Las rías gallegas experimentaron este verano un notable incremento de los avistamientos de ejemplares de tiburón azul, una curiosa presencia hasta ahora inédita en otras zonas del planeta y que en las costas de nuestra comunidad se repite cada verano desde 2013. El registro iniciado entonces por el grupo de biólogos que investiga este fenómeno constata dicho aumento: en 2018 fueron observados 233 ejemplares frente a los 106 citados durante los dos años anteriores.

"Podría haber un aumento de densidad, pero es necesaria una serie histórica más larga para confirmarlo porque los datos también pueden deberse a un efecto llamada por las campañas en las que se pide la colaboración ciudadana", explica Gonzalo Mucientes, investigador del Cibio de Oporto e integrante del equipo de seguimiento del tiburón azul junto con David Villegas y Alexandre Alonso, del IIM-CSIC; Toño Maño; Rafael Bañón; y la coordinadora Cemma.

Además de reunir las citas reportadas por pescadores y bañistas, los expertos analizan diferentes hipótesis para explicar por qué el tiburón azul o tintorera - Prionace glauca-, una especie oceánica distribuida por todo el mundo y que desarrolla su vida muy lejos de la costa, tiene esta reciente querencia por las rías gallegas.

El pasado verano ya presentaron algunos resultados preliminares en el VII Congreso de la Sociedad Ibérica de Ictiología, celebrado en Faro (Portugal), y acaban de enviar un artículo a la revista Fishmed, especializada en peces ibéricos, sobre esta anómala presencia de tintoreras en aguas someras.

En dicha comunicación, señalan que durante 2016 y 2017 se observaron en toda la costa 106 ejemplares desde julio, el mes con más registros, hasta octubre. Y la talla media fue de 72 centímetros.

Pero en 2018, los avistamientos se dispararon hasta los 233 tiburones, correspondientes a 122 eventos. La mayoría de ellos tuvieron lugar en agosto, en correspondencia con el histórico de años anteriores, pero también se constató un moderado incremento en septiembre.

El tiburón azul pasa la mayor parte de su vida en el océano abierto y, aunque se sabe que los juveniles permanecen en aguas más próximas a la costa durante sus primeros años de vida y que los pescadores están habituados a observarlos a unos 200 kilómetros mar adentro o incluso en la cara externa de Cíes, los registros en las rías constituyen un hecho excepcional.

"No tenemos constancia de que este fenómeno ocurra en otros lugares y con la misma intensidad. Hay zonas de cría en el noroeste de la Península Ibérica y las Azores pero están en mar abierto y es muy inusual que una especie pelágica como ésta pueda llegar a zonas tan costeras, a veces incluso en los muelles o cerca de la rompiente de las olas en las playas", apunta Mucientes.

Los ejemplares reportados son juveniles con pocos meses de vida o nacidos el año anterior y los investigadores barajan diferentes hipótesis para explicar esta aproximación. Por ahora ya han descartado que se deba a la búsqueda de alimento tras analizar los estómagos de ejemplares varados.

Las otras explicaciones más plausibles pasan por el aumento de la temperatura -en esta región de 0,24ºC por década desde 1974-, cambios en las condiciones oceanográficas de las áreas de cría, una reproducción intensa en alta mar que originaría un reclutamiento muy elevado y presión demográfica, o una mezcla de varios de estos aspectos a la vez.

"Es necesario un trabajo de fondo durante varios años para determinar si se siguen registrando picos entre julio y septiembre, fundamentalmente en agosto, y para empezar a correlacionar los datos con posibles variables oceanográficas y ambientales", añade Mucientes.

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