Una de las escritoras de crímenes que mejor han profundizado en el mal
EL SÁBADOUna dama perturbadora
El interés por Patricia Highsmith se reaviva con la reedición de su obra y primeros libros electrónicos
Luis M. Alonso
Se han cumplido veinte años de la muerte de Patricia Highsmith (Forth Worth, Texas, 1921-Locarno, Suiza, 1995) al mismo tiempo que se palpa un resurgimiento del interés por su obra: reediciones, libros electrónicos y películas, como es el caso de la flojísima Las dos caras de enero (2014), dirigida por Hossein Amini, e interpretada por Viggo Mortensen. Highsmith, algo olvidada en las tres últimas décadas, publicó ocho volúmenes de cuentos y 22 novelas, entre ellas cinco pertenecientes a la serie de Tom Ripley (El talento de Mr. Ripley, La máscara de Ripley, El juego de Ripley, Tras los pasos de Ripley y Ripley en peligro). Su primer libro, Extraños en un tren, fue adaptado por Alfred Hitchcock a la pantalla grande. Ha sido objeto de varias biografías aclamadas, incluyendo la de Andrew Wilson, Hermosa Sombra, y con frecuencia es incluida en las listas de los mejores novelistas del crimen de todos los tiempos. Sin embargo es como si descansara en una especie de nicho: tal vez porque sus historias son tan oscuras, moralmente ambiguas y llenas de criminales despreciables, que no parecen torturarse por el delito, que el gran público lector no acaba de digerirlas.
Por lo general sus thrillers, considerados a veces como lectura de aeropuerto, tienen una calidad literaria que denota influencias que van desde Dostoievski a Camus. Sus novelas están sustentadas por las columnas más duras del crimen y en ellas Highsmith explora la psicología de personajes, solitarios, desarraigados, con los que bucea en un proceloso fondo que a veces llegó a confundirse con el de su propia vida.
Aún así no es fácil, como admite su mejor biógrafo, Wilson, establecer paralelismos simples entre la obra de Highsmith y su existencia. Después de todo, lo más extraordinario en la autora texana es la forma en que los comportamientos extremos adquieren normalidad. Las novelas de Ripley y también, por ejemplo, Extraños en un tren o El grito de la lechuza, conducen al lector por un torbellino donde el asesinato parece casi inevitable, excusable y hasta normal. Resulta difícil olvidar la peripecia de Tom Ripley luchando con el cadáver de Greenleaf en el Mediterráneo; o el clic del arma en la mano de Guy en Extraños en un tren. Pero aunque Highsmith se inspiró en su imaginación para escribir esas novelas, compartía sin duda parte de la alienación de algunos de sus personajes más inolvidables.
Cuando, en los años 60, un agente literario le dijo que sus libros no se vendían bien en los Estados Unidos debido a que ninguno de los personajes eran simpáticos, respondió: "Tal vez es porque no me gusta nadie." No se puede afirmar, sin embargo, que Highsmith, lesbiana y a la vez algo misógina, se despreocupase totalmente del prójimo. Amó a más de una persona; dio rienda suelta a sus pasiones no sólo en la cama. Incluso los hombres obtuvieron alguna que otra oportunidad, aunque acabaría diciendo de ellos que besarlos era "como caer de cabeza en un cubo de ostras". En sus novelas, por lo general, tiende a transmutar su propia homosexualidad en un homoerotismo algo oblicuo del que la obsesiva relación entre Ripley y Greenleaf es el mejor ejemplo.
Highsmith llevó, no obstante, una vida aislada, con pocos amigos o relaciones duraderas. Pasó fuera de control la mayor parte de los días, despotricando contra los judíos o cualquiera que le disgustase medianamente, y bebiendo grandes cantidades de alcohol. Era gay, pero su libertad chocó en más de una ocasión con los prejuicios de la época que le tocó vivir. En sus diarios escribió que se sentía incapaz de transmitir a los demás lo que sentía y encarnaba. Parecía preferir la compañía de los animales a la de la gente. Una vez alojó un puñado de caracoles en su bolso de mano para tener con quien hablar en una fiesta. Graham Greene dijo de ella: "Escribe sobre los seres humanos como una araña lo haría de las moscas".
Su misantropía y una buena parte de esa perversidad que la caracterizaba la canalizó a través de la escritura: espeluznante, amoral, pero con una observación tan atenta y cercana de los personajes, que hace a los seres taimados aparecer como extrañamente simpáticos ante la mayoría los lectores, incluidos algunos compatriotas suyos. El resto, simplemente, no sabría qué decir al respecto. Esos personajes son en su mayoría hombres; las mujeres quedan relegadas a un segundo plano como sosas antagonistas. Carol (1952) es una excepción. Se trata de una de las primeras novelas y cuenta una relación lésbica con un final relativamente feliz. Vendió casi un millón de copias cuando vio la luz por primera vez. No era sexualmente explícita, pero sí denotaba un amor apasionado y resultó tan impactante que se publicó bajo el seudónimo de Claire Morgan. Carol, que inicialmente se tituló The Price of Salt, es un relato de amor abiertamente homosexual que se lee como una novela de suspense. La identidad de la mujer en la que está inspirada pertenecía a una rubia desconocida en la que la autora se fijó y que siguió durante varios días a su casa de los suburbios para observarla sin acercarse a ella. Una historia de acoso tan oscura como la propia acosadora.
Pero lo más recomendable de la literatura de Highsmith siguen siendo sus novelas endemoniadamente asesinas, empezando por El talento de Mr. Ripley, que se ha incluido junto a El grito de la lechuza (1962), Crímenes imaginarios (1965), Ese dulce mal (1960), El diario de Edith (1977) y Extraños en un tren (1950), entre las primeras novelas de la Biblioteca que Anagrama, colección negra de bolsillo, le dedica a esta turbadora dama de un tipo de noir que tiene más preguntas que el habitual quién cometió el crimen.
Los lectores que no hayan vivido aún lo suficiente para tener en Highsmith una referencia inexcusable de la novela psicológica criminal deberían descubrirla y empezar a ocuparse a ratos de ella. Quienes la conocen saben que no se pierde el tiempo releyéndola. Vuelve a estar de moda.
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