A finales de 2005, María encontró una sorpresa en su ordenador: el correo electrónico de un hombre de 56 años que vivía en Tel Aviv y al que le había gustado mucho un perfil que ella había colgado en amigos.com tres años atrás y del que ni se acordaba. Su interlocutor, Carlos M. Echevarría Navarro había nacido en Melilla, pero sus padres se habían ido de España por motivos políticos, se había criado en Suiza -tenía la nacionalidad de ese país- y ahora dirigía un hotel de cinco estrellas estadounidense. Viudo desde hacía 8 años -tiempo en el que no había conocido mujer- quería rehacer su vida: no buscaba un pasatiempo sino una relación definitiva. María, de 54 años, divorciada, dinámica, viajera, independiente, sin relaciones sentimentales creyó, por aquella carta de una persona culta y sensible, que había encontrado un mirlo blanco.

Iniciaron un carteo electrónico y un par de meses después, Carlos le propuso que descargara el Skype, un programa que permite hablar a través del ordenador como por teléfono, y la risa sana y jovial de aquel hombre que hablaba un perfecto español con giros (pero sin acento) hispanoamericanos reforzó sus ganas de conocerlo en persona. En una hora la convenció de que sacase un billete de avión a Tel Aviv y de que le comprara unos embutidos españoles. Ella añadió una tabla de quesos asturianos.

¿Que nos casemos?

El 9 de febrero de 2006 en el aeropuerto de la ciudad israelí la esperaba un hombre de buena planta, vestido con un pantalón de pana y un jersey verde -color favorito de María-, sonriente y amable. La subió en un coche viejo y sucio -"que me ha prestado un vecino"- y en el trayecto hasta su casa en Natanya le contó mil detalles del país. Carlos vivía en una zona de construcción occidental, un piso nuevo de 90 metros cuadrados, cerca del mar, con vistas preciosas y decorado con gusto. Tres habitaciones, una contra bombardeos. Dos dormitorios. Uno era de su hija.

Carlos llevó la maleta de María a su dormitorio. No era lo que María esperaba de un caballero pero... Le ofreció el baño grande para que se duchara. Cuando María se había refrescado y cambiado, él la esperaba en el sofá de la sala. Se sentó a su lado y él se le abalanzó. "Me gusta que respeten mi espacio... Eso me retrajo, pero... no recuerdo que hayamos tenido más sexo". Las primeras 24 horas hablaron. En las excursiones turísticas, Carlos contaba mucho de Israel y de cómo funcionaban los comandos para mantener la seguridad. Comieron y cenaron en casa. Él cocinaba, ponía la mesa, flores y vino.

En la comida del segundo día, "no recuerdo de qué manera lo dijo, pero yo le pregunté: ¿Me estás pidiendo matrimonio? Y me respondió que sí. Dio mil razones para que fuera pronto: en su empresa eran muy conservadores a ese respecto, le darían unas vacaciones y me llevaría con él en sus viajes de traba... Salí por donde pude, con un poco de ironía: "Carlos, estas cosas hay que hacerlas de manera romántica, en una cena con velas". "La vamos a tener", me dijo, cuando conozcas a mi hija, por su cumpleaños".

Al día siguiente, Carlos estaba tenso. Debía escribir un informe anual en dos idiomas para enviar a Estados Unidos. Se metía en su pequeño despacho equipado con una mesa y un viejo ordenador. María veía la televisión o paseaba.

"Le di un masaje reflejo en los pies y se quedó dormido un ratito. Cuando se despertó estaba asustado: "¿Cuánto tiempo me he dormido?". Me extrañó su reacción, pero no podía imaginar que era miedo a que estuviera en su casa sin su control". En la comida del tercer día, Carlos volvió a la carga. Debían casarse porque luego empezaba su trabajo más fuerte del año. "¿Qué me contestas?".

"Ahí me saltaron las alarmas porque lo decía completamente en serio. No le respondí. Regresamos a casa. Él a su ordenador.Yo salí a dar un paseo por la playa. Llamé a mi hermana por el móvil y le conté lo que me estaba pasando. Me aconsejó: "síguele la corriente, que no sabes con quién estás. Dile sí a todo y sal de ahí en cuanto puedas". Me quedaban 24 horas y estaba ya muy nerviosa".

