Fueron pioneros de la felicidad. Francisco Da Silva, Juan Clemente Rosales y Gonzalo Freire alumbraron el Ateneo Corredoira en el país gris como la piedra que a mediados de los 70 se debatía entre un sistema que no quería morir y otro que empujaba por nacer. Su mérito fue el de perseguir una nueva forma de divertirse, pero con ella construían, casi sin darse cuenta, pueblo. Lo hacían con una música diferente, unas iniciativas distintas, un sonido, el de Pink Floyd o Jethro Tull, que entonces era "de locos". Hoy, el Ateneo les premia con su Mexilón de Ouro, en el arranque de las fiestas de San Roque, que serán pregonadas por el director de FARO, Juan Carlos da Silva, a las 21 horas en la plaza de San Roque de Combarro.

Así lo cuenta Francisco Da Silva, primer presidente y fundador de la asociación cultural. En aquellos tiempos, recuerda, pretender bailar al margen del rígido statu quo suponía un gesto casi demasiado atrevido, un desafío a la autoridad, pese a que solo buscaban eso: bailar. "Estos quieren hacer otras cosas, decía la gente, y todos los líos empiezan por ahí", dice Francisco. "La primera acusación era que esto era casi, casi comunismo", remarca después su fiel amigo, compañero en la fundación del Ateneo y vicepresidente del mismo, Juan Clemente.

No obstante, mientras "cualquier cosa que sonase a rock o a jazz" salía del local de la asociación, se fueron extendiendo sus redes. Actuando con inteligencia estratégica, sorteando las aristas más afiladas de aquella ley tardofranquista, ambos amigos, junto a Gonzalo Freire, encargado de las cuentas y también Mexilón de Ouro, se las ingeniaron para crear algo más que un lugar para bailar. "Al crear la asociación, al mismo tiempo creamos un equipo de fútbol, de piragüismo, un teleclub para disimular un poco que cumplíamos con la norma...", cuenta el expresidente.

Aún así, aquello no bastaba. La norma requería más y eso les trajo anécdotas que hoy, entre risas recuerdan, pero que entonces, en su juventud, les asustaron. Toda reunión exigía enviar una instancia al Gobierno Civil para comunicar las intenciones del encuentro, después, llegaban las visitas. "No te creas que no hubo sustos, que te llame la Guardia Civi a la una de la mañana para preguntar de qué vas a hablar... ¡Manda narices!", cuenta sonriente Francisco. Las visitas de los agentes a horas intempestivas eran la forma de coacción más frecuente.

Su intención era tan "sana" y el choque con la costumbre imperante en un pequeño pueblo tan notable, que sus familias a menudo les invitaban a abandonar aquel proyecto. "Solo queríamos divertirnos un poco fuera del mundo que había entonces, el del bar y el alcohol", recuerda Juan. Solo querían, enuncia Francisco, "Ponerle música a la vida".

Las vías de entretenimiento que los dos jóvenes vecinos de Combarro exploