Unas 1.600 fregonas al mes. Esa es la capacidad productiva del taller ocupacional para adultos que la asociación Juan XXIII tiene operativo en sus instalaciones de San Blas, en Pontevedra.

No es el único. Talleres de manipulados de artesanía y de encuadernación arrancan cada día con la ilusión de crear artículos y nuevos productos que llegan al mercado y puedan ser utilizados en la vida cotidiana. En cada uno de ellos trabaja cada día una media de entre 15 y 18 adultos de la asociación Juan XXIII, personas a las que su discapacidad intelectual no les impide desarrollar un trabajo, en la mayoría de los casos mecánico, que concluye en un acabado casi perfecto.

Por ello reciben a fin de mes una simbólica gratificación, aunque lo más satisfactorio para todos ellos es sentir que su trabajo resulta útil a los demás y es que mientras lo realizan, saben que forman parte de un equipo del que son una pieza indispensable.

Así lo explica Fran Miguel Torres, de Raxó, uno de los jóvenes que trabaja en el taller de fregones, dirigido por el monitor Gerardo Carballal. Fran conoce a la perfección todos los pasos necesarios para hacer una fregona de calidad.

"Hacemos dos tipos de fregonas y en nuestro taller se sigue todo el proceso, desde la recepción del material en bobinas hasta el empaquetado final para su posterior venta".

María del Mar Montes se encarga de cortar los hilos al tamaño estandar. Es el primer eslabón de una cadena que continúa con la colocación de una gomas, la colocación de casquillos y el igualado del tamaño con una guillotina. Antes colocan la etiqueta de Supermercados Froiz, donde podrán ser adquiridas por el consumidor, y sellan el paquete.

"Pueden comprarlas con total seguridad. Son 100% algodón y salen buenísimas", insiste Fran Torres.

Para Gerardo Carballal, monitor de este taller, lo importante de este trabajo productivo en equipo es que permite a los usuarios alcanzar altos niveles de autonomía y una "gran satisfacción personal", al comprobar que su trabajo resulta útil a la sociedad en general. Pero el objetivo es que a través del trabajo los usuarios ganen en autoestima, en autonomía y en habilidades sociales.

La capacidad de producir de este taller es limitada. Los tiempos de producción romperían los ratios de cualquier empresa. Pero aquí lo importante es facilitar a los usuarios herramientas que les permitan avanzar en inclusión y, sobre todo, que les demuestren que su discapacidad no les limita.

Por ello, cada fregona que sale al mercado contiene un plus de ilusión y dedicación, la que cada usuario aporta para que no haya ningún error en el artículo final. La que despierta su sonrisa cuando hablan con entusiasmo del trabajo en cadena que desarrollan para conseguir un objetivo común.

Pero si los participantes en el taller de fregonas se implican con su trabajo, los del manipulado para diferentes empresas no se quedan atrás. Atienden encargos para empresas como Bandalux, la conservera Pérez Lafuente o MGI Curtier, del sector del automóvil. "Montamos piezas, hacemos revisiones y empaquetado de diversos productos. No tenemos volumen como para que el taller funcione todo el año, pero los usuarios están muy pendientes de que los pedidos estén siempre al día", explica Nuria Luque, gerente de la asociación Juan XXIII.

En el taller de encuadernación y artesanía trabajan también 16 personas, aunque en diferentes turnos. En las estanterías de la sala guardan infinidad de trabajos que realizaron para bodas, bautizos, comuniones e incluso para instituciones que, en fechas señaladas, delegaron en estas expertas manos el diseño y elaboración de regalos puntuales. "Una vez hicimos 135 marcos de fotos para la Diputación, con una técnica de pintado a mano y nos quedaron todos diferentes", explica Francisco, con el mismo entusiasmo que pone a cada trabajo artesanal en el que colabora.

Reconoce, igual que el resto de sus compañeros, que "nos encanta que nos hagan encargos personales, para comuniones por ejemplo". Porque es en esos detalles donde pueden demostrar su interés por personificar hasta el mínimo detalle que satisfaga a su cliente.

"Hacemos cajas personalizadas, del tamaño que nos pida cada cliente. También álbumes o libretas con la decoración que nos indiquen", explica Fran, seguro de que los trabajos que salen del taller agradarán a quienes los reciban.

Todos conocen las técnicas de la encuadernación, pero cada uno es especialista en una parte del proceso.

A Maite, una marinense muy sociable, le encanta el minucioso trabajo del cosido de las páginas. "Esto es básico para hacer una libreta, un libro de firmas o de notas y una vez que sabes cómo hacerlo resulta sencillo".

María Cabada la observa sonriendo mientras se hace cargo de las tapas de una enciclopedia para comenzar las tareas de restauración. Lleva muchos años participando en el taller de restauración y sabe de memoria cada paso que debe dar, tanto que hasta resta importancia con humildad al trabajo que va a iniciar.

Mientras tanto Fernando ordena en una caja cada letra de una tipografía que hace años fue sustituida por programas informáticos más precisos. "Aquí seguimos utilizando métodos artesanales y manuales para realizar este trabajo".

Santi García, natural de Verducido, también se siente satisfecho con su aportación a este taller. Le gusta preparar con calma las páginas de las libretas, una tarea en la que colabora José, el último en incorporarse al equipo. Lleva poco más de un año como usuario de la asociación, pero no quiere ni oír hablar de dejar de acudir.