Ni Carlos, ni suizo ni solo María regresó a la casa y le dijo que aceptaba. Él la abrazó "con una sonrisa resplandeciente", pero luego siguió tenso y distante. "Quería saber más cosas de él. No sé cómo me atreví a hacer lo siguiente. Busqué su cartera y tenía un pasaporte en hebreo del que tomé el número. Sus tarjetas de crédito estaban a nombre de Moisés E. Chocrón. En su dormitorio tenía un baño pequeño que sólo utilizaba él. En la papelera blanca había papeles de salvaslips y toallitas desmaquilladoras. En su armario guardaba un chándal negro, una camiseta, unos playeros y un perfume, todo de mujer.Y otro cepillo de dientes".

La víspera de su regreso a España, en la terraza de un restaurante del puerto deportivo,Moisés explicaba cómo sería la boda, en su hotel y con 500 o 600 invitados. Para los españoles fletarían un vuelo chárter a cuatrocientos y pico euros por cabeza.

"Vaya bodorrio que voy a tener", decía María mientras pensaba cómo huir de aquella situación sin conocer a nadie más, sin saber inglés y sin moneda local. "Carlos notó algo y yo empecé a equivocarme. Cuando llegamos a su casa quería plantearle todas las mentiras que había descubierto. Le pregunté con tono frívolo "Carlos ¿yo a ti te gusto?" Se le desencajó la cara, se levantó y empezó a dar vueltas mientras gritaba: "¿Cómo se te ocurre preguntarme esto. Te he pedido matrimonio, podrías preguntarme mil cosas y..." Intenté tranquilizarlo y desistí de reprocharle sus embustes. Y de pronto zanjó: "Esto se acabó. No te quiero en mi casa. Te llevo a un hotel".

"Me fui a hacer la maleta.Y me volví a equivocar. Vi unos billetes en un cajón y los cogí. No sabía cuánto era. Me dieron para pagar un taxi y, luego, de cambio, unos 60 o 70 euros. Coloqué sobre su cama la papelera del baño y la ropa de mujer que había en el armario, cerré la puerta tras de mí y me llevó a un hotel camino del aeropuerto".A las siete de la tarde María logró una habitación. Poco después, Moisés regresó a su casa y descubrió lo que María le había dejado sobre la cama.

"Hija de puta, ladrona, sinvergüenza, te voy a arrancar la cabeza, me has robado el perfume que le iba a regalar a mi hija. Te voy a denunciar. No sales de este país, no llegas a España", bramó en su siguiente llamada. "Yo intentaba tranquilizarlo, pero estaba histérica. Llamé a mi hermana y a una prima que vive en Madrid. Mi hermana me dijo que saliera del hotel para que él no supiera dónde estaba. Pagué la cuenta con una tarjeta de crédito y cogí un taxi al aeropuerto".

El último correo

Cuando Chocrón descubrió que María le había quitado dinero, las llamadas empeoraron. Ahora decía que la había denunciado y que la policía la buscaba. Entretanto, la prima de Madrid logró conectar con alguien del consulado de España que llamó a María para preguntarle cómo se encontraba y darle un número de teléfono que marcar en caso de que tuviera algún problema.

María, que no podía pasar al embarque internacional porque era pronto para su vuelo, supo cuánto pueden llegar a durar cinco horas en un aeropuerto casi vacío, de noche, sospechando de cada persona y escondida por las esquinas. Cuando despegó el avión, María recelaba del pasajero. En casa de su prima, en Madrid lloró toda la tensión.

La idea que se había hecho María de lo sucedido era que Moisés Chocrón quería casarse para obtener la nacionalidad española e irse a vivir a la Costa del Sol, su sueño confesado en los carteos electrónicos. Pero cuando llegó a su casa, dos días después, y abrió el correo electrónico supo que se trataba de un estafador. En un largo correo dañino y despectivo, en el que la amenazaba con destruir su fama y la de su familia en Asturias con 5.000 cartas a su trabajo, los ayuntamientos, los periódicos y particulares y denunciarla en internet con 5.000 copias de su perfil explicando que le había robado hasta el reloj, le daba diez días de plazo para que transfiriera a sus abogados en Tel Aviv la cantidad de 2.500 euros, en lo que evaluaba los robos.

María enseñó el correo a su hijo y a un amigo que dictaminó que el texto era una extorsión. Al cumplirse los diez días le respondió con un correo encabezado así: "Mi querido Moisés E. Chocrón, alias Carlos Echeverría". Sin insultos ni amenazas, con alguna ironía y contando cómo había vivido todo aquello. No hubo más.