En junio de 1988, hace 30 años, comenzaba su actividad el Comedor de San Francisco de Pontevedra, puesto en marcha por los frailes. Al frente se encontraba el padre Amaro, superior de los franciscanos, quien tras constatar la necesidad de una institución benéfica de este tipo en la ciudad decidió, con sus propias manos y la valiosa ayuda de tres voluntarias, dar de comer a decenas de personas necesitadas. Entonces, cuando en las calles la heroína hacía estragos, se sentaban a estas mesas a tomar un almuerzo caliente unos 80 usuarios. Ahora, cuando es la crisis la que castiga a las familias, el número llega a superar algunos días los 140.

El padre Gonzalo es el que dirige actualmente el Comedor de San Francisco, ayudado por el padre Ignacio. Junto a ellos, una media de 13-14 voluntarios diarios. En realidad, son más, 20, pero se organizan en turnos de lunes a sábado. En plantilla están dos personas en cocina y una técnica de gestión social. El padre Amaro, ya no está en Pontevedra, ya que según los preceptos franciscanos está como superior en Lugo.

El comedor se sustenta con el dinero recogido en los dos cepillos de la Iglesia de San Francisco, por la vocación de San Antonio del pan de los pobres. Por ello, cada San Antonio, 13 de junio, se celebra una fiesta especial, similar a la que tiene lugar con motivo del San Francisco y Navidad.

Además, buena parte de los alimentos procede de donativos, tanto de particulares como de empresas. Mercadona, Froiz, Frutas Moncho y Capri son, según el padre Gonzalo, los colaboradores asiduos, a los que se unen otros más esporádicos.

Los usuarios, que tienen que ser repartidos en varios turnos por la capacidad del comedor, a veces hasta en tres, toman dos platos, postre y reciben un bocadillo y fruta para la merienda. "Algunos también traen un táper para poder llevarse a casa comida, ya que siempre sobra alguna", destacan los voluntarios.

Si no existiese el Comedor de San Francisco "sería un problema muy serio para la ciudad, ya que son muchas las personas que comen aquí a diario, muchas desde hace años". No hay un perfil único, pero abundan los de avanzada edad a los que no les llega la pensión que reciben y los jóvenes con problemas de alcohol o drogas.

Para orientar a muchos de ellos está Esther González Gómez, educadora social, en su puesto de técnica de gestión social. Es voluntaria de la institución benéfica desde el año 2010 y ahora trabajadora contratada.

"Desde aquí les informamos sobre los recursos de la ciudad, por lo que me mantengo en contacto con el Concello, Cáritas, Cruz Roja, la Policía...", explica. También les ayuda a hacer sus curriculum vitae y les entrega material como mantas. "En realidad, muchas veces la gente solo quiere que le escuches porque lo que es ayuda material se recibe mucha, porque en Pontevedra se da mucho dinero y comida", considera.

Esther González insiste en que lo que hace falta ahora son voluntarios más jóvenes.

La más veterana de todos, que lleva desde el inicio de la actividad del comedor es Conchi Beloso Ignacio. Tiene ahora 71 años y comenzó en el voluntariado a través de su hija, enfermera. "Comenzó ella cuando era estudiante, después, como no lo pudo compatibilizar con su carrera me animó a mí a que empezase. Y desde entonces estoy aquí", recuerda la pontevedresa. "Al principio éramos muy pocos voluntarios; de hecho, teníamos que cerrar el comedor para servir entre planto y plato".

Ahora no se imagina su vida sin dedicarle todos los días de la semana a esta labor social. "Esto engancha. Hasta que pueda, seguiré viniendo. Mi familia está feliz de que siga al pie del cañón", reconoce.

Se conoce a todos los usuarios, muchos ya fallecidos. "Se quedó mucha gente por el camino. Fue tremendo", dice recordando a las víctimas de las drogas.

Pendientes de los frailes

Luis Vasques, natural de Portugal de 47 años, es asiduo de la institución desde 2010. Como él, muchos más, de los que los voluntarios saben sus nombres.

Lo único que podría poner en peligro esta labor altruista es la desaparición de la comunidad franciscana de Pontevedra. Ya solo quedan cuatro frailes y la media de edad es de 80 años. El convento de San Francisco llegó a tener 60 frailes en la ciudad, su mayor número. Fue en los siglos XVIII y XIX, antes de la desamortización de Mendizábal de 1835. Los usuarios del comedor, rezan, a su manera, para que este no desaparezca. "Sin él no seríamos nada", reconoce Luis Vasques.