Jesús Martínez, de 89 años y con movilidad muy reducida, es uno de los 66 pontevedreses que aguardan por una plaza en una residencia para mayores. Natural de Laracha, en la provincia de A Coruña, lleva viviendo en la Boa Vila alrededor de tres años.

"Me apunté el 13 de junio de este año", asegura a la vez que da un breve paseo por la Alameda. Son un máximo de diez minutos a pie y ayudado por dos bastones, lo que su corazón le permite sin tener que tomar asiento. Tiene un marcapasos, tres "bypass" y ya solo le queda una arteria. Fue de los primeros pacientes de Galicia en ser operado del corazón, hace unos 30 años en A Coruña.

Su delicado estado de salud le ha llevado a solicitar una plaza en una residencia. Lo ha hecho para toda la comunidad autónoma y, aunque dejaría Pontevedra con pena, es consciente de que su autonomía se ha mermado sensiblemente en el último año. Ahora mismo cuenta con la ayuda de una mujer para la limpieza de la casa, pero de su propio aseo y de la comida se encarga él mismo. "Tengo un robot de cocina y me voy apañando", asegura.

"No pedí antes la plaza porque no la necesitaba, pero ahora se me hace cuesta arriba. Sin el motociclo no me arreglo", confiesa en alusión a su silla de ruedas eléctrica.

"Yo sé que hay mucha gente en lista de espera, pero también conozco personas que no necesitan esas plazas tanto como otras. Lo que yo veo mal es que no se priorice a los casos más graves", se lamenta.

Eso sí, hay una cosa que Jesús Martínez tiene muy clara: "no me importa que me manden a donde sea, siempre que sea pública".

Para evitar que su estado físico empeore, acude todos los días a las piscinas de Campolongo. "Con ellos mi memoria no fue a menos", dice agradecido, a la vez que también insiste en alabar a los profesionales de la sanidad pública. "Los trabajadores, médicos, enfermeras... sí se preocupan por uno; no tienen nada que ver con los políticos", concluye.