Montse García es una de las tres psicólogas clínicas que trabaja en la Asociación Alba de Pontevedra, prestando servicio a pacientes con trastornos severos y persistentes, fundamentalmente personas con esquizofrenia, trastorno bipolar o de personalidad.

-¿Se han incrementado este tipo de enfermedades mentales en los últimos años?

-Más o menos se ha mantenido, pero lo que sí notamos es una mayor demanda, sobre todo del servicio residencial. Esto se puede deber o bien porque la convivencia es difícil o porque los padres de la persona con el trastorno se van haciendo mayores y debido a sus propias necesidades no son capaces de hacerse cargo de la situación.

-¿Qué sintomatología suelen presentar los trastornos mentales más comunes?

-Si hablamos del más frecuente en nuestro centro, podemos decir que la esquizofrenia es un trastorno que suele aparecer en la adolescencia. A estas edades no siempre es fácil establecer un diagnóstico seguro, aunque se puede intuir. En principio los síntomas se clasifican en dos tipos: positivos, referidos a los que están y no deberían, como pueden ser escuchar voces, sentir que te tocan, creer que te quieren envenenar,? y los negativos, que son aquellos relacionados con lo que debiera estar presente pero no es así, como el interés, la energía, la iniciativa? de manera que la persona tiende a quedarse en cama porque le cuesta muchísimo activarse.

-¿De qué forma se trabaja en Alba con las personas que padecen algún tipo de estas dolencias?

-A través de un seguimiento clínico, lo que intentamos es recuperar aquello que la enfermedad echó abajo: la motivación, las ganas, la energía... Hacemos que vuelvan a ser personas activas, puesto que toda rehabilitación implica volver a moverse. Además trabajamos ciertos aspectos que el trastorno puede dificultar, como la memoria, el mantenimiento de la concentración o fijar la atención.

-El desconocimiento en la sociedad sobre las diferentes enfermedades mentales y trastornos dificultan un diagnóstico precoz de las mismas, tanto para la persona por sí misma como para la familia, ¿de qué forma se podría cambiar esto?

-Un trastorno mental no deja de ser una enfermedad. En los textos se hace distinción entre una dolencia física y las enfermedades mentales, cuando en realidad no debería ser así. Una enfermedad mental es debida a que la química que se mueve por el cerebro está alterada y no deja de ser un problema físico, aunque se traduzca en conducta. No es algo inventado. Los neurotransmisores están enviando una información que no deberían, pero no es porque yo me la invente, sino porque mi neurotransmisor está condicionando mi mente: diciendo que hay voces o que te persiguen. Debieran estar al mismo nivel, teóricamente en la sanidad lo están, pero entre la población general no, y hay que empezar por visibilizarlas y dar información.

-De hecho, existen reticencias a acudir al psicólogo, al psiquiatra e incluso a tomar la medicación prescrita.

-Muchísimas. Sobre todo a la medicación. Al final, el desconocimiento implica miedo, temor. No solo no hay información sobre estos problemas, sino que existe mucha desinformación. Hay temor al estigma y cuando aparecen los primeros síntomas, las familias intentan darle explicación pensando que sus hijos consumen droga o que son vagos, es decir, se buscan causas fuera de la enfermedad por desconocimiento. Y, posteriormente, cuando se diagnostica, cuesta mucho asumirlo, sobre todo cuando se da el paso de ir al psiquiatra. A mayores, el hecho de tener que tomar diferentes fármacos asusta, y es cierto que pueden ser muchos, pero son los necesarios.