Con esta exposición, el museo se acerca de nuevo al arte contemporáneo presentando la obra de un artista vivo, del que exhibe un amplio recorrido por la producción de este pintor y dibujante afincado en París desde 1954.

Artista de culto, admirado por coleccionistas, críticos y artistas, Arikha es también historiador del arte y comisario de exposiciones, así como escritor y conferenciante que ha defendido y practicado desde hace décadas la pintura del natural, basada en la observación.

Guillemo Solana, conservador jefe del museo y comisario de la exposición, ha planteado un recorrido que ofrece un paseo por toda la trayectoria de Arikha. Las casi cien obras se presentan en tres espacios diferentes: por un lado sus pinturas, con un criterio más o menos cronológico y, por voluntad del artista, iluminadas mayoritariamente con luz natural, y en los otros ámbitos una completa selección de sus dibujos y pasteles, tan importantes en su producción.

Tras sus primeras aproximaciones a la pintura del natural en su infancia y juventud, Arikha se dio a conocer entre 1953 y 1954 como ilustrador. A partir de 1958 creó pinturas abstractas, oscuras y atormentadas, que guardan cierta relación con el expresionismo abstracto de la posguerra.

Sin embargo, en marzo de 1965 se produce un punto de inflexión fundamental que marcará toda su producción posterior. En ese momento, el artista toma conciencia de que se encuentra en un callejón sin salida, piensa que el camino de la abstracción está ya agotado y abandona la pintura.

Según relata él mismo, el 10 de marzo de 1965 se levantó por la mañana y se puso a dibujar del natural. Durante ocho años, además de al estudio de la historia del arte, dedicó su atención al trabajo basado directamente en la observación, realizando exclusivamente dibujos y grabados hasta que, a finales de 1973, recuperó la pintura.

Es durante esos años (1965-1973) cuando desarrolló y puso en práctica su teoría sobre el trabajo del natural: sólo esta forma de crear posee la autenticidad que debe tener una obra de arte; lo que se hace de memoria carece de esa verdad intrínseca a la producción artística.

Como consecuencia, Arikha trabaja en un número limitado de géneros -retratos, desnudos, naturalezas muertas, interiores o paisajes-, y limita también el proceso creativo a una o, como máximo, dos sesiones, sin realizar dibujos previos ni partir de imágenes fotográficas; el objetivo es captar los vestigios de vida del tema seleccionado.

Sus motivos son fragmentos de realidad, intensamente vividos y representados por el artista de forma espontánea, con una pincelada enérgica y nerviosa, una característica luz tenue y blanquecina, y una paleta basada con frecuencia en tonos blancos y terrosos.

Todo ello, sumado a una cuidada estructura de la superficie del cuadro, confiere a sus obras un ritmo compositivo y una atmósfera muy personales y característicos, como se puede apreciar en esta exposición que permanecerá abierta hasta el 7 de septiembre.