Desde su propia experiencia de “imaginador de ficciones”, el novelista, ensayista y poeta gallego José María Merino dio ayer una lección magistral en su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE), sobre cómo la literatura sirve para desentrañar la “escurridiza” realidad, hasta el punto de que “la ficción construye una forma exclusiva de verdad”. Fue el escritor y académico Luis Mateo Díez el encargado de darle la bienvenida, destacando “la voluntad de experimentación, de conquista”, que el nuevo académico de la Española ha demostrado en los diversos géneros que cultiva, en los que “la fantasía, el sueño, el delirio, a veces en el límite de la locura, fecundan la realidad ordinaria”.

Antes de entrar en materia, Merino hizo el elogio de Claudio Guillén, su antecesor en el sillón “m” de la RAE; la letra inicial de su apellido, pero también la de palabras que, como “madre”, “magia”, “mestizaje”, “memoria”, “mito” y “muerte”, tienen para él “un eco singular en la literatura y en la vida”.

“La especie humana inventó la palabra y la ordenó en ficciones, un artificio hecho de sueños objetivados, nuestra primera sabiduría consciente, y posiblemente somos ‘sapiens’ desde ese preciso momento”, subrayó Merino, cuya trayectoria ha sido reconocida con premios como el de la Crítica, el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Miguel Delibes, el Torrente Ballester, y, el último, el Castilla y León de las Letras, que recogerá el próximo miércoles.

“La buena ficción siempre resulta una revelación, mediante lo simbólico, de lo que la realidad esconde”, dijo Merino ante el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, y ante los centenares de invitados que quisieron acompañarlo en un día tan solemne para él, que cierra, “de modo inesperadamente grato”, su trayectoria personal.

Este escritor, “uno de los incuestionables maestros del género breve”, como lo definió Luis Mateo Díez, lleva más de tres décadas alumbrando novelas y narraciones breves, y en su discurso, titulado “Ficción de verdad”, demostró que conoce bien los secretos de su oficio, las dudas y retos a los que se enfrenta el escritor, y la pasión que siente por las palabras.

Merino (A Coruña, 1941) desgranó ante los asistentes una breve historia, de ésas que podía haber acabado siendo uno de sus relatos, para reflexionar sobre los problemas con que tropieza el escritor (los de tiempo, espacio, punto de vista y lenguaje, entre otros) cuando decide “cruzar el umbral que comunica lo real con lo ficticio” y entrar “en un territorio de absoluta libertad” para su invención.

La ficción, dijo Merino, fue “la primera herramienta” que tuvo el ser humano para, en tiempos prehistóricos, “intentar entender el mundo adverso e inescrutable” en el que vivía. “El aliento poético impregna el sustrato de la narrativa de Merino, dijo Mateo Díez, tras señalar que el nuevo académico comenzó su trayectoria con la poesía, aunque pronto decidiría abandonar esa “corta e intensa” experiencia lírica para dedicarse a la narrativa. Una pasión que comenzó en su niñez, cuando la consulta en el Diccionario de “los términos insólitos” que encontraba en sus lecturas se convertía en “un nuevo viaje mental, una aventura interior”.

Merino es coruñés, pero pasó su infancia y juventud en León, y fue en esta ciudad donde descubrió en la biblioteca familiar a escritores como Verne y Stevenson, y el mundo de los cuentos con Hoffmann, Poe, Chéjov.