Alma tiene dos años y medio, es asmática, y todos los días sale a su pequeño balcón a hacer pompas. Las bate con agua jabón, porque alguien le contó que matan al virus, y metódicamente lanza al mundo por aquí y allá esferas purificadoras que, cuando las atraviesan los rayos de sol, llenan de arcoíris la calle.

"Estamos solas ella y yo en un piso pequeño, pero es lo que puedo permitirme", explica su madre, Patricia Dopazo, dependienta de una tienda que "como todas" hará un ERTE. "Tenemos que tener más cuidado, no puede salir para nada porque ha tenido problemas respiratorios por el asma, sus pulmones están un poquito menos desarrollados y siempre estamos encerradas", lo que plantea un reto porque "es una niña muy activa, así que resulta un poco complicado a ratos: quiere salir a la calle, jugar con sus amigos, ir a sus clases de baile...".

La niña es callejera, como sus vecinos, miles de peatones acostumbrados a usar masivamente el espacio público (Pontevedra es de hecho una referencia mundial en este derecho ciudadano) que desde una semana han dejado sus calles y plazas .

La vida se ha desplazado en vertical y Alba queda ahora con los vecinos de enfrente en la calle Padre Sobreira, "que también salen a hacer las burbujas", mientras los adultos aprovechan para "hablar un poco, es una manera de distraernos", explica la madre.

Como los demás vecinos, se dan cuenta estos días de que las ventanas, el balcón o la terraza son de muy distintos modos un alivio del encierro. "Cada vez que salimos a las ocho a aplaudir quedamos un ratito hablando", explica Patricia, "ayer salió uno y nos cantó, Alba le estuvo bailando al vecino de enfrente... Y así nos vamos conociendo, porque si no con este encierro te podrías volver loca... Esos cinco minutos de ver y conocer gente ayuda muchísimo, a los adultos y también a los niños".

"Claro que el balcón es importante", conviene el arquitecto pontevedrés Adolfo Agra, "nació ligado a la cultura urbana mediterránea, seguramente en Grecia o antes ya". ¿Cómo lo definiría? Pues precisamente como lo están usando (en muchos de los casos por primera vez) los pontevedreses: "como un espacio que relaciona la casa y la calle y que proporciona un control térmico". Es, explica, una solución en la cultura "principalmente urbana y de las regiones cálidas, aunque no solo. En Galicia también es una solución tradicional, en múltiples variantes como las solainas".

Descubrir casa y vecindad

El confinamiento ha traído cosas, algunas buenas. Por ejemplo más tiempo de calidad con los niños, cuentan los padres. Y también para muchos un redescubrimiento de la casa, cuando no sencillamente descubrimiento.

Es el caso de Ramona Ghezza, italiana afincada en Pontevedra que explica que "hasta hace unos días casi nunca habíamos usado el balconcito, teniendo el parque cerca nunca lo habíamos necesitado".Ahora para Fernán, su marido, y sus niños Gael y Nina, de 7 y 4 años, "abir la puerta es una manera de evadirnos de lo que pasa en el interior de la casa".

Valora un efecto en el que insisten los médicos: conviene tomar unos minutos de sol a diario, así que en este caso también ayuda el balcón "a tener aire y que los rayos de sol nos calienten un poco".

Gael ha tenido que celebrar confinado su séptimo cumpleaños y en vez de correr por la senda del Gafos estos días "hace picnic con su hermana delante de la puerta del balcón". Pero salvo los escasos minutos en los que echan de menos el parque, los pequeños de esta familia italogalllega aseguran estar "felices de pasar más tiempo que nunca en su vida con sus padres", señala Ramona Ghezza, una percepción que también han traslado a FARO numerosos niños en los últimos días.

Al despedirse, Ramona explica que "ahora incluso hablamos con los vecinos. Y nos saludamos, cosa que antes no hacíamos", un redescubrimiento de la vecindad que ayuda al pensar en las próximas semanas.

"En mi caso no tengo balcón, solo una ventana, soy pobre", bromea Oscar Paredes, al frente de la empresa Voz y Sonido, que puntualmente todos los días a las 9 de la noche pone en marcha su proyector para alegrar a sus vecinos al menos unos minutos del confinamiento. "Proyecto en el edificio de enfrente de mi casa, en la avenida de Uruguay", explica, "ponemos videoclips, o también pusimos esta semana un corto de Disney y una canción muy chula que salió en las redes de Lucía Gil".

Anoche sonó una canción "muy cachonda, de un grupo gallego, que se llama A banda de Balbina", indica el especialista, que en esta iniciativa cuenta con un colaborador muy especial, su hijo Daniel, de 12 años.

También los más jóvenes de la casa han arrimado el hombro en otros muchos hogares para elaborar carteles, lemas y pancartas. Son mensajes que invitan a quedarse en casa y "Frenar la curva", como puede leerse desde hace unos días en el balcón de un edificio de dos plantas en la parroquia de Mourente.

Dos familias (las formadas por Giovanka y Lucía y por Andrea e Iván con sus niños Darío y Raúl) comparten esta terraza en la que las pancartas, al igual que otras muchas repartidas por las ventanas y balcones de la ciudad, apelan a la responsabilidad y al compromiso de todos para frenar la epidemia.

Otros carteles transmiten mensajes de ánimo (como el "Todo vai sair ben" que colgaron estas familias de Mourente) y de homenaje y agradecimiento, en este caso a la entrega al deber de distintos colectivos profesionales que estos días han tenido que redoblar sus esfuerzos, caso de los sanitarios o los transportistas.

"Queremos trasladar cada día un mensaje de apoyo y de ánimo a los que tienen que seguir trabajando", explica Oscar Paredes, uno más de los emprendedores cuya empresa permanece cerrada.

Estos homenajes ciudadanos a los trabajadores empezaron el pasado sábado con los profesionales sanitarios, los agentes de Policía Local y los transportistas y continuaron anoche con un reconocimiento a los periodistas, los operarios de centros de mayores y los del sector de alimentación.

Son plantillas que continúan en su puesto durante el estado de alarma y que fueron representadas mediante imágenes de las cabeceras de los periódicos de Pontevedra, de las cuidadoras del centro de mayores Saraiva y de supermercados Froiz, que recibieron el aplauso de los pontevedreses.