Las armas biológicas pueden resultar absolutamente catastróficas.

Pensemos que en los 300.000 años que nuestra especie lleva en el mundo ha habido un total de unos 105.000 millones de seres humanos, y de ellos, alrededor de 80.000 millones murieron como resultado de una enfermedad infecciosa o parasitaria.

En cambio, la suma de hambrunas, guerras, violencia, accidentes, infartos, ictus y cáncer, que tanto nos preocupan hoy en día, mataron a mucha menos gente que los agentes infecciosos.

Enorme potencial destructivo

 Que la gran mayoría de los seres humanos que han existido muriesen como consecuencia de una infección bacteriana, vírica, o por un parásito, es un buen estimador del potencial destructivo de las armas biológicas.

Porque en su mayor parte se basan en el uso de estos patógenos infecciosos, pero mejorados para conseguir que causen aún más daño.

Y además no son unos desconocidos.

Hace al menos 3.500 años que los seres humanos usamos armas biológicas.

La mayoría de las veces lo hicimos sin saber lo que hacíamos. Pero sin las armas biológicas la historia que conocemos sería muy diferente.

El problema es cómo se pueden controlar

Los hechos históricos que incluimos en este artículo son un ejemplo real y muy importante del poder destructivo de las armas biológicas.

No estuvieron creadas artificialmente ni planificadas como herramientas de guerra. Pero fueron más mortíferas que los instrumentos de combate inventados por los seres humanos.

Lo que ocurre es que los hechos, a la vez que hablan de su capacidad de destruir poblaciones y hasta civilizaciones casi enteras, dejan patente su mayor problema.

Es la característica que las hace especialmente peligrosas: su dificultad de control.

Porque una simple rata infectada de Yersinia pestis, lanzada en catapulta sobre una ciudad de Crimea, fue capaz de originar una apocalíptica pandemia de peste negra en Europa.

El drama es lo fácil que se pueden crear: un experimento de 2017

En 2017 se realizó un experimento en un laboratorio canadiense para concienciar del peligro que corremos de que un grupo terrorista o una nación sin muchos recursos utilicen un arma de guerra biológica.

Se seleccionó a un pequeño grupo de microbiólogos que no eran grandes expertos en investigación sobre genética molecular, aunque tenían formación universitaria en dicho campo.

  • Se les financió con 100.000 dólares.
  • Se les permitió consultar solamente las bases de publicaciones científicas accesibles al público.
  • Se les prohibió consultar las publicaciones restringidas especializadas en guerra biológica.
  • Y se les encargó que reconstruyeran un virus extinto: el virus de la viruela equina.

Si conseguían reconstruir ese virus podrían ser capaces de hacerlo con cualquier otro. Como el de la viruela.

Y consiguieron hacerlo en menos de un año, gastando menos de los 100.000 dólares asignados.

Máquinas perfectas de hacer daño

Hay un dato que habla de la sofisticación de los virus dentro de su pequeñez y sencillez.

El gran matemático John von Neumann teorizó sobre cuál sería la máquina más perfecta que podría fabricarse.

Sin dudar, respondió que sería una máquina que fuese capaz de construir otra semejante a sí misma mientras hace el trabajo para el que está programada.

Los patógenos utilizados en la guerra biológica son máquinas de Von Neumann.

No hace falta construir muchos pues ellos se replican a sí mismos mientras infectan a sus víctimas.

Por eso las armas de guerra biológica son, sin duda, las armas que tienen una mejor relación entre el daño que pueden producir y el coste necesario para fabricarlas.

A quien pueda interesar: Las armas biológicas en la historia

Nuestra especie lleva más de 250.000 años sobre la Tierra.

Y durante la mayor parte de nuestra existencia vivimos en una era geológica llamada Pleistoceno, caracterizada por un clima muy adverso y extremadamente cambiante, que condicionó nuestra existencia.

Nos adaptamos a semejante adversidad como cazadores-recolectores nómadas, organizados en pequeños grupos aislados, no mucho mayores de 200 individuos, que se desplazaban varios kilómetros al día.

