La administración se vio obligada a duplicar el número de boticarios y médicos. "Funcionaba un hospital en O Burgo", indica Leoncio Feijoo, y a mayores se aplicaban toda una batería de medidas preventivas que buscaban contener en lo posible la enfermedad.

Además de cerrar la ciudad se estableció la clausura y tapiado de casas de todos los infectados; el enterramiento de enfermos en sepulturas profundas y, el control de todos los visitantes, así como los barridos, lavados y aplicación de cal para esterilizar.

Otras medidas pasaban por una mayor vigilancia de los alimentos y de las mercancías que entraban en Pontevedra, especialmente las procedentes de zonas que pudiesen estar infectadas, y el sacrificio de perros y gatos callejeros.

Se encendían asimismo hogueras con laurel y con hierbas aromáticas, ya que se asociaba la corrupción del aire con la propagación de la peste.