El comedor social de San Francisco ha demostrado más que nunca durante los últimos tres meses su gran labor con los colectivos desfavorecidos. Durante la pandemia del coronavirus ha llegado a recibir a cerca de 200 personas que se han acercado por sus instalaciones, en la parte trasera del convento, para recoger comida para ellas y sus familias. Son casi el doble de las que atiende habitualmente.

Para ello ha contado con la ayuda inestimable de los voluntarios de Protección Civil, que han ocupado el puesto de aquellos que colaboraban todo el año hasta que se declaró el estado de alarma. Además, el chef Pepe Solla y su equipo aportaron su importante grano de arena preparando las comidas durante los dos últimos meses.

El temor que tienen ahora los responsables del comedor, con el padre Gonzalo al frente, es que una vez finalizada la pandemia no vuelvan a contar con voluntarios por el miedo generalizado que el virus ha provocado entre la población. Aún es pronto para saberlo, pero, por si acaso, lanzan el primer llamamiento para poder continuar con un trabajo que se inició hace casi 32 años, cuando tres mujeres de la Boa Vila (Rosalía, Carmiña y María del Carmen) lo pusieron en marcha con el beneplácito de los religiosos.

Un menú Michelin

Ensalada de pasta con atún, verduras y huevo, cruasanes y roscas conformaron ayer el menú del último servicio prestado por Pepe Solla en el comedor, una iniciativa que partió de él mismo y para la que contó con el trabajo de su equipo, que cocinó en el emblemático restaurante Casa Solla de Poio mientras no abría sus puertas al público, previsiblemente el próximo 24 de junio.

El Concello de Pontevedra decidió que, para evitar riesgos sanitarios innecesarios, el comedor solo ofreciese servicio los lunes, miércoles y viernes, proporcionando a sus usuarios comida para llevar en táper.

"Hoy cerramos una etapa y Pepe Solla ha echado una mano fundamental, con su colaboración, su trabajo y su producto", destacó la concelleira de Benestar Social, Paloma Castro, que ayer quiso agradecer personalmente al cocinero su aportación en la última entrega en el propio comedor.

Y es que el poiense no solo aportó la mano de obra, sino también el producto, el que tenía en su restaurante para eventos que fueron cancelados por la pandemia y el proporcionado desinteresadamente por sus proveedores.

El cocinero reconoce que la afluencia de usuarios fue muy elevada y que hubo días en los que llegaron a servir hasta a 200 personas. "Empezamos con un centenar, pero poco a poco fueron aumentando y llegamos a duplicar la cifra. Ahora parece que la cosa se ha estabilizado un poco", afirma.

"Para nosotros esto ha sido muy gratificante, pero también muy triste. Son sensaciones opuestas, es bonito ayudar y debemos hacerlo como sociedad, pero es triste ver como se van incrementando las personas que lo necesitan, algo que nos puede pasar mañana a cualquiera de nosotros", considera.

Falta de peatones

El padre franciscano Gonzalo, que está al frente del comedor, informa de que éste continuará sin fecha entregando las comidas en la puerta y no habilitará su salón hasta que las condiciones sanitarias no recomienden lo contrario.

Reconoce que esta última etapa ha sido "distinta" para la organización y puesta en marcha de su labor. Echa en falta poder dar a los usuarios dos platos de comida, en lugar del único que se entrega actualmente, y el café con leche y el postre, "que ellos agradecen mucho".

La pandemia ha incrementado el número de personas que acuden, de una media de 140 hasta los 200 que se llegaron a contabilizar. Muchos de los que contribuyeron a aumentar esta cifra eran aquellos que vivían de limosnas en la calle, que dejaron de recibir con el confinamiento y la falta de peatones en las calles. También, familias enteras de etnia gitana, tal y como apunta el padre Gonzalo.