El cómico italiano Leo Bassi representará este sábado en el Teatro Principal su espectáculo "El último bufón", un trabajo más íntimo y reflexivo que los que carecterizan al actor pero con la misma rebeldía que, rozando la provocación, desata la risa.

-¿Qué se encontrará el espectador este sábado en el Principal?

-Un espectáculo del que estoy muy orgulloso. Habla de cosas íntimas de mi familia, que lleva haciendo el payaso desde 1840. Soy la sexta generación de una familia con una manera diferente de ver el mundo, como bufones, y me siento responsable de seguir esa tradición.

-¿"El último bufón" es también un homenaje a su bisabuelo?

-A todos mis descendientes. Hay un momento único, ya que tengo imágenes de mi bisabuelo actuando en 1896, grabado por los hermanos Lumière, inventores del cine. Filmaron en el Circo Rancy, en Lyon. Y estas imágenes las descubrimos hace tan solo tres años, nadie en mi familia sabía que existían. Una historiadora nos presentó este documento que fue muy impactante para nosotros. Para mí supuso un orgullo muy especial ver que mi bisabuelo hacía básicamente lo mismo que hago yo: conseguir que la gente se ría. Estas imágenes son la base del espectáculo.

-¿Hay mucho de reflexión en este nuevo espectáculo?

-Todo. Vamos a reflexionar sobre qué es lo importante en la vida. Yo creo que la esencia de la vida está en ser capaz de reirse de todo, con alegría y esperanza. Es un espectáculo muy actual que busca remover conciencias y pararse a reflexionar sobre la realidad de hoy en día, donde todo parece trivial.

-¿Aplicó a este trabajo un concepto diferente al resto de sus trabajos?

-Este será menos provocador. Vivimos un mundo bastante vulgar y muy superficial en el que es imprescindible decir lo contrario de lo admitido. Creo que voy a sorprender al que venga buscando al Leo Bassi de siempre, porque encontrará a un Leo Bassi filosófico, poético pero reivindicado el papel antiguo de los bufones.

-Usted lleva más de 40 años sobre el escenario, ¿evolucionó mucho su profesión en este tiempo?

-Mucho. Y en esta recta final de mi vida siento que tengo el deber de difundir la espiritualidad que hay en las personas que se dedicaban a repartir alegría. Mi familia pasó por dos guerras mundiales, por muchas tragedias, y siempre intentaron ver el lado positivo. ¿Cómo será salir a actuar en medio de una guerra mundial? Supongo que hay que estar muy convencido de que, pase lo que pase, la gente es buena y los niños deben mantener la ilusión. Es nuestro deber proteger esa inocencia. Para mí la rebeldía es una seña de identidad. Rebeldía contra la mentira y contra todas las cosas que rompen la esperanza. Por eso creo que ser payaso, ser un antiguo bufón, es un trabajo esencial y esa es la reflexión a la que he llegado en los últimos años y que compartiré con el público de Pontevedra este sábado.

-¿Podría sintetizar esa reflexión?

-La centraré en la sociedad en la que me encuentro. Desde la Ilustración, siempre hubo muchos intelectuales que tenían mucho que aportar. Ahora tengo la sensación de que la era tecnológica les hizo desaparecer, ya no hay nadie que diga algo. Esto despertó mi conciencia. No sé si lo que digo es importante o no, pero siento que tengo que hacer una reflexión sobre la sociedad, sobre la ética en un mundo que la ha perdido. Lo que pretendo es utilizar mi experiencia y la de mi familia, que acumulamos 170 años diariamente delante de un público, de familias con niños, para saber qué es lo que importa. Todo este bagaje me ha dado una visión del mundo, una ética, que ahora quiero difundir y compartir. Proclamo el inicio del levantamiento bufonesco frente a la apatía ética.

-¿Le resulta fácil hacer reir a su público?

-Hay diferentes tipos de risas. Está la superficial, que a los 10 minutos no la recuerdas; y la profunda, esa que no olvidas. El público tiene hambre de esa risa profunda. Hay un perfil de público, quizá más reducido, que demanda un humor más profundo.