Una semana después de los incendios que arrasaron diversas aldeas de Ponte Caldelas, el primer balance en el municipio cuenta con unas 2.900 hectáreas quemadas, servicios básicos como el agua afectados y numerosas familias perjudicadas. El esfuerzo de los propios vecinos y efectivos municipales pusieron fin a un incendio que el pasado domingo convirtió en un infierno las carreteras y que puso en riesgo numerosas vidas humanas, así como viviendas.

El gobierno local ha trabajado durante toda la semana para reponer los servicios de agua y luz, mientras que la sociedad se ha movilizado para ayudar a los más afectados. Las principales asociaciones de vecinos, culturales, comunidades de montes, entidades deportivas, comerciantes, la Sociedad Cultural Deportiva Ponte Caldelas y Cáritas celebraron una asamblea, en la que también participó el regidor municipal, en la que se formó una comisión organizadora de actividades solidarias para coordinar las iniciativas complementarias a la actuación del Concello para conseguir donativos para los perjudicados.

Entre las propuestas, destaca la formación de una serie de "brigadas solidarias" de fin de semana compuestas por albañiles, electricistas, carpinteros, etc..., jubilados o en activo que puedan aportar sus conocimientos a petición del Concello. La primera iniciativa acordada será destinar los fondos recaudados en la cena de Cáritas del 24 de noviembre a la cuenta de damnificados abierta conjuntamente con el Concello. La solidaridad, desde diferentes puntos de Galicia y del resto de España, ha sido la tónica general a una semana vista de un incendio en un municipio fuertemente tocado.

"La intención era llenar el maletero de mi coche de ayuda, pero terminamos con un tráiler de 18 metros"

Belén Merino (centro, izqda.) junto a sus compañeros de campaña, ayer en el almacén de Hípica Amazonas. // R. Vázquez

La solidaridad no entiende de distancias. Ese es el mensaje que han generado con su gesto altruista Belén Merino, Álvaro de Almagro, Daniel Paunero, Samuel García y Ana Mirasierra, cinco jóvenes de Madrid que no dudaron en poner en marcha una campaña desde la capital española con el fin de ayudar a los afectados por los incendios en Galicia. Su movilización terminó ayer en el Concello de Ponte Caldelas, a donde llegaron con 14 palés de alimentos y medicamentos para personas y animales, material sanitario y ropa.

"La intención era llenar el maletero de mi coche de ayuda, pero terminamos con un trailer de 18 metros que una empresa de logística cedió", asegura Belén Merino, impulsora de esta campaña que les trajo hasta tierras gallegas.

No es la primera vez que la joven se vuelca con Galicia, ya que durante la crisis del Prestige también se presentó en la comunidad autónoma con intención de ayudar a la que considera "el pulmón de España".

"Vi la noticia en televisión y tuve claro que quería ayudar. Como no conseguimos canalizar esta ayuda a través de asociaciones y santuarios de Madrid, llamé a los ayuntamientos de Pontevedra, Ourense y Vigo", explica. Fue en el de la Boa Vila donde le pusieron en contacto con el alcalde de Ponte Caldelas, Andrés Díaz, que les confirmó la información facilitada, asimismo, por el Seprona sobre la difícil situación vivida en Hípica Amazonas, donde más de un centenar de caballos estuvieron en grave peligro.

La gran cantidad de material conseguida por los jóvenes será repartido ahora por el Concello de Ponte Caldelas a otras organizaciones y protectoras de animales que lo necesiten, tanto españolas como portuguesas, que estén trabajando en zonas afectadas por los incendios.

El grupo de jóvenes abandonó ayer mismo el municipio rumbo a León, donde aprovecharán para visitar el santuario "El rincon de Pablosky", en el que dejarán también alimentos y medicamentos.

"Nos han acogido muy bien aquí. Seguiremos en contacto por si necesitan ayuda para limpiar, reforestar. En cuanto nos necesiten, volveremos", afirma Belén Merino.

"Éramos siete personas atendiendo a más de cien caballos. No nos llegaban las manos"

Una joven aplica crema a la yegua más afectada. // R.V.

El pasado domingo Víctor Pereira vivió uno de los momentos más duros de su vida. El fuego rodeó las instalaciones de su medio de vida, Hípica Amazonas, en el que albergan a 117 caballos. Tres de ellos, tres yeguas, huyeron despavoridas con el fuego. Fueron unas horas angustiosas que terminaron con la aparición de los animales en la zona de Barbudo cercana a un pozo, pero en un delicado estado, con graves quemaduras en varias partes de sus cuerpos, incluidos los ojos y las mamas.

"Fue una gran impotencia. La gente quería ayudar, pero no podían llegar hasta aquí porque las carreteras estaban cortadas. Éramos siete personas atendiendo a más de un centenar de animales", recuerda todavía conmovido Víctor Pereira.

Ahora las yeguas, "alguna hasta se ha vuelto más cariñosa y te sigue continuamente", reclaman toda la atención para recuperarse cuanto antes. Todas las manos son pocas para cuidarlas. Precisan cremas específicas que les curen las heridas, ya que en algunas zonas tienen la piel en carne viva. Asimismo, es necesario aplicarles un inhalador cada media hora. Cada uno cuesta unos 70 euros, de ahí que se haya procedido a realizar una colecta para poder asumir este elevado gasto extra.

"Ahora estamos tranquilos; ha sido un cambio radical"

Alejandra Ameijeiras y Pablo Gómez, en Casa da Quintán. // R.V.

