En la puerta, más de un centenar de personas esperando una entrada, jugándosela por no haber hecho la cola de horas y horas que les otorgarían una invitación para ver en directo a dos de los genios de la improvisación acompañados por tres músicos que le ponen sabor a rock and roll a cualquier melodía. Carteles que imploraban un pase, aunque fuese para ver los últimos veinte minutos del concierto o a Chick Corea sobre el escenario, acompañado de John McLaughlin Five Peace Band [la banda de la paz de los cinco], en el escenario del Palacio de la Ópera, pero muy pocos fueron los que consiguieron pasar al otro lado sin haber pasado la mañana del martes desafiando a la lluvia en la fundación Barrié.

Peticiones de que se retirasen de las puertas, chicas que piden bolígrafos para dejar una entrada a nombre de un compañero y un ir y venir de invitaciones y pancartas se acumularon en las puertas del Palacio de la Ópera cuando el reloj marcaba ya las ocho y media de la tarde.

Al otro lado de la puerta, en el lado de los que, bien por invitación, bien por perseverancia o casualidad habían conseguido una entrada, se reunieron más de 1.750 personas, el aforo total del palacio de la glorieta de América y, ante ellas, primero dos músicos, dos leyendas que alimentan su mito con cada concierto, con cada escenario que pisan y con cada nueva melodía que se inventan.

La improvisación, los dedos que se mueven de un lado al otro del teclado y de un extremo al otro del mástil de la guitarra fueron los protagonistas de un primer tema compuesto sobre la marcha, sobre una partitura que nunca fue escrita ni pensada y sobre una única base, la de la libertad.

Móviles que intentan captar una imagen, una instantánea de un momento irrepetible, la de Chick Corea y Mc Laughlin mano a mano, sin artificios ni pretensiones, vestidos de negro, blanco y gris sobre el telón rojo del Palacio de la Ópera, con sus instrumentos inventando una melodía. Un momento, un instante que ya no está y que ya no puede volver, la de la música que nace en cada encuentro y que hace mover la cabeza de los que se sientan en las butacas, de los que se avergüenzan por haber estornudado en el medio de una pieza y de los que se esconden porque tienen tos y temen las represalias de los que se sientan a su alrededor.

Y con los otros tres miembros de la banda llega el rock and roll, llegan las miradas entre unos músicos que sólo se hablan cuando tienen algo muy importante que decirse porque, para comunicarse, les basta con la música. "Muchas gracias por la maravillosa bienvenida", saludó a su público McLaughlin, después de haber presentado ante el Palacio de la Ópera al mítico Chick Corea, al músico que, con su piano, conquistó los escenarios y a los públicos de todo el mundo y al que le ofreció su parte del aplauso.

Dicen de ellos que son capaces de darle un toque de rock and roll a una melodía de jazz y de hacer que la más dura de las partituras suene como una caricia y es que en su mestizaje y en su manera de ver la música está lo que les ha hecho grandes y lo que les ha reunido.

En las butacas, aún después de los primeros temas, algunas personas intentaban hacerse con una butaca mejor, otras interrumpieron con aplausos espontáneos las canciones porque no podían entender cuál era el principio y el fin de una melodía que cambiaba tantas veces de ritmo y que, algunas veces, hasta les resultaba conocida. _Y el ritmo subió con Kenny Garret y su saxofón, y con Christian McBride con su contrabajo y con el batería Vinnie Colaiuta que no descansaron hasta crear un ambiente a medio camino entre el jazz, el rock y el recuerdo vivo de las melodías de Miles Davies, encima de un escenario.