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El vacío y la verdad: una biografía de Diderot

Andrew S. Curran aborda la vida y obra de uno de los padres de la Enciclopedia y hombre clave en la Ilustración

Denis Diderot, retratado por Louis-Michel van Loo.

El profesor norteamericano Andrew S. Curran titula el estudio biográfico objeto de esta reseña Diderot y el arte de pensar libremente. ¿Arte? Para Denis Diderot (1713-1784) es asunto de responsabilidad moral, puesto que el filósofo no tiene otra misión que la búsqueda de la verdad. Pero comunicar y difundir los resultados de esa búsqueda en el estanco ámbito de una poderosa monarquía absoluta requiere no sólo, como él advierte, honestidad, resolución y audacia, sino, efectivamente, el arte de vencer a una censura implacable. Esto se comprueba en la realización del empeño más ambicioso de Diderot y por el que resulta más conocido: la Enciclopedia.

Hoy se considera a la Enciclopedia como el logro supremo de la Ilustración francesa, un triunfo del secularismo y de la libertad de pensamiento. Sus lectores, escribe Curran, no podían sino cuestionar muchas de las convicciones tradicionales de su tiempo relacionadas con la religión, la moral y la política, lo que conducía a la subversión de los presupuestos clave del absolutismo. Este efecto se alcanzaba por la ingeniosa organización de las voces encargadas de diseminar las ideas subversivas para despistar a los censores, ya se tratase de un artículo sobre teología que se desintegraba por sí solo, ya de una referencia cruzada de carácter satírico. Por supuesto, en la mayor parte de las entradas no había el menor rastro de ironía, pero, ello no obstante, el inmenso flujo de información contenido en la obra refleja lo que quizá sea el acto político fundamental de la misma: el vuelco de los órdenes establecidos del conocimiento y sus relaciones jerárquicas mutuas.

Los veinticinco años dedicados a la Enciclopedia -el mayor proyecto editorial de la Historia, estima Curran-, aunque habían dejado insatisfecho a Diderot en lo que respecta al terrible esfuerzo personal realizado, dieron sus frutos. Para empezar, esta magna empresa hizo avanzar las ideas de la Ilustración de un modo que nadie había logrado hasta entonces. Fue, en realidad, un proyecto revolucionario, al ofrecer a los lectores las herramientas para pensar por sí mismos y para alzarse contra los tiranos, los fanáticos religiosos y los intolerantes del mundo. Bajo la dirección, fundamentalmente, de Diderot, el conocimiento se convirtió en una forma de combate político. Pero además la gestión de la Enciclopedia pro- porcionó a Diderot una comprensión panorámica del saber que poca gente ha llegado a alcanzar jamás, lo que le fue de gran apoyo para la monumental tarea posterior de filósofo, historiador, dramaturgo, novelista, crítico de arte, etc.: 34 volúmenes de Obras completas.

La biografía de Andrew Curran examina en detalle la trayectoria intelectual de Diderot a través de los hitos fundamentales de esa ingente labor. Tanto por razones de espacio como por representar lo más característico de la peculiar idiosincrasia de esta gran figura de la cultura europea, me referiré brevemente sólo a sus ideas religiosas. Como autor, a los 32 años, de Pensamientos filosóficos, Diderot se desliza hacia el ateísmo, lo que no era, ni mucho menos, el caso de la generalidad de los philosophes, e incluso estaba mal visto en tal gremio. Lo importante, y digno de anotarse aquí, resulta, sin embargo, que Diderot se mostraba plenamente consciente del vacío a que conducía el ateísmo, es decir, aquello que queda después de que Dios haya desaparecido: seres humanos que parecían poco más que máquinas viviendo en un mundo potencialmente determinista, donde todos los acontecimientos futuros estaban prefijados, no por una deidad omnisciente, sino por una serie de leyes mecanicistas. Ése era, según Curran, el lado oscuro de la "alegre impiedad" que Diderot predicaba.

Del ateísmo al fatalismo

Un lado oscuro que se mantiene hasta el final, a pesar de que su obra de ficción reflejaba el "goce intelectual" que le producía pensar en un mundo sin Dios. Así, en una de sus últimas obras, la novela Jacques el fatalista, reflexiona Diderot nuevamente acerca de un mundo que carece de creador divino y donde todos los seres obedecen necesariamente las mismas normas mecánicas que explican el universo material. ¿Podemos de verdad considerarnos libres, se pregunta, si lo que hacemos y pensamos está necesariamente predeterminado por nuestra fisiología y nuestro entorno?

No se trata en absoluto de una paradoja, pero este ateísmo de Diderot fue lo que le separó de los revolucionarios de la década 1789-1799, particularmente de los jacobinos, más próximos a Rousseau, pero también, y significativamente, al galicanismo de Luis XIV y de Bossuet. Los astutos líderes de la Revolución francesa, advierte Curran, y muy señaladamente Robespierre, percibieron que el movimiento revolucionario precisaba un Ser Supremo, tanto para garantizar la trascendencia a sus ciudadanos como para justificar el terror necesario en orden a purificar el cuerpo político.

Interesante biografía de un temperamento volcánico, ésta de Diderot, que cabe, desde luego, recomendar al lector interesado en los grandes cambios histórico-culturales. Echo de menos, no obstante, una exposición más detallada y articulada de su pensamiento político y de sus ideas constitucionales.

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