Alejandra Ameijeiras y Pablo Gómez han puesto un triste punto y aparte a sus vidas a causa de los incendios. La vivienda ecológica de él en Regodobargo quedó reducida a cenizas, por lo que en un primer momento fueron realojados por el Concello de Ponte Caldelas en una pensión en Pontevedra. Sin embargo, la necesidad de estar cerca de su antigua vivienda les llevó a ponerse de nuevo en contacto con el alcalde, Andrés Díaz. Para intentar dar una solución más conveniente a la situación de la pareja, el regidor municipal optó por abrir la Casa da Quintán para que puedan utilizarla mientras no ponen en pie su nueva casa en la finca de su propiedad desde 2009.

El chalé indiano fue restaurado y completamente equipado por el anterior gobierno bipartito de la Xunta. Había sido acondicionado para darle uso como residencia para personas con algún tipo de discapacidad. Sin embargo, permanecía cerrado desde entonces, ya que el actuar gobierno autonómico no había accedido a la petición del Concello de darle uso como centro de día para mayores y otra utilidad social.

"Necesitaban estar cerca de su finca para poder levantar su nueva casa, así que a la vez que los realojamos enviamos una carta al conselleiro de Política Social y otra a la Xunta informando de la situación. El conselleiro nos llamó de vuelta para expresar su absoluta conformidad", reconoce Andrés Díaz.

El edificio cuenta con una docena de habitaciones, aunque la pareja solo hará uso de una. Pueden utilizar la sala de estar y la cocina, totalmente equipada, así como los baños. También se les han facilitado ropa de cama y alimentos básicos.

"Ahora estamos tranquilos, porque en Pontevedra no lo estábamos; ha sido un cambio radical", asegura Pablo Gómez. "Yo nunca voy a votar, pero este alcalde nos está demostrando un lado humano importante y se está ganando nuestro futuro voto", concluye.

"Empecé con este bosque hace 25 años; no lo pude salvar"

Miguel Baqueiro revisa uno de sus árboles afectados. // R.V.

Hace 25 años Miguel Baqueiro comenzó a plantar numerosas especies diferentes de árboles en Parada, Ponte Caldelas. Carballos, castiñeiros, teixos, abetos, tilos, pinos, gallegos, rojo y de oregón, liquidámbar... son solo algunos de los tipos que se concentraban en su finca, de los cuales se han quemado la mayoría.

"Empecé hace 25 años trabajando aquí con mi sobrino. Antes solo había eucaliptos de mi abuelo. Los corté y planté todo esto. Aunque era un terreno muy pobre, a base de dejar biomasa y generando compost, fueron creciendo todos los árboles", explica.

Ahora pasea entre troncos ennegrecidos y hojas chamuscadas, pero no pierde la esperanza de que muchos de los ejemplares se puedan salvar. Tanta riqueza ecológica no se puede perder así como así. "Ahora habrá que hacer una corta y esperar a ver cuáles de ellos van arriba. Lo que estoy haciendo es traer hojas de otros árboles y cubrir los agujeros que se hacen en el terreno", asegura.

Baqueiro no pudo salvar este bosque singular porque en ese momento se encontraba ayudando a un vecino a evitar que el fuego llegase hasta su casa. "Cuando llegué, ya no había solución", se lamenta.

Su pasión por la naturaleza y los árboles le viene desde niño. De hecho, trabajó también como brigadista y su sobrino, dice, estudió Ingeniería Forestal.

Muchos de los árboles nacían solos en este terreno, que linda con la carretera, pero muchos otros eran fruto del esfuerzo de su propietario de conseguirlos. Su última adquisición fue un ginkgo biloba, un árbol de origen chino muy apreciado en jardinería. "Me falta la encina", informa.

"Lo que me demuestra este incendio es que las coníferas arden más fácilmente", considera, por lo que en un futuro próximo se plantea apostar por especies como el carballo, más resistentes a los incendios y no pirófitas.

"Cuando nos dimos cuenta ya ardía todo; nuestra prioridad era salvar la casa"

José Lorenzo Hermida con su hijo junto a su hórreo quemado. // R.V.

osé Lorenzo Hermida se considera un afortunado después de los incendios del pasado fin de semana en Ponte Caldelas. El vecino de Parada sufrió daños en sus propiedades, pero, como él dice, "nada comparado con las casas que les ardieron a otras personas".

En su caso, el fuego afectó gravemente a un hórreo de un terreno que tiene enfrente a su vivienda. Se trata de una construcción de los años 30. Junto a él se quemaron aparejos antiguos de labranza, como un arado histórico.

Además, las abejas que tenían en dos panales desaparecieron. No sabe muy bien si perdieron la vida por el humo o si huyeron de él. "Es una pena, porque ya estábamos intentando salvarlas de la avispa velutina, que entraba todos los días. Y ahora esto...", se lamenta el vecino de Ponte Caldelas, que incluso les puso trampas. "Pero ni así se van", dice.

En Parada y en Tourón se tocó las campanas de la iglesia como es tradicional para advertir a los vecinos de la presencia del fuego.

"Cuando nos dimos cuenta, ya estaba ardiendo todo; nuestra prioridad era salvar la casa. Nuestros dos hijos estaban en Pontevedra en ese momento y ya les dijimos que no vinieran, que había fuego en la carretera. Cuando la gente planta fuego no sabe el mal que hace", asevera el hombre.