“Es una lástima que la mejor parte de la vida transcurra al inicio y la peor al final. La amargura de la vejez no pesaría tanto con la gozosa perspectiva de hacerse joven”, comentó Marc Twain (Florida, 1835-Connecticut, 1910) en una ocasión y, espoleado por el autor de Las aventuras de Tom Sawyer, Scott Fitzgerald (Minnesota, 1896-Hollywood, 1940) escribió El extraño caso de Benjamin Button, su segundo relato, publicado en 1922 por la revista Collier, y que incorporaría después a Cuentos de la era del jazz: “He intentado demostrar su tesis haciendo un experimento con un hombre insertado en un ambiente absolutamente normal”, dijo el autor de El gran Gatsby, a cuyo agente literario le costó Dios y ayuda vender entonces el cuento.

Después de pasar sin pena ni gloria durante décadas, la historia del bebé que nace anciano y recorre el camino de la vida a la inversa conoce ahora el éxito gracias a la película de David Fincher premiada en los Oscar y protagonizada por Brad Pitt y Cate Blanchett, e incluso se ha convertido en cómic de la mano del ilustrador Kevin Cornell.

Pero lo que para Twain -y Fitzgerald- era una perspectiva gozosa llegó a constituir una gran amargura para el escritor gallego Rafael Dieste (Rianxo,1899-Santiago, 1981) quien también en los años veinte contó una historia semejante en O neno suicida, uno de los cuentos que componen su célebre libro Dos arquivos do trasno (Editorial Galaxia)

O neno suicida se publicó en 1926, cuatro años después de El extraño caso de Benjamin Button, y es un relato breve, mucho más corto que el de Fitzgerald. Comienza así: “Cuando el tabernero acabó de leer aquella noticia inquietante -un niño se había suicidado pegándose un tiro en la sien derech- habló el vagabundo desconocido que acababa de comer muy pobremente en un rincón de la tasca marinera y dijo:

-“Yo sé la historia de ese niño”.

Ese niño, igual que Benjamin Button, había nacido anciano, de unos 80 años. Trabajó de viejo y se hizo rico para descansar de joven. Su mayor felicidad fue entre los 50 y los 15 años de edad, pero, a medida que se iba haciendo niño se iba poniendo más triste -“¡Cuánto pesaban en su espíritu de niño los recuerdos de su vejez!”-. Le obsesionaba y le causaba espanto ir consumiéndose hasta transformarse en una sanguijuela “y luego en una pequeñísima simiente”. De ahí la comprensión del vagabundo: “Me explico, sí, me explico que se diese un tiro en la sien el pobre muchacho”.

En opinión de Arturo Casas, profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Santiago y experto en la obra de Dieste, la coincidencia del autor gallego con Fitzgerald es fruto de la casualidad.

“Son casualidades y los dos relatos siguen modelos distintos”, explica Casas. Dieste sitúa la llegada al mundo del niño suicida hacia 1830, en un cementerio y fruto “del vientre de la tierra madre”.

Casas alude también al cuento de Alejo Carpentier Viaje a la semilla, en el que un anciano que acaba de morir emprende el camino de la vida de nuevo y va rejuveneciendo hasta lograr “la suprema libertad” y volver al útero materno.

Benjamin Button, en cambio, nace en una clínica en el verano de 1860 y cuando su padre va a conocerlo se encuentra con la sorpresa:

“Los ojos del señor Button siguieron la dirección que señalaba el dedo de la enfermera, y esto es lo que vieron: envuelto en una voluminosa manta blanca, casi saliéndose de la cuna, había sentado un anciano que aparentaba unos setenta años. Sus escasos cabellos eran casi blancos, y del mentón le caía una larga barba color humo que ondeaba absurdamente de acá para allá, abanicada por la brisa que entraba por la ventana”.

El propio Fitzgerald dijo que, semanas después de acabar de escribir su cuento, descubrió “un argumento casi idéntico en los cuadernos de Samuel Butler”. Los cuadernos de Butler (Nottingham, 1835-Londres, 1902) fueron publicados en 1912.

La película El curioso caso de Benjamin Button no sigue fielmente el relato de Fitzgerald. En el filme, el anciano bebé nace en Nueva Orleans en 1918 con 86 años. Su historia es contada a partir del voluminoso diario que deja escrito. La madre muere después del parto y el padre, al ver el aspecto de su hijo, decide deshacerse de él. La policía lo impide y, finalmente, lo abandona a la entrada de un asilo de ancianos, donde es adoptado por la pareja de afroamericanos encargada de la administración del centro. Benjamin muere en el año 2003, cuando el huracán Katrina se lleva por delante media ciudad de Nueva Orleans.

La idea de un bebé que nace anciano y muere en la infancia es la mecha que alimenta todas estas historias pero cada escritor la desarrolla y la resuelve a su manera siguiendo su propia fantasía.