Panahi presenta el filme nacido de su estancia en la cárcel iraní
«Un simple accidente», con la que ganó la Palma de Oro en Cannes, fue rodada en secreto para sortear la censura de un régimen que el cineasta califica de «enfermo terminal»

El cineasta Jafar Panahi, con su Palma de Oro ganada en Cannes, el pasado mayo. | Efe
NANDo Salvá
El momento más inolvidable de la última edición del festival de Cannes sucedió durante su gala de clausura, justo cuando Jafar Panahi supo que había ganado la Palma de Oro por su nueva película, «Un simple accidente». Mientras todo el público de la gala se levantaba para ovacionarlo, él permaneció sentado durante unos segundos, momentáneamente aturdido, y de repente disparó los brazos hacia el cielo. El reconocimiento premiaba una obra mayúscula, pero también la trayectoria de su creador y su valerosa resiliencia. Durante los últimos 15 años, tras ser sentenciado en 2010 a seis años de prisión y a la prohibición de hacer películas durante 20 por su oposición al régimen de los ayatolás, el cineasta iraní ha pasado por interrogatorios, encarcelamientos, arrestos domiciliarios y huelgas de hambre.
En febrero de 2023, a causa de la presión internacional, el Tribunal Supremo de Irán invalidó todas las sentencias que le habían sido impuestas. «Soy oficialmente libre, no tengo prohibido viajar, ni escribir, ni rodar», nos explica; pese a ello, añade, tuvo que rodar «Un simple accidente» en secreto para sortear la censura estatal. «Sigo trabajando de forma clandestina porque no quiero formar parte de ese sistema, y eso envuelve los rodajes de un estrés y un miedo constantes», lamenta. «Dos días antes de terminar la filmación de la película, nos visitaron 15 miembros del servicio secreto para amenazarnos. Tuvimos que suspender el rodaje durante un mes, y luego lo finalizamos con un equipo muy reducido. Cuando vives en una dictadura ideológica, las autoridades pueden señalarte en cualquier momento y complicarte la vida».
Panahi nunca pretendió convertirse en un cineasta disidente, ni en símbolo global de resistencia e integridad artística. Es el régimen de Teherán quien le adjudicó esos roles. «Me sorprende que la República Islámica no comprenda que, al silenciar a un artista, no hacen más que nutrirlo con ideas», opina. «Ellos me ayudaron a hacer mi película al meterme en la cárcel y animarme a escribir sobre la experiencia». «Un simple accidente», en efecto, es producto de todas las historias que el cineasta escuchó durante su estancia en la cárcel. «Todos los personajes que aparecen en la película se inspiraron en esos testimonios sobre la violencia y la brutalidad impuestas por el Gobierno iraní».
‘Thriller’ angustioso
A la vez un ‘thriller’ angustioso y una disquisición moral, la película inicialmente pone el foco en un hombre que cree identificar por casualidad a quien fue su torturador en prisión y que, tras secuestrarlo y arrastrarlo al desierto para enterrarlo vivo, decide antes incorporar a su misión a otras víctimas con quienes compartió cautiverio para que lo ayuden a confirmar que aquel tipo es, en efecto, el monstruo que les arruinó la vida. Lo que sigue es un dilatado viaje por Teherán y alrededores a lo largo del que todos ellos comparten ira y confusión mientras discuten sobre la distancia que separa la justicia de la sed de venganza, y en el que el que Panahi acrecienta la tensión de forma gradual pero implacable. «Durante los interrogatorios en prisión permaneces con los ojos vendados, y yo acostumbraba a fantasear sobre quién era mi interrogador en base al sonido de su voz», recuerda el director, indeciso sobre lo que haría si reconociera a sus carceleros por la calle. «Soy un ser humano y, pese a que quiero creer que tendría una reacción racional, no puedo estar seguro».
Desde que el régimen teocrático le prohibió hacer cine, Panahi nunca dejó de filmar. Entre 2010 y 2022 rodó ilegalmente cinco largometrajes rabiosamente personales entre la ficción y lo documental que, con grandes dosis de inventiva, reflexionaban sobre la esencia misma del cine y sobre los dilemas logísticos y éticos que hacer cine prohibido genera. Aunque sin la compañía de su autor, todos viajaron por el mundo.
En un ‘pendrive’
«Esto no es una película»a (2011) llegó a Cannes en un ‘pendrive’ —aunque no, como dice la leyenda, dentro de una tarta—; Closed Curtain (2013) se estrenó en la Berlinale, donde ganó el premio al Mejor Guion; «Taxi Teherán» (2015) también compitió en el certamen alemán y ganó el Oso de Oro; «Tres caras» (2018) obtuvo el premio al Mejor Guion en Cannes, y «Los osos no existen» (2022) se llevó el Premio Especial del Jurado en la Mostra de Venecia, el mismo festival en el que, mucho antes, el director ya había obtenido el León de Oro por «El círculo» (2000). Ahora, gracias a «Un simple accidente», ha podido asistir a proyecciones públicas de una de sus películas por primera vez en 15 años. «Es una sensación increíble», comenta. «Sin público, me siento a oscuras». Le duele, eso sí, seguir sin poder estrenar su cine en Irán.
La nueva película carece de la intrepidez formal que caracteriza sus trabajos anteriores, pero a cambio es una obra mucho más furiosa, un grito alto y claro gestado durante años de confinamiento. Contempla un país en el que las víctimas se ven obligadas a ser vecinas de sus verdugos, y se pregunta si están legitimadas para infligirles los mismos castigos que sufrieron a manos de ellos teniendo en cuenta que, en última instancia, unas y otros han sido igualmente destrozados por la maquinaria opresora.
«Evitar la barbarie»
«Con la película he querido preguntarme: ¿qué vamos a hacer cuando nuestros represores caigan? ¿Vamos a comportarnos como ellos y a perpetuar el ciclo de violencia? Yo confío en que, cuando ese momento llegue, lograremos evitar la barbarie». Para capturar la naturaleza absurda del totalitarismo, «Un simple accidente»ofrece mucho humor y muy certero, por ejemplo retratando a unas autoridades iranís tan descaradas a la hora de exigir sobornos que incluso aceptan tarjeta de crédito para cobrarlos. «El régimen de mi país ha fracasado, se ha derrumbado a nivel ideológico», sentencia Panahi. «Es un enfermo terminal que sigue gobernando porque tiene el monopolio de la fuerza, pero que perdió hace tiempo la legitimidad. Su negativa a irse está acercando el país al colapso».
Pese a todo, el director volvió a Irán el día después de recibir la Palma de Oro. «Sería incapaz de adaptarme a otro país. No es cuestión de principios, sino de debilidad. A causa de mi cine la gente me llama valiente, pero lo soy mucho menos que todas esas iranís extraordinarias que salen a la calle sin hiyab, que son golpeadas y arrestadas por ello y, aun así, lo vuelven a hacer. Yo hago películas porque solo sirvo para eso. Son lo que me mantiene vivo. Sin ellas, dejo de existir».
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