Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pontevedra ciudad monumental

La salvaguarda del recinto histórico se materializó en 1951, con Filgueira y Sánchez Cantón como muñidores ante Chamoso Lamas

Pontevedra ciudad monumental

A principios de los años 40, Pontevedra no tenía un modelo urbanístico; es decir que no sabía que quería ser de mayor, cuando sufriera un crecimiento natural. No solo carecía de un Plan de Ordenación, sino que ni siquiera disponía de un plano topográfico para andar por casa.

El plano de población de la ciudad que realizó el arquitecto municipal, Salgado Urtiaga, en los años 20, nunca recibió la aprobación definitiva. Y para atajar esa irregularidad, el Ayuntamiento adjudicó en 1942 al ingeniero y geógrafo madrileño Antonio Revenga Carbonell la elaboración del plano topográfico, como paso previo a la redacción de un plan de ordenación.

Una vez concluido ese trabajo, la corporación municipal optó en 1946 por encargar la redacción del PGOM a la Dirección General de Arquitectura. Rodolfo García-Pablos González-Quijano, un técnico muy reputado de dicho departamento, fue el responsable de acometer aquella tarea.

Prácticamente al mismo tiempo, la Comisión Provincial de Monumentos Histórico-Artísticos puso en marcha con la aquiescencia del Ayuntamiento, el expediente para conseguir la protección especial del casco antiguo.

El alcalde González-Posada, el vicepresidente de la Comisión de Monumentos, Filgueira Valverde, y el arquitecto municipal, Quiroga Losada, redactaron la ponencia que inició el asunto. Su proceso de desarrollo en los años siguientes se llevó a cabo bajo la supervisión de Manuel Chamoso Lamas, comisario del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional para Galicia, Asturias, León y Zamora.

Desde aquel primer momento, Filgueira y Cantón hicieron cuanto pudieron por ganarse el favor de Chamoso. La confianza mutua tardó en llegar; hizo falta tiempo y paciencia. Pero sin el aplicado concurso entre los tres, la declaración como conjunto histórico-artístico del núcleo urbano comprendido en el perímetro de las derruidas murallas, nunca habría llegado a buen puerto.

Francisco Javier Sánchez Cantón firmó el informe reglamentario en nombre y representación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que resultó crucial. Aunque el sabio profesor dijo que había tratado de "desnudarse de toda especial afección" en dicho cometido, solo pudo soslayar en parte su querencia pontevedresa.

Tras un docto recorrido por la historia y el patrimonio de la zona afectada, Cantón justificó la propuesta con sencillez en el punto clave de su exquisito informe, sin ninguna filigrana extraña.

"La ciudad por su actual crecimiento está en una fase crítica. La obtención del título de conjunto monumental para su barrio antiguo la salvaguardará contra los ataques del interés mal entendido. Población con ensanche fácil hacia el mar y hacia el campo, no sufrirá quebranto con la limitación solicitada. Bien puede respetarse en una capital de provincia, lenta en crecer y apacible en vivir, ese remanso en el tiempo de una suma de calles y plazas viejas que harán gustosa su visita y grata la estancia".

La ponencia solicitaba tres cosas en una: a la declaración de conjunto monumental para el antiguo barrio amurallado, añadía el Monasterio de Poio como monumento histórico-artístico y el pueblo de Combarro como conjunto de interés pintoresco. No obstante, expresaba un temor: "que la pretensión de comprender en la declaración cuanto enumera fuera del caso de Pontevedra aminore la labor de atender a lo principal".

La tramitación del Plan de Ordenación y de la declaración del conjunto histórico-artístico al mismo tiempo, tratando de casar todos los intereses en juego, que no fueron pocos ni menores, provocó más de un dolor de cabeza a Filgueira, quien expresó una y otra vez sus recelos a Cantón en su fluida correspondencia. El primero confesaba al segundo que se olía "un guisote casero cocinado al alimón" entre los arquitectos de aquí y de allá.

El paso del tiempo sin materializarse la ansiada declaración llevaba los demonios a Filgueira, deseoso de meter baza como fuera.

"Tengo la certeza -escribía con solemnidad- de que si intervenimos a tiempo, que es ahora, habremos logrado lo mejor que puede hacerse para Pontevedra, que es que el que tenga una orientación urbana acertada. Si no intervenimos, la culpa de todo lo malo que pase será nuestra".

El temor anticipado por Cantón en su informe resultó premonitorio. En cuanto tuvo noticia del asunto, contó a Filgueira que el Ministerio de Educación no era partidario de declaraciones tan amplias como la contenida en su propuesta, que incluía a Combarro y al Monasterio de Poio. Al mismo tiempo, reveló que "las impresiones no son buenas, porque parece que hay órdenes secretas, y confío en tú discreción, de no tramitar declaraciones religiosas sin aquiescencia episcopal, ni urbanas sin beneplácito municipal".

La buena nueva se hizo de rogar, pero al fin llegó a mediados de 1950, coincidiendo con el tradicional veraneo de Franco en Galicia. En los días anteriores al habitual Consejo de Ministros en el Pazo de Meirás, surgieron las visitas de los ministros por doquier, y José Ibáñez Martín, titular de Educación Nacional pasó una tarde en Pontevedra, acompañado de su esposa e hija.

Aquellas cuatro horas del 11 de septiembre dieron mucho juego, porque el ministro recorrió todo el casco viejo: de la Diputación al Museo, pasando por la iglesia de Santa María y las Ruinas de Santo Domingo. Cualquiera pensaría que quiso ver con sus propios ojos las bondades de la zona monumental antes de estampar su firma en el codiciado decreto. Al acabar su visita, Ibáñez Martín se deshizo en elogios de Pontevedra y anunció su declaración como ciudad monumental.

El decreto englobó al barrio antiguo dentro del recinto amurallado y limitado por las calles Arzobispo Malvar, Cobián Roffignac, Progreso, Michelena y el puente del Burgo, pero excluyó la plaza de Curros Enríquez, la calle del Rouco desde el final del murallón de San Francisco, hasta la avenida de Buenos Aires, así como las dos aceras de la propia calle Michelena.

Todavía pasaron seis meses hasta su materialización y cuando finalmente llegó, Filgueira se mostró harto expresivo ante Cantón: "Acabo de leer en el BOE el decreto de Ciudad Monumental. Lo ve uno y no lo cree. La de cosas buenas que pueden hacerse, si Dios nos da buen viento".

Compartir el artículo

stats