"Me molesta el sambenito de que el Casino solo es cosa de pijos y de ricos". Con esta afirmación espontánea y sincera abrió Jaime Olmedo la campaña para conseguir su reelección como presidente de la entidad por tercera vez, frente al aspirante a la sucesión, Alejandro Regueiro.

Tengo para mí que ya quisieran algunos llegar a ser lo uno (pijos) y, sobre todo, lo otro (ricos). Ambas cosas no están al alcance de cualquiera y, sin embargo, la socialización de la entidad no ofrece hoy discusión alguna.

El Liceo Casino dejó de ser la entidad elitista que fue un tiempo lejano, el día que suprimió el uso de las bolas negras como sistema establecido para vetar la entrada a algún pretendiente desclasado. A pesar del pote y la pompa que se dio siempre, la verdad histórica demuestra que Recreo de Artesanos antes y después el Mercantil e Industrial, brillaron con luz propia en sus mejores épocas y dieron sopas con honda al Liceo Casino en sus horas bajas, tanto en sus bailes legendarios como en sus actividades culturales.

A las elecciones del Casino las carga el diablo. Silvino Alonso Boente fue un presidente muy respetable, que dotó a la entidad de un parque de verano en propiedad que no tenía -Mollavao era alquilado- con el respaldo unánime de la masa social. Y al año siguiente, le dio la espalda y eligió presidente a Ricardo López Molero. ¡Lagarto, lagarto! Desde entonces.

Las votaciones que decidirán la nueva directiva del Casino dentro de cuarenta y ocho horas se presentan muy reñidas. Eso dicen y tal sensación transmiten estos días Jaime Olmedo y Alejandro Regueiro, tras una campaña que acabó enconada. Por tanto, confianzas las justas.

Una lectura atenta de las ofertas presentadas por ambos equipos demuestra que difieren en no pocas cosas, aunque seguramente no tantas como en una confrontación programática del PP y el PSOE. Aquí no cuenta tanto lo ideológico como lo material y lo personal; de qué hacer con el futuro del Casino se trata, aunque también cuente cómo hacerlo. Sin embargo, estoy convencido de que los socios de la entidad van a votar más a las personas que a sus programas; el factor humano pesa mucho. Y los reformistas ( Regueiro) creen que a mayor participación, mayor posibilidad de cambiar las tornas y ganar a los continuistas ( Olmedo). Ahí está el meollo de la cuestión.