“A pesar del bloqueo criminal contra Venezuela, el Día Mundial de la Alimentación lo celebramos impulsando la producción nacional y garantizando la alimentación de nuestro pueblo”, aseguró Nicolás Maduro el viernes, y destacó el “esfuerzo” realizado a través de las cajas que entregan los comités locales de abastecimiento y producción. “¡Los enemigos de la patria no han podido ni podrán con Venezuela!”, escribió en Facebook.

Con los días empezaron a lloverle comentarios. “Dónde darán esas cajas, porque yo no tengo en casa nada y la caja tarda en venir un mes y no trae lo que aparece en la foto”, escribió Adrianita Pirez. “Presidente, saludos, pero le hago una pregunta, ¿qué compraría con 300.000 bolívares mensuales (menos de un euro)?”, quiso saber Arley Rivas.

La respuesta está en las calles, donde aumentan la pobreza y la desnutrición. La inflación en el precio de los alimentos durante la cuarentena ha alcanzado el 671,8%. La organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha consignado que el incremento de la desnutrición en América del Sur es “impulsado principalmente por la situación en Venezuela”, donde se pasó de un déficit de 2,5 puntos en 2010-2012 a 31,4 puntos en el periodo 2017-2019.

La última encuesta sobre Condiciones de Vida (Encovi) que elabora la Universidad Católica Andrés Bello da cuenta de que el 96,3% de los hogares se hallan en situación de pobreza. Doce millones de personas, un tercio de ellas pensionistas, reciben un salario mínimo de 400.000 bolívares, menos de un dólar. La moneda de EE UU es el factor de regulación del mercado negro donde con el equivalente a algo menos que una mensualidad se puede comprar un paquete de arroz o un kilo de harina para preparar las indispensables arepas.

Para mitigar las condiciones de precariedad, que Maduro atribuye a las sanciones norteamericanas, unos 10 millones de venezolanos reciben además el bono de alimentación tan exaltado por el Presidente que se aproxima a los cinco dólares. El Observatorio Venezolano de la Salud, el Colegio de Nutricionistas-Dietistas, la Sociedad de Puericultura y Pediatría y la Fundación Bengoa para la Alimentación, entre otras entidades, recuerdan, no obstante, que Venezuela ha sido incluida junto con Etiopía, Sudán, Nigeria, Siria y Haití entre los países con peores crisis alimentarias del planeta.

En un documento conjunto señalan que las cajas que la población compra al Estado incluyen sobre todo carbohidratos y grasas, “ultraprocesados, y muchas veces no consistentes con el patrón alimentario local o las normas internacionales de protección de la alimentación de lactantes y niños”. Es esa asimetría la que le lleva a decir a Marianela Herrera, del Observatorio Venezolano de Salud, que buena parte de la sociedad “no se está alimentando, sino mitigando el apetito”.

Entre 2014 y 2019, el PIB se contrajo el 65%. El colapso tuvo un efecto social expulsivo: unos cinco millones de personas han abandonado el país. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe ha calculado que este año caerá otro 18%, en parte por la pandemia. El hambre y la desnutrición son parte del telón de un conflicto político entre el madurismo y la oposición sin salida a la vista.

La consultora Ecoanalítica calcula que desde que desde el primer positivo de Covid-19, en marzo, los precios de los alimentos se han incrementado el 671,8%. Los venezolanos deben recurrir a la astucia, el tesón y la ilegalidad para adquirirlos. Una primera línea divisoria de la sociedad es la que separa a los que reciben remesas de sus familiares en el exterior (el 35% de los hogares) y los que deben arreglárselas sin dólares. Pero la inflación no hace distinciones. Un kilo de café costaba hace un mes 1,2 millones de bolívares. Su precio se ha duplicado. Igual que el del aceite de soja, los huevos y la leche en polvo.