Si uno de estos grupos se contagiaba con un agente infeccioso, en el peor de los casos morían casi todos sus integrantes.

Pero su aislamiento hacía de cortafuegos dificultando enormemente que el agente infeccioso pudiese afectar a grandes áreas del planeta. Y con el paso del tiempo las cosas cambiaron.

Las armas biológicas pueden resultar absolutamente catastróficas Pixabay

La trascendente llegada de los kurganes

Hace unos 10.000 años el clima de la Tierra cambió. El gélido Pleistoceno dejó paso al buen tiempo del Holoceno del que todavía disfrutamos.

En Europa los glaciares se derritieron y poco a poco la población total de nuestra especie fue aumentando.

Empezando en las orillas del Egeo y desplazándose progresivamente hacia el este, se desarrolló una nueva cultura: el neolítico.

El buen tiempo permitió el desarrollo de la agricultura y la ganadería.

Y con este nuevo modo de ganarse la vida, la población europea experimentó un fuerte crecimiento demográfico.

Rápidamente nuestra civilización se fue sofisticando.

Los minoicos cretenses con sus bellos palacios y su compleja cultura, que incluía desde un arte muy elaborado hasta espectáculos multitudinarios con toros, son un buen exponente.

Pero hace alrededor de 3.200 años llegó a Europa un nuevo pueble invasor: los kurganes indoeuropeos procedentes de Asia. Y se expandieron rápidamente.

Originariamente solo fueron unos pocos miles. Pero tuvieron una importancia colosal.

Todos tenemos un mismo "cromosoma Y" kurgan

El estudio del ADN fósil (extraído de los dientes) es una herramienta extremadamente útil para desvelar aspectos relevantes de la prehistoria humana.

Podemos estudiar los antiguos linajes de los "cromosomas Y".

Solo los varones tenemos un "cromosoma Y" que heredamos directamente de nuestro padre, quien a su vez lo heredó del abuelo y así sucesivamente, siguiendo un linaje patrilineal que se remonta en el tiempo.

Las mujeres no tienen estos "cromosomas Y".

El estudio del ADN fósil de las poblaciones primitivas de los europeos indica que los linajes antiguos de los "cromosomas Y" fueron muy diversos antes de la llegada de los Kurganes.

Había muchos linajes patrilineales diferentes.

Pero hace poco más de 3.000 años, absolutamente todos estos los linajes de "cromosomas Y" de los antiguos europeos se extinguieron justo al muy poco tiempo de la llegada de los Kurganes.

Desde entonces solo quedaron "cromosomas Y" de los invasores indoeuropeos.

¿Unos pocos miles “exterminaron” a más de 2 millones?

 Cualquiera de los varones de origen europeo que vivimos hoy en día tenemos “cromosomas Y” Kurganes.

La conclusión parece clara: los indoeuropeos exterminaron de algún modo a todos los varones europeos antiguos.

Ante este hecho surge una pregunta inquietante:

  • ¿Como pudieron unos pocos miles de kurganes indoeuropeos invasores acabar en tan poco tiempo con todos los varones europeos primitivos, que al menos eran cerca de 2 millones y estaban dispersos por todo el continente?

Resulta prácticamente imposible que unos pocos miles de kurganes pudiesen perpetrar semejante masacre con sus primitivas armas.

Así que la mejor explicación es que los kurganes utilizaron, sin saberlo, la guerra biológica.

Probablemente trajeron consigo alguna enfermedad mortal para los antiguos europeos, pero a la que ellos eran en buena parte resistentes tras siglos de convivir con ella.

Todo se debió a su estilo de vida.

Los kurganes eran ganaderos y se desplazaban con sus rebaños de vacas y caballos.

Además era un pueblo con una mutación “extraña” que les permitía beber leche y tomar productos lácteos durante toda su vida, también de mayores, cosa que no podían hacer la mayoría de los humanos.

Y esa es otra de las características que hemos heredado. La mayoría de los europeos actuales, que descendemos de los kurganes, conservamos esa capacidad de beber leche incluso siendo adultos.

Pero volvamos a la llegada de los kurganes, acompañados de sus animales.

Y recordemos que las vacas y los caballos nos transmiten numerosas enfermedades. Entre otras:

  • El ántrax
  • El muermo
  • La brucelosis
  • La leptospirosis
  • La tuberculosis
  • Las salmonelosis
  • La criptosporidiosis
  • Diversas cepas de E coli patógenas
  • Y un largo etcétera.

Todas ellas con sobrado potencial como para haber exterminado a los antiguos europeos que no tenían defensas frente a estas enfermedades.

Otro ejemplo: la conquista de América

La conquista de América por los españoles es otro excelente ejemplo del poder de la guerra biológica, aunque quien las use ni siquiera sepa que lo hace.

Aunque los historiadores nos cuentan que unos pocos centenares de conquistadores españoles derrotaron mediante caballos, armaduras y pólvora a grandes imperios como los Incas (con casi 7 millones de habitantes) o los Aztecas, que movilizaban ejércitos de cientos de miles de combatientes (entre Centroamérica y México vivían alrededor de 19 millones de personas), la realidad es que utilizaron 3 armas biológicas terribles:

  • El virus Variola (que produce la viruela)
  • El virus Influenza (que produce la gripe)
  • Las Rickettsia (que produce el tifus).

Cuando Colón llegó a las Antillas en 1492 había en la zona cerca de 3.800.000 indígenas. En 1518 solo quedaban 15.600. Un año más tarde solo eran 124.

En la zona del Caribe los españoles no fueron especialmente belicosos.

Ataques contra el ganado Freepik

Sin embargo, existen testimonios de lo que les pasó a los indígenas. La gripe, que no existía en América, y contra la que no tenían defensas, acabó con ellos.

Pizarro y Cortés fueron más belicosos y a menudo se asociaron con ciertos grupos de indígenas para guerrear contra otros. Pero a la llegada de Pizarro había unos 6.500.000 Incas.

Pocos años después solo quedaban alrededor de 75.000.

Cuando Hernán Cortes quemó sus naves, tenía enfrente a 19 millones de indígenas. En pocos años solo había 90.000.

Pizarro y Cortés utilizaron, sin querer, el virus Variola y las Rickettsia.

La viruela y el tifus son 2 de las peores enfermedades conocidas.

En los últimos 10.000 años la viruela mató más gente que cualquier otra enfermedad. Y el tifus mató a más soldados en las trincheras que las balas.

El ataque biológico de los Mongoles

Pero los seres humanos también utilizaron armas biológicas, a veces con consecuencias terribles, mucho antes de conocer la existencia de los microbios.

Así, en 1346 los Mongoles sitiaron la próspera ciudad de Caffa, en la península de Crimea. Era un puerto al que llegaban exóticas mercancías de Oriente, lo que atraía a numerosos comerciantes especialmente genoveses.

Se trataba de un bastión bien defendido que resistió un asedio sin problemas.

Hasta que los mongoles empezaron a capturar ratas y las lanzaron con catapultas contra la ciudad sitiada.

Alguna de las ratas estaba infectada con un temible patógeno infeccioso: Yersinia pestis. Y contagiaron la enfermedad a los habitantes.

Cuando se declaró la peste, los comerciantes genoveses abandonaron a toda prisa la ciudad en sus naves. Y dispersaron la peste por Europa.

Sería el origen de una de las epidemias de Peste Negra que mató a uno de cada 3 europeos.

Un reciente estudio del ADN fósil de las Yersinia de la peste negra medieval permitió conocer que su secuencia era diferente a las de las actuales.

Se trataba de una cepa más infectiva y mucho más letal.

Son ejemplos de la historia que detallan las catástrofes que pueden desencadenar las armas biológicas.

Y si lo hicieron tantas veces sin querer, ahora que pueden estar modificados genéticamente buscando ese efecto…

Ojalá nadie olvide que las armas biológicas se pueden descontrolar.