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La amante birmana de Pablo Neruda

Edwards sigue en "Oh, maligna" la pista del poeta en Rangún y de Josie Bliss su enigmática pasión de juventud

Oh, maligna - Jorge Edwards - Acantilado - 240 páginas

El joven Pablo Neruda, ejerciendo la diplomacia en Rangún hoy Yangón, se enamoró de una birmana. Era una mujer de celos enfermizos. Le contó a Jorge Edwards que en una duermevela vio cómo se aproximaba hasta su lecho blandiendo un enorme cuchillo de cocina. Pidió el traslado a Ceilán y huyó. Sucedió en 1928.

Josie Bliss, la amante oriental que lo amenazaba de muerte, se convertiría más tarde en una mujer enigmática en la obra del gran poeta chileno. Llevada por la desesperación y abandonada por Neruda, la pantera birmana, la perla de Mandalay o la maligna, cualquiera que fuese el apelativo con que se la llegó a conocer, quedó en el recuerdo, como la imagen obsesiva de la despechada que no hubiera dudado en acuchillarlo de no haberse largado a tiempo. Su figura, la de una oriental de piel oscura que fumaba largos cigarrillos, persiste en la memoria literaria del poeta transmitida en uno de sus poemas más celebrados, "El tango del viudo." Neruda jamás olvidó su peligroso amor de juventud. Edwards se ha encargado ahora de novelar un episodio tan misterioso como fascinante en Oh, maligna, que publica Acantilado, y con el que de paso rinde un homenaje a su maestro y amigo

Con 23 años, el poeta llegó a Rangún, entonces capital de Birmania y la ciudad más grande de la actual Myanmar, en calidad de cónsul honorario de Chile, a finales de 1927. Lo hizo usando su nombre civil, Ricardo Neftalí Reyes y acompañado por su amigo Álvaro Hinojosa, con quien ya había visitado Nueva York. Estaba tieso y había rogado el empleo diplomático para poder sobrevivir escribiendo. Vagó de un lado a otro hasta que, al marcharse Hinojosa, encontró un apartamento del que se mudaría enseguida cuando conoció a la seductora Josie Bliss y se fue a vivir con ella a las afueras de la ciudad.

En su relato, Edwards envuelve lo que fue y lo que pudo ser de manera magistral, desde el momento en que el protagonista conoce a la birmana, "delgada, de brazos perfectos, bronceados, vestida con un sarong azul oscuro, con un broche en forma de escarabajo de varios colores en el pecho, bella cintura, flores amarillas en el pelo?". La misma que a partir de ese instante le produciría un sobresalto tras otro. Primero, golpes secos del corazón, feroces como latigazos, después el angustioso temor por su vida que le lleva a poner fin a la relación y escapar a Colombo.

Pero aún estamos en el bar de los ingleses a principios de un sueño que se prolongaría ocho meses, antes de desembocar en una pesadilla.

-How are you?, preguntó.

Ella no contesto nada, pero sonrió con dulzura, con discreta y a la vez increíble dulzura, y el poeta se puso en cuclillas y le tomó la mano derecha. Estaba vestido de lino blanco, con una camisa blanca, como si hubiera querido rendir homenaje al color de la flor que ella llevaba ahora en el pelo, y la blancura de su camisa contrastaba con el color tostado de su piel de chileno del sur, oscura, excesiva para los parroquianos ingleses. No le soltó la mano, y ella no la retiró, mirándolo solo en fracciones de segundo, con miradas relampagueantes de soslayo".

Jorge Edwards recordaría la vez que fue con Pablo Neruda a Isla Negra y en un mercado persa quedó fascinado con una cadena mohosa de barco que compró y los camioneros que la trasladaron pusieron en su jardín. El poeta empezó a morir en la cama con el ojo izquierdo mirando, también de soslayo, a la cadena. Para el autor de Oh, maligna significaba el Oriente y aquella mujer que siempre estuvo en su cabeza. Es la fragante historia de un amor venenoso.

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