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El coronavirus no prende en el campo

Los vecinos de las parroquias pontevedresas intentan mantener sus hábitos cotidianos

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Así se vive en el campo en medio del coronavirus

A las berzas, la viña, las gallinas y los frutales les da igual el coronavirus. Y a sus propietarios también. La vida en el rural ha cambiado poco desde que el pasado 14 de marzo un decreto de estado de alarma impusiese a todos los ciudadanos de este país un confinamiento domiciliario. Al margen de no poder ir a trabajar -en algunos casos- y de no poder desplazarse muy lejos, ni acompañado, la vida en las parroquias de Pontevedra sigue prácticamente igual que antes de que el Covid-19 irrumpiese en la de todos.

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Con coronavirus o sin él, Ángel tiene que dar de comer a sus animales y para ello ha de recorrer cada día los tres kilómetros que separan su vivienda de la finca donde cultiva algunas hortalizas y alimenta gallinas y conejos, custodiados por su perro Toni. Hace este desplazamiento en coche y no siempre solo, pero en el camino rural que recorre cada día nunca se ha encontrado a los representantes de las fuerzas y cuerpos de seguridad que velan por el cumplimiento de la cuarentena. Ni cree que los llegue a ver. "No salgo a la carretera general", argumenta.

En la parroquia en la que reside, al igual que en las otras catorce del municipio de Pontevedra, los desplazamientos por caminos interiores se siguen haciendo como se han hecho siempre. El coronavirus no ha prendido en las fincas de labranza. Eso sí, ahora los saludos y las charlas con los vecinos se hacen a una distancia prudencial. "Nunca se sabe", desconfía.

Pero las tareas del campo no entienden de confinamientos ni de períodos de cuarentena. "Es seguir haciendo las labores o darlo todo por perdido", como explican los que cada día tienen que cuidar el huerto. Además, es precisamente ahora cuando debe empezar la siembra.

El Covid-19 tampoco ha enraizado en los jardines de los chalés. En las viviendas de los urbanitas huidos al campo, el día a día sigue siendo un "confinamiento" deseado. El estado de emergencia tampoco impide que cada día haya que cuidar el jardín, mimar la bodega, limpiar la ceniza de la barbacoa, baldear la terraza, o la piscina.

Para estas familias al virus hay que tenerle miedo cuando se sale de la aldea para acudir a algún centro comercial a hacer la compra. Pero una vez regresado a casa y lavadas convenientemente las manos y todos los productos y envases traídos de fuera, la vida vuelve a ser como lo era el 13 de marzo pasado.

Quienes tienen la fortuna de tener una casa en el campo se sienten en estos días "como en un oasis", dentro de esta crisis sanitaria que tiene a la mayor parte de la población confinada en edificios.

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