Núñez, que dijo que los nacionalismo eran en todo caso uno de los pretextos o estrategias que utilizaron los escritores en Europa del Este para conservar su relevancia social, destacó un aspecto de las guerras balcánicas: “Se nutrieron de las derrotas habidas en la II Guerra Mundial, de modo que quienes fueron víctimas en ella se convirtieron en verdugos en ésta, sirviéndose precisamente de una victimización que no nos resulta tampoco extraña actualmente a los españoles. Y en los Balcanes, por supuesto, no se cerraron las heridas”.

¿Y el papel de las religiones? Núñez ve la reivindicación religiosa como pretexto pero reconoció que varias iglesias tuvieron papel importante atizando este conflicto. Tampoco eludió la actitud de Europa, dejando en el aire una afirmación del poeta esloveno Ales Beljebak: “Si esta guerra no hubiera implicado a musulmanes, Europa hubiera evitado el genocidio”. Su opinión es que la UE tardó en intervenir –lo hicieron los americanos– y se portó muy mal durante la guerra y el sitio de Sarajevo, a pesar de conocer las brutalidades que se estaban perpetrando, genocidio incluido. Pero afirmó que aún así , tras el complejísimo mapa artificial que quedó en esa geografía, países como Bosnia ven la entrada en la UE como única salida aún creyendo que fue traicionada por ésta en el conflicto.

Como le dijo el periodista Ozren Kebo, los políticos europeos no hicieron nada mientras contemplaban el genocidio pronunciando discursos sobre igualdad de culpas y cosas así.

Los monstruos que llevamos dentro

La guerra ¿nos convierte en monstruos o para convertirse en eso hay que tener antes algo roto dentro? Esa fue una pregunta que dejó en el aire Isabel Núñez, dejando una duda sobre esa fina membrana que separa en nosotros lo solidario con lo más bajo. “Tantas veces me pregunté esto –comentó anteriormente esta escritora– a veces en pleno agotamiento perplejo, mientras volvía sola por las calles de Zagreb tras escuchar historias de violencia y pérdida, o cuando atravesaba bajo la llovizna de septiembre esa ciudad de las tumbas que es Sarajevo, o cuando leía los informes de Slavenka Drakulic sobre los juicios del Tribunal de La Haya, de cómo algunos ciudadanos ejemplares se habían convertido en monstruos durante unos días de su vida, o cuando recorría Belgrado con un mapa donde los nombres no coincidían con los de las calles.

Reconoce la escritora que esa experiencia la ayudó a entender más la condición humana que la épica, y “esas ambivalencias, miedos, cobardías y contradicciones que ayudan a entender la complicidad de sociedades enteras en procesos de genocidio, limpieza étnica, violaciones y torturas”. Y habló de las mujeres como las que llevaron la peor parte, con violaciones sin cuento. “Lo increíble –afirmó– es que sus torturadores y violadores no se sentían culpables cuando les juzgaba por eso el Tribunal Internacional de la Haya”.

¿Y por qué los Balcanes? A esa pregunta, responde la escritora cómo aquella guerra le había hecho sentir impotencia ante la parálisis con que Europa occidental contemplaba el genocidio sin intervenir, con las frases estereotipadas sobre aquel otro yo salvaje que eran los balcánicos.

Núñez, habló de las mafias instaladas en toda esa geografía y la corrupción que llegaba hasta el sistema judicial, con el escepticismo que creaba eso entre la gente.