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El grito impostor

Buffalo Bill visto por Éric Vuillard, desde la confrontación entre mito e historia

Tristeza de la tierra | Éric Vuillard | Errata Naturae

En sus complejas relaciones con el Mito, difícil a menudo de distinguir tanto en sus presupuestos como en sus razones, la Historia se convierte para el novelista no sólo en el lugar donde las cosas suceden, sino en el depósito sentimental donde ciertas ideas se encarnan. Por ejemplo, la nostalgia. De la nostalgia de un mundo desaparecido, y de su maridaje entre Mito e Historia, habla Éric Vuillard en Tristeza de la tierra, su recreación de una de las figuras que por derecho propio pertenecen tanto a la mitología como a la historiografía de los Estados Unidos de Norteamérica: William Frederick Cody, universalmente conocido como Buffalo Bill.

El héroe del caballo blanco y de la cazadora con flecos sirve a Vuillard como vehículo para una consideración nada complaciente del origen de las leyendas.

En un libro que privilegia el tratamiento episódico de la trama antes que el relato abigarrado, profuso, aparece sobre todo el hombre de empresa, ese visionario que, allá por 1883, fundaría en Nebraska The Buffalo Bill's Wild West, un circo que llegó a mover a más de mil personas y recorrió Estados Unidos y Europa hasta bien entrada la primera década del siglo pasado, conformándose, antes de la aparición del cine, como una de las mayores máquinas de sueños llegadas del Nuevo Mundo para explicar a propios y extraños la forja de una nación.

Este relato, por descontado, posee sus zonas de oscuridad, cuando no sus mentiras repugnantes. La mayor de todas, la más dolorosa, la del genocidio indio, al cual Cody no fue ajeno. Vuillard rastrea esta falsificación de modo directo, mostrando con enorme economía de medios la masacre de Wounded Knee, pero también de forma simbólica, menos enfática y a la vez mucho más poderosa, al explicar, por ejemplo, cómo el propio Toro Sentado se prestó en ocasiones a representarse a sí mismo en los espectáculos de Cody.

Esta duplicación del hombre en personaje, de la voluntad en máscara, es la que sirve a Vuillard para escribir sus mejores páginas, aquellas en las que vibra la reflexión en torno a la mentira que encierra toda vida considerada desde la perspectiva del tiempo, pero también, y sobre todo, aquellas en las que alienta la evidencia de lo que supone el exterminio de una cultura, de un modo de vida, de una forma de estar en el mundo.

Parásitos de su propia épica, convertidos en figurantes que asisten a la destrucción de sus raíces y significado, las naciones indias son en Tristeza de la tierra ese detrito que el tiempo arroja en su flujo y reflujo permanente, esa innoble caricatura oculta tras el supuesto grito de guerra que desde la infancia todo niño identifica con el aullido de cólera de los indios, y que, en verdad, éstos sólo llegaron a ejecutar por orden de Buffalo Bill, el empresario, en su Wild West Show. Así se construye la Historia, parece insinuar Vuillard, valiéndose de gritos impostores que ensordecen el auténtico rumor de las matanzas.

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