Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Suceso en el Salón Indio

125 años de la primera proyección de los Hermanos Lumière… y de la primera película rodada en España

Los hermanos Lumiére y fotograma de de “La llegada de un tren a la estación”.

Monumento a Eduardo Jiménez.

El 28 de diciembre de 1895 (se cumplieron esta semana 125 años) en el Salón Indio, una estancia de dimensiones reducidas en los bajos del Grand Café de París, situado en el número 14 del Boulevard des Capucines, los hermanos Louis y Auguste Lumière, fotógrafos de profesión que llevaban años experimentando con la posibilidad de conseguir imágenes en movimiento, presentaron en público sus “tomas de vista” (las llamaban también “temas actuales”, una denominación que señala el carácter “informativo” de las primeras películas).

En la primera sesión de aquel día se proyectaron 10 cintas de corta duración, comenzando con “La salida de los obreros de la fábrica Lumière”, que fue también la primera que se rodó. Cuando se proyectó “La llegada de un tren a la estación”, algunos asistentes se levantaron de sus asientos, presas de pánico, pues creían que la locomotora se les echaba encima. Este episodio lo cuenta en sus memorias el entonces mago e ilusionista George Méliès, que estaba entre los primeros 30 espectadores y que se convirtió de inmediato a la nueva religión del cine.

Los orígenes

Tanto las bellas artes como la fotografía trataron de superar en algún momento su carácter estático y provocar en los espectadores una cierta sensación de movimiento, como atestiguan muchas obras de las vanguardias artísticas y los experimentos fotográficos de Jules Janssen (1874), Edward Muybridge (1880) o Jules Marey (1887). Con la imagen real en movimiento ya venían experimentando desde Thomas Alva Edison, que trabajaba para la casa Kodak (su kinetoscopio, de visión individual, ya era conocido en varios países) hasta Émile Reynaud y su Teatro Óptico, que se basaba en la linterna mágica, un espectáculo basado en las “Fantasmagorías” de Étienne-Gaspard Robert, que en aquellos años era muy popular en París.

El cinematógrafo de los Lumière, nombre que habían registrado meses antes de su exhibición, se basaba en el kinetoscopio de Edison, que el padre de los hermanos, el fotógrafo Antoine Lumière, había llevado a la fábrica de Lyón después de comprarlo en un viaje a París. Se cuenta que al término de la primera proyección un grupo de empresarios quisieron comprarle el invento: “Señores –les dijo- el cinematógrafo no está en venta, pero les hago un favor porque esta moda no va a durar mucho tiempo”.

El cine, hoy el gran espectáculo de masas, había sido concebido por los Lumière para el gusto de la aristocracia y la burguesía de la época. El Grand Café, situado entre la Ópera y la Madeleine, era un centro frecuentado por la alta sociedad parisina y en Madrid las primeras proyecciones se hicieron en el elegante Hotel Rusia, a donde acudió la familia real para ver el invento. Pero muy pronto el interés por el nuevo medio desbordó las expectativas de los Lumière y les obligó a abaratar las entradas, lo que llevó a convertir el cinematógrafo en espectáculo de masas: las recaudaciones superaban los 2.000 francos diarios y las colas para entrar superaban los 400 metros. El nuevo entretenimiento se expandió vertiginosamente tanto a las barracas de feria, los teatros y los music-hall como a los palacios y las grandes mansiones. El éxito obligó también a rodar nuevas obras, entre ellas “El regador regado”, en la que ya se prevé el aspecto lúdico del nuevo medio a través de la explotación de sus posibilidades expresivas en la ficción. Esto lo aprovecharon pronto los nuevos cineastas como Georges Méliès (“Viaje a la luna”, 1902), Edwin S. Porter (“Asalto y robo de un tren”, 1903) o el español Segundo Chomón (“Choque de trenes”, 1902) y dio lugar de inmediato a una poderosa industria cultural con géneros tan variados como el cine erótico o el deportivo.

Los Lumière llegaron a rodar unas 1.400 películas. Casi todas se conservan en el Instituto que lleva el nombre de los hermanos en Lyon, una casa-museo impulsada por el cineasta Bertrand Tavernier.

Así pues, desde los primeros años estuvieron ya presentes los dos grandes macrogéneros cinematográficos: el de la ficción y el de la no-ficción o documental. Sin embargo, las primeras producciones de los Hermanos Lumière continuaron explotando mayoritariamente su vertiente documentalista (“El estanque de Las Tullerías”, “El herrador”, “La demolición de una pared”), ya que se aceptaba que aquellas imágenes en movimiento eran la representación más fiel de la realidad. La realidad, pues, fue el origen y en buena medida la razón de ser del primer cine, en el que la cámara era sólo un testigo objetivo. Las primeras obras cinematográficas pretendían recoger en imágenes lo que era la vida cotidiana de la época. La aceptación de este género hizo que en todos los países en los que comenzó a comercializarse el cinematógrafo se hicieran tomas similares: salidas y llegadas a lugares concretos, escenas de la vida cotidiana, etc. En España fue el cineasta Eduardo Jiménez Correas quien rodó en 1896 la primera que se hizo en España: “Salida de misa de 12 en la basílica del Pilar de Zaragoza”. Otro pionero, Fructuoso Gelabert, realizó entre 1897 y 1928 casi cien filmaciones de este tipo en las que se recogían aspectos diversos de la vida de los españoles.

Compartir el artículo

stats