Trabajadores, honrados, tenaces, leales, pero también cortos de miras, tacaños y toscos, son los rasgos que definen el estereotipo del “gallego” -y por extensión, del español- en el imaginario popular argentino, según un estudio publicado por Barrié de la Maza y que fue presentado ayer en Buenos Aires.

“Los gallegos en el imaginario argentino”, de la investigadora María Rosa Lojo, y los profesores María Guidotti y Rui Farías, constituye una radiografía del estereotipo de los emigrantes gallegos en Argentina a través de su reflejo en la literatura, el sainete y la prensa.

El libro, financiado por el Consello da Cultura Galega, ha supuesto más de tres años de investigación para sus autores, todos ellos con algún vínculo familiar con gallegos.

“Los gallegos han sido la punta de lanza de España en Argentina, son todavía los que representan en todos los aspectos a España”, explica María Rosa Lojo en una entrevista con Efe.

Son, además, la comunidad española más numerosa en Argentina, con más de 121.000 censados, lo que convierte al país en la “quinta provincia” gallega.

El uso del término “gallego” para designar por extensión a los españoles comenzó a utilizarse durante las guerras de independencia -conviviendo con otros calificativos peyorativos, como “godos”, o “maturrangos” (malos jinetes)- y ha perdurado hasta hoy.

“La manifestación más degradada del gallego está en los chistes, que acentúan los rasgos negativos, la brutalidad, y llegan a extremos exasperantes”, lamenta Lojo.

La burla llega hasta el punto de que la comunidad gallega de Buenos Aires presentó recientemente una denuncia por discriminación contra Ricardo Parrota, recopilador del volumen “Chistes sobre gallegos”, quien se tomó a broma la demanda y añadió más leña al fuego: “Son un comando de inteligencia gallega, término contradictorio si los hubiera”, dijo.

En la literatura, la prensa y los sainetes argentinos, la caricatura del gallego aparece más matizada, señala la investigadora, con rasgos positivos asociados a la honradez, la lealtad y la franqueza, combinados con otros negativos relacionados con la falta de luces, la tosquedad y el “amarretismo” (tacañería).

El motivo, según Lojo, no es otro que la pobreza y marginalidad de los gallegos que llegaron al país en las olas migratorias de mediados del siglo XIX. En su mayoría, eran de origen campesino, muchos hablaban un pésimo castellano y se emplearon en servicios urbanos para ocupar puestos de baja cualificación, como cocheros, mozos de bar, dependientes, conductores, barrenderos, criadas, cocineras o amas de cría.