Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Éramos tan felices

Jane Smiley novela la crisis de pareja con "La edad del desconsuelo"

La edad del desconsuelo - Jane Smiley - Sexto Piso, 120 páginas

Bien mirada, la vida reproduce la curva de un proyectil, una trayectoria en forma de parábola que asciende, alcanza su cúspide y cae luego delicada pero inexorablemente. Ese viaje fecundo y a la vez penoso es el que Jane Smiley novela en la breve, enigmática y soberbia La edad del desconsuelo, una obra fundada en la experiencia de las parejas afectadas por la ineludible crisis de su motor emocional.

"Tengo treinta y cinco años y creo que he alcanzado la edad del desconsuelo", confiesa el narrador sin nombre, un dentista de prestigio felizmente casado y padre de tres hijas, que nos sirve de guía por los desfiladeros de la rutina y su carcoma, el desarraigo de la carne y la confusión sentimental. "No es sólo que sepamos que el amor se acaba, que nos roban a los hijos, que nuestros padres mueren sintiendo que sus vidas no han valido la pena", arguye este cronista de la debacle sin perder por ello la sonrisa, la fe en sus derechos y el decoro de la nobleza. "Es más bien que las barreras entre nuestras propias circunstancias y las del resto del mundo se han derrumbado a pesar de todo", concluye menos fúnebre que estoico, agarrado como un náufrago a la tabla de su desdicha, pero aun así, a pesar de los pesares, confiado en salvar parte del equipaje.

A un hombre de buena posición y éxito en la sociedad, un día cualquiera el mundo se le derrumba. No es necesario un gran gesto. Basta una frase escuchada dentro del coche y pronunciada por su esposa: "Nunca más volveré a ser feliz". En torno a este drama sin sangre, en torno a esta declaración poco o nada inspirada, Smiley propone una vivisección del amor y sus logros, del amor y sus límites, del amor y sus territorios. El hombre que ha escuchado esa frase inesperada, un obús en el orden de sus días, sospecha que a su mujer le ha pasado algo: seguramente otro hombre, seguramente otra vida plausible. Y sin embargo, en un rapto adaptativo, de puro superviviente, ese hombre decide seguir adelante como si nada hubiera pasado, como si esa frase no hubiera existido, como si la trayectoria del proyectil aún estuviera ascendiendo.

El logro de Smiley es construir sobre este silencio, sobre esta sospecha, sobre esta conversación siempre aplazada, una bellísima palinodia en torno a lo que el matrimonio posee de pesadilla y derrota, pero también de amparo y bálsamo. El retrato de este hombre rodeado por cuatro mujeres, una adulta y tres niñas, y su empeño por preservar su madriguera, los espacios de pronto colonizados por la pena y la infidelidad, tiene mucho de heroico y, a la vez, genera una empatía severa. Al fin y al cabo, quién, en su intimidad de centinela, mientras la casa duerme y las estrellas, allá arriba, velan por la belleza del mundo, no habrá musitado a la noche, con tanta resignación como rabia, esta queja rotunda: "Éramos tan felices".

Compartir el artículo

stats