Rosario Iglesias tiene 73 años y cuida de su madre, María del Pilar Pérez, de 94, que se encuentra encamada desde hace ocho. Viven en la parroquia pontevedresa de Alba.

Todo comenzó cuando la anciana comenzó a decir que no quería andar. A partir de ese momento tuvo una caída y después sufrió un ictus. Ahora su vida se limita a descansar en una cama.

Su hija dedica día y noche a cuidarla. Cuando ella no está, lo hacen su hija o nietas. Es un trabajo que queda en familia y, en este caso como en muchos otros, entre mujeres.

Rosario Iglesias solicitó la ayuda de dependencia a la Xunta, pero para ello tuvo que sufrir lo que miles de gallegos: una espera desesperante. "Tardaron más de cinco años en concedérmela, ya podía haber fallecido ella", se lamenta. Hasta el año 2023 le pagarán con carácter retroactivo.

Son cerca de 97 euros mensuales, que llegan a poco en su caso, jubilada con una pensión de autónoma y la de viuda, un caso similar al de su madre, que cobra la de la agraria y viudedad.

Una persona mayor y dependiente como María del Pilar Pérez necesita una cama adaptada, un colchón de aire para evitar llagas, pañales especiales y medicación, entre ella la recomendada para dormir bien.

"Es alguien a quien quieres y lo haces voluntariamente, pero es algo que te condiciona la vida por completo porque no todo el mundo podemos pagar a una persona que la cuide. Si yo no estuviese jubilada no podría trabajar. Es muy duro, los políticos deberían reflexionar sobre ello", asegura la cuidadora pontevedresa.