Son un ejemplo para la sociedad por su capacidad de superación, por sobreponerse en un mundo en el que las mujeres no tenían el mismo acceso que los hombres a derechos hoy tan asentados hoy en día como el de la educación o por superar barreras que les llevó en un mundo patriarcal a dirigir empresas o incluso sobreponerse a enfermedades de familiares para salir adelante, siempre con corazón y humildad.

En un mundo dominado por actualmente por la rapidez de la tecnología sus vidas ponen en cuestión lo que los más modernos llaman ahora "multitarea". La vida de Araceli Fernández, de San Salvador; Jesusa Casás, de San Xoán; Áurea Aguín, de Raxó; y Rosalía Fernández, de Samieira, son ejemplos de la lucha de las barreras que tuvieron que superar muchas mujeres en busca de un mundo mejor. Este 8M, Poio las homenajea tras ser elegidas por el Consello da Muller para protagonizar un documental sobre sus vidas llamado "Vivencias de muller", que será plasmado en un cuento en el que transmitirán sus valores a los más pequeños del municipio. "Fue una sorpresa que nos eligieran, nos vemos como otras muchas mujeres que tuvieron que superar dificultades", explica Rosalía mientras que Áurea, Jesusa y Araceli asienten.

De las cuatro, Araceli es la más veterana. Con una memoria prodigiosa, recordaba como ya de niña tuvo que ir a mariscar. "Acabábamos con las manos cortadas por las piedras, para conseguir una cesta que vendíamos por 6 pesetas", explica todo para acabar "con un cacho de pan de maíz y una manzana". Más tarde fue lavandera, también siendo muy joven. También aprendió a coser para "ganarse el oficio". También trabajó como asistenta en casas y de hecho, al poco de casarse se fue a Francia.

"Había trabajo, pero de limpieza, hacer dos casas por la mañana, otra por la tarde y, claro, la mía también", recuerda. " Bonjour madame y todas esas cosas, pero Francia no era para mí ni para nos hijos y nos volvimos", destaca. Volvió y se dedicó al marisqueo y a la venta de pescado trabajando de sol a sol, también tuvo una fonda, fue churrera y aun tuvo tiempo para ser una de las fundadoras de "Os Canecos".

Ante las adversidades

Jesusa recuerda como buenos sus años en el colegio. Salvo por su profesora, "Doña Mercedes era de las de palos si lo hacías mal", recuerda. Compaginó jugos como el pelete o as agachadas, con sus trabajos en casa. "No había ni agua ni luz y había que ir a la leña y con un sachiño iba a mariscar", recuerda y también repartía leche en Campelo y en Combarro. Se casó con 17 años y acabó fundando el restaurante Nova Cepa, primero en Pontevedra y después en San Xoán.

"Mi vida fue de cocinera, me encantaba", señala. Entre sus especialidades, destacan la empanada de centollo e incluso la pizza, "siempre me gustó aprender", apunta al respecto, pero sobre todo destacan sus zamburiñas. "Querían que patentase una salsa, pero yo la quería para mis clientes", afirma. "Si fuese hoy en día sería reconocida como una gran chef", apunta en la proximidad Áurea.

Como en el caso de Jesusa, la pérdida de su marido marcó la vida de Áurea. Natural de Portonovo, se instaló en Raxó tras casarse. Dejó su profesión de peluquera para dedicarse a sus hijos, pero con 40 se quedó viuda, teniéndose que hacer cargo de la empresa familiar de bateas.

"No tenía ni idea de llevar la empresa y era muy tímida y, además, el primer año fue malísimo. No piensas que te va a tocar a ti, no lo aceptaba al principio. Fue chocante encontrarte con todo eso, muchas cosas que no entendía, pero seguí luchando y acabé de empresaria sin querer", afirma. Hoy en día, son sus hijos mayores los que llevan la empresa. "Aconsejo a los hijos y estoy muy orgullosa, pero como empecé a cotizar tarde, no me puedo jubilar", señala apuntando una realidad que afecta a muchas otras mujeres.

La vida de Rosalía empezó en el campo, trabajando en las fincas de sus abuelos. Su padre, un zapatero que venía de Argentina le hizo los zuecos con los que iba a trabajar ya de niña. Criada entre hombres, siendo la única entre hermanos, tuvo que trabajar ya de joven en la fábrica de conservas Romai. "El dinero que ganaba no lo veía, iba derecho para mi madre", recuerda. Trató de aprender a coser de joven, pero tuvo que dejarlo. Su vida cambió con el nacimiento de su primer hijo. "Se lastimó el cerebro y tiene una discapacidad mental", apunta, matizando que "eso hundió a mi familia". En una época complicada para estas personas, con muchos casos en los que se ocultaban en las casas, ella optó por "estimular su conocimiento". "Desde los 7 años está en el Juan XXIII y, a pesar de dificultades como los ataques epilépticos, es un encanto. No se vale por si mismo, pero si va ya solo en autobús a Pontevedra y le encanta hacer recados, es él el que está pendiente de lo que falta en la despensa", apunta. Su vida cambió ya de mayor, cuando pudo cumplir su sueño de aprender a coser. "Vine para la casa rosada primero y después en el Xaime Illa para aprender e hicimos incluso desfiles y me coso toda mi ropa y tengo mi grupo de amigas", confiesa orgullosa por haber cumplido de mayor con el reto que e había marcado de joven.