El buque escuela Juan Sebastián Elcano ha sido durante mucho tiempo algo así como la inefable casa de Tócame Roque, donde el tráfico y el consumo de droga estaba a la orden del día, y donde la tripulación entraba y salía en cada puerto a su libre albedrío; o sea sin registros ni controles de ningún tipo. Tan anómala situación era un secreto a voces entre su tripulación.

Esta tremenda conclusión acaba de establecer en toda su crudeza la jueza togado militar que ha instruido el caso del alijo de 127 kilos de cocaína hallada en el interior del barco hace menos de un año. Salvo los tres tripulantes detenidos con las manos en la masa, su señoría no ha podido ir más allá en su ardua investigación para localizar a todos los implicados. Solo extrajo la certeza de que el cocinero de Elcano calla más que habla. El Naca, su nombre de guerra, guarda el secreto de todas las salsas del narcotráfico allí aliñado.

Un viaje por el túnel del tiempo, al menos hasta medio siglo atrás, evoca cada arribada del buque en Marín cargado de tabaco rubio americano y botellas de whisky de las marcas más codiciadas (por no hablar de televisores y otros presentes), que traían los guardiamarinas para sus familiares y amigos.

Aquel trasiego resultaba inocente, pero tampoco estaba autorizado; se hacía la vista gorda y nunca pasaba nada. Al fin y al cabo, el contrabando solo era un delito administrativo. Eran otros tiempos y otras mercancías. Nada que ver una situación con la otra, aunque el porteador fuera el mismo: Elcano.

El ciclón mediático que ha envuelto al buque insignia de la Marina española ha sido, sin dura, el envite más fuerte de cuantos ha sufrido en su larga trayectoria. El sonado affaire no solo deja en mal lugar a la Armada, sino que también salpica la credibilidad de España ante EEUU por su falta de control de ciertos privilegios diplomáticos en razón del buen nombre de una embarcación legendaria.

El Meollo de la cuestión está adivinar si afectará a su cálido recibimiento familiar el control policial que sufrirá Elcano y su tripulación durante su tradicional escala en el puerto de Marín, y vislumbrar de paso cuanto tiempo necesitará el barco para reflotar su pedigrí perdido por razones ajenas a las propias leyes marinas.