Un año. 365 días que no han valido para cerrar una profunda herida que, seguramente, nunca cicatrizará. Porque Poio es una villa marítima y por su propia condición, recuerda los sucesos relacionados con el sector como la que más.

Pero hoy, más que nunca, la localidad poiense vuelve a llorar mirando al mar. Porque se cumple exactamente un año de aquel fatídico 26 de abril de 2017, que amanecía con la sociedad poiense consternada por un suceso que muchos dudaban de si sería o no fruto de sus pesadillas: un barco pesquero había naufragado a orillas de la Isla de Tambo, a escasa distancia del puerto de Combarro, adonde se dirigía después de una jornada relativamente fructífera desde Marín.

La noticia adquiría todavía más cariz funesto cuando se conocía que todos sus tripulantes eran vecinos de la localidad. Concretamente de Campelo. Cinco marineros que organizaban sus vidas separados por escasos metros. Tres familias sobrecogidas por el inesperado hundimiento de quienes eran expertos en esas lides. Y otras tantas, a la expectativa de recibir noticias que no confirmasen lo que todos temían.

Pero finalmente, no todos pudieron aguantar. Cinco fueron los marineros que partieron en el Nuevo Marcos. Solo dos los que volvieron: Carlos Carballa y Adrián Ligero. Mientras, el patrón Francisco Castiñeira, Florentino Carballa y Jesús Ligero se quedaron en el camino. El mar, que tanto les había dado para vivir, les acabó quitando la vida.

Eran poco menos de las cuatro de la madrugada cuando el Nuevo Marcos chocó con una batea. El golpe hizo que el casco se rompiese y por ahí empezó a entrar agua. El barco se hundía. Y todos los que pudieron saltaron al agua. Carlos, el más joven, decidió tomar la iniciativa. Ante la falta de alarma, decidió nadar a tierra para buscar ayuda. Allí quedaron el resto, a flote, salvo un Jesús Ligero al que sus compañeros ya no encontraron desde un primer momento.

Carlos acabó completando la heroicidad de pisar tierra y dio la voz de alarma. El operativo de rescate comenzó, pero cuando llegó, tan solo Adrián permanecía con vida, agarrado con sus últimas fuerzas a una batea.

A partir de entonces comenzó el duelo, con una despedida multitudinaria al día siguiente en el Mosteiro y los posteriores trabajos para reflotar el barco, primero, e investigar las causas del siniestro, después.

Un año más tarde, todos siguen esperando el informe de la Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes Marítimos de Fomento (CIAIM) y pocas son las certezas acerca del accidente.

Mientras, las familias tratan de convivir con la pena y aguardan novedades para actuar en base a sus intereses. Los Castiñeira, relacionados con la empresa del barco, guardan silencio mientras los Ligero no piden culpables, pero sí respuestas y los Carballa aguardan intentando salir adelante con el mar, de nuevo, como sustento.

Por su parte, desde las administraciones no hay apenas movimiento de fichas para evitar de nuevo una tragedia así. La Xunta anuncia un plan de balizamiento de bateas pero no hay fecha concreta para Poio. El Concello tampoco ha hecho una reclamación oficial, pero desde los Servizos Sociais se atendieron a las familias, sobre todo en los primeros momentos, para guiarlas a nivel psicológico y administrativo. "Les ayudamos en todo lo que necesitaron", recalcó ayer la edil responsable, Rosa Fernández.

Mientras, la pena se mezcla con la incertidumbre y todos tratan de superar un golpe muy duro que quedará marcado para siempre en sus familias, pero también en todo Poio.