Un encuentro cercano y estrecho, como esos que se producen cuando te encuentras con un viejo amigo al que creías haberle perdido la pista. Así podría definirse lo sucedido ayer en el auditorio de Castrelos. Sin asomo de la menor extravagancia, sin alardes técnicos y visuales gratuitos de esos que dejan a uno con la boca abierta; y, mucho menos, sin el menor rastro de divismo. Tan sólo un hombre y su música: sus canciones, convertidas por derecho propio en poco menos que himnos para las casi seis mil personas que ayer se dieron el gustazo de asistir a uno de los conciertos más importantes del verano en Vigo.

Haciendo gala de su exquisita puntualidad británica (a pesar de que vive desde hace años en California es evidente que no ha perdido las buenas costumbres), Roger Hodgson se presentó ante el público a las once de la noche para iniciar ese "viaje por su vida " que, según sus propias palabras, son sus conciertos. Un escenario austero, basado en plantas, para ambientar y reforzar todavía más ese carácter de intimismo pretendido por el artista. Y a partir de ahí, la música.

Hodgson arrancó con "Take the long way home". Una vez acabada la canción saludó al público con un "Boas noites". Entonces echando mano de una chuleta lanzó dos compromisos: primero a hablar en español, "porque estoy en España"; y segundo, "voy a tocar canciones que he escrito en mi viaje por la vida para dejaros un poco de mi amor". El público le respondió con una ovación"

Entonces tocó "Give a little bit", provocando que el público se entregase a fondo. A partir de este momento, sonaron todos y cada uno de los temas emblemáticos de la banda de rock progresivo que Hodgson lideró hasta 1983. Desde "Dreamer", hasta "The logical song", pasando por "School", "It´s raining again", , "Breakfast in América", "Hide in your shell", "Crime of the century"... Canciones que protagonizaron un concierto atípico por la sencillez de un músico que actúa solo sobre el escenario (un saxofonista le acompaña) y que es capaz de desenvolverse con la misma soltura frente al piano, la guitarra o el teclado.

Hodgson posee un aire de maestro zen que provoca una empatía fulminante con su público. De hecho, esa es una de las grandes virtudes de sus shows: la implicación constante del público a lo largo del concierto, que ayer coreó todas y cada una de sus canciones. El británico, por esa calidez y esa preocupación constante por hacer partícipe a su auditorio, es la antítesis de esas estrellas que parecen habitar en una burbuja inaccesible para el resto de los mortales.

La sorpresa Núñez

Hodgson prometió sorpresas y las hubo. Y es que uno de los momentos más emotivos de la noche tuvo lugar cuando, a medio concierto, Carlos Núñez subió al escenario para interpretar de forma conjunta un par de temas. Las canciones fueron "Moon says hello" y "Time wait". El público disfrutó de este singular maridaje en lo musical. A ambos les une la amistad -han colaborado anteriormente- y el afán por la innovación constante, que quedó patente al comprobar cómo es posible hermanar eficazmente el rock progresivo con la música celta.

Los rostros de la gente -en su mayoría de mediana edad, pero también representantes de todas las generaciones, entre ellos padres con sus hijos "que vienen al concierto para que descubran la magia de Supertramp- denotaban alegría ya que como el propio Hodgson se encargó de recordar en los últimos día, "estas canciones forman parte de su trayectoria vital, y eso es algo que todavía me hace disfrutar más de los conciertos."

Pero es que además, los asistentes al concierto podrán recordar para siempre que tuvieron el privilegio de escuchar las versiones de los temas tal y como fueron concebidas en el momento de su composición. Las canciones sonaron puras, sencillas y, al mismo tiempo, llenas de sonido, de fuerza, de belleza, de arte. El comentario entre los asistentes era unánime: "Un concierto soberbio". De hecho, el público reclamó la presencia del británico Hodgson en el escenario y éste le brindó una repetición del "Give a little bit" y "School".