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La cruel y tediosa trama de toda dictadura

"Los testamentos", un compendio de los horrores del siglo XX con el que Margaret Atwood retoma "El cuento de la criada"

La cruel y tediosa trama de toda dictadura

Margaret Atwood es una escritora canadiense con una larguísima trayectoria como novelista, poeta y ensayista. La primera de sus dieciocho novelas publicadas, La mujer comestible, data de 1969, y la ahora famosa El cuento de la criada fue publicada en 1985, si bien resurgió con el auge de las series de televisión en los últimos dos años. Sin duda el éxito de esta novela se debe en parte a que el panorama político internacional se ha enrarecido últimamente hasta hacernos pensar que el "cuento" de Atwood es más crónica que ciencia ficción. La propia autora nos lo aclara: "La serie de televisión ha respetado uno de los axiomas de la novela: no se permite que aparezca ningún suceso del que no haya un precedente en la historia de la humanidad".

Lo mismo es cierto de la nueva novela de la autora, Los testamentos, que constituye un compendio de los horrores del siglo XX nítidamente engarzados en la sociedad de Gilead (donde se desarrolla El cuento de la criada). En Gilead impera el abuso de poder por la fuerza de las armas, empuñadas por la carne de cañón, mientras que los instigadores de los conflictos se parapetan tras la mesa de despacho, preparados para llenarse los bolsillos. Hay genocidios, ejecuciones, asesinatos, torturas, arrestos masivos, estadios convertidos en cárceles y en centros de retención y todo tipo de meteoros extremos producidos por el uso abusivo de prácticas industriales y por el ultraje continuo al medio ambiente.

Atwood elige el colectivo de las mujeres como ejemplo de grupo minorizado que va a sufrir el impacto de los complejos personales y consiguientes crueldades de los componentes de la estructura dominante. Una vez más, desgraciadamente, no inventa nada: que las mujeres estén sometidas como criadas y esclavas sexuales de quienes tienen poder sobre ellas ya lo hemos vivido, al igual que ya experimentamos las leyes patriarcales que les prohíben tener bienes y ganar dinero y les obligan a estar sometidas al albedrío del pariente masculino más cercano. Su papel social está claramente especificado: parir, cuidar, trabajar y callar. Cuando una de las protagonistas de Los testamentos pregunta por qué las cosas tienen que ser únicamente así, se le contesta que esa es "la voluntad de Dios". Fin de la argumentación; no se admiten dudas sobre quién tiene la capacidad para definir a la divinidad.

Pero esta no es una novela maniquea. En Gilead se manifiestan las contradicciones propias de una dictadura: hay sadismo, pero también hay miedo y consternación, lo que invita a pensar, algo que los poderosos de Gilead intentan evitar a toda costa prohibiendo que se aprenda a leer y cerrando todas las bibliotecas y pinacotecas previas a su revolución. Lo que no pueden suprimir es la reflexión personal, de donde surge la resistencia al régimen y los contactos complejos con el exterior, en este caso con la fronteriza Canadá.

Los testamentos son una narración retrospectiva de lo que sucede después del final de El cuento de la criada. Están contados en primera persona por tres mujeres que contemplan la realidad de Gilead desde perspectivas muy diferentes: una es la Tía Lydia, inspiradora y ejecutora de todos los males de las mujeres en la dictadura; otra es una joven perteneciente a la casta privilegiada de los Comandantes de Gilead y la tercera narradora es una joven canadiense que no presta más atención a lo que sucede al otro lado de la frontera que lo que la obligan a estudiar en el instituto.

Las tres, que hasta media novela permanecen cada una en su burbuja social, optan por actuar cuando las circunstancias lo exigen, salen de su "zona de confort" y abren brechas en lo que parecía un destino ineludible. Si bien Tía Lydia nos recuerda que dudan y que las dudas son inquietantes, porque los errores se pagan con la vida, y a veces se prefiere permanecer en el mal ya conocido.

En la parte más descriptiva de la novela, Tía Lydia explica las razones por las que llega a instalarse en su temible espacio de poder. Agnes Jemima rememora su infancia en casa del Comandante en un ambiente de comodidad burguesa y de cómo su mundo feliz se tambalea al llegar a la pubertad y descubrir que su cuerpo de mujer la condena a una vida de sometimiento total. Daisy, la canadiense, vive su adolescencia dando rienda suelta al egocentrismo y la ira interna propias de su edad en un país democrático y rico. Los tres personajes alternan capítulos y poco a poco vamos conciliando segmentos temporales hasta llegar a la confluencia vital de las tres mujeres.

La trama de Los testamentos, compleja como es, está articulada inteligentemente: hay descripción, explicación, suspense y una dosis acertada de suspensión del momento, especulando sobre lo que está por venir. Todo ello implementado por guiños a diferentes obras literarias occidentales ya clásicas y a personajes significativos de nuestra historia cultural y social, lo que refuerza la sensación de que la condición humana también se repite una y otra vez en sus aspectos más positivos si no pierde la capacidad de pensar y se deja "degradar a la condición de animales de redil, a nuestra naturaleza meramente animal".

Nadie mejor que Alice Munro, extraordinaria narradora y Premio Nobel de Literatura 2013, para resumir la espectacular diversidad de la obra de su compatriota, "toda fuerza, elegancia y variedad. Cuando me paro a pensarlo y lo sumo a sus talentos literarios, se me corta la respiración".

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