Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El origen del Pazo de Lourizán

Una imagen que se localizó erróneamente en A Caeira testimonia el inicio de la construcción de la gran residencia de verano de Montero Ríos

Fotografía de las obras del Pazo de Lourizán captada por Zagala. // Museo de Pontevedra/ Ernesto Vázquez-Rey

A finales del siglo XIX el político y abogado Eugenio Montero Ríos convirtió el Pazo de Lourizán en una de las fincas más majestuosas y singulares de Europa. Fue una residencia de verano (y también oficial, ya que desde Pontevedra despachaba los asuntos de Estado) capaz de rivalizar con las quintas de los terratenientes del norte de Portugal, que inspiraron el paisajismo, o de impresionar a los visitantes con sorpresas únicas, como grutas, bosquetes o dos islas privadas. Lee bien: dos islas privadas a las que desplazarse cómodamente desde el embarcadero de la casa.

Coincidiendo con el Día Internacional de los Archivos, el jurista e investigador Ernesto Vázquez-Rey, que lleva a cabo un estudio sobre la historia y el patrimonio de la finca y el palacio, hace pública una fotografía que documenta el inicio de las obras de transformación de la mansión. La imagen, captada por el fotógrafo Zagala, fue catalogada erróneamente como perteneciente a la Escuela Agrícola de A Caeira, inexactitud que se perpetuó durante décadas y que se corrige ahora tras revisar el original del archivo del Museo.

La fotografía documenta el momento inicial de las obras de transformación de la antigua granja, asentada sobre una finca que originalmente lindaba con el mar. Montero Ríos la había alquilado cuando llega a Pontevedra para defender los intereses de la marquesa de Astorga, en calidad de jurista de éxito especializado en foros.

"La cuestión foral era clave en la época, un problema político inmenso y en el que él era el mejor de Madrid", explica Vázquez-Rey. Sus honorarios eran tan elevados "que cuando finaliza el pleito de la marquesa de Astorga ésta no podía pagar la minuta y a cambio se queda con la finca y, dentro de ella, la isla de Tambo".

Para el periodo entre 1981 y 1986, en el que se captó la imagen, Montero Ríos ya había dejado claro que tenía un plan meditado para la finca. "Lo primero fueron los jardines", indica el autor de la investigación sobre el Pazo de Lourizán, "crea avenidas, parterres y hace socalcos para cultivos agrícolas también para adornar. La primera avenida que hace es la de las estatuas, que ni siquiera figura en esa foto".

De hecho en una segunda imagen que también capta Zagala solo unos meses después y que sí se había catalogado desde un principio como perteneciente al Pazo ya aparecen esas estatuas en la etapa inicial del jardín.

La conservadora del Museo Ángeles Tilve es una de las que señala a la influencia de los jardineros lusos. "Probablemente se recurrió a un ingeniero portugués para el diseño", señala en este punto el investigador, que habría dado forma a los jardines románticos que buscaba Montero Ríos.

Vinieron después las sucesivas reformas del palacio. Se reutiliza la granja preexistente, ampliada con galerías y transformada su imagen.

Se le añade una planta, se transforma la escalinata y "se unifica desde el extremo sur, la capilla, al norte, con las galerías que diseña Jenaro de la Fuente y que le dan el aire imperial de estilo ecléctico". No menos esfuerzo se puso en la decoración, con escogidos muebles y, especialmente, con obras pintadas in situ por importantes artistas, lienzos pegados a la pared para la sala de fumar (que también se conserva en el Museo) o frescos en los techos de las galerías.

Se construye un molino, neveras naturalizadas para conservar alimentos y producción (a Montero Ríos le preocupaba en especial que la finca fuese autosuficiente) o se habilitan establos importando reses extranjeras... Casi nada -si se piensa- para lograrlo un solo hombre; cómo lo hace da para muchas otras páginas.

Compartir el artículo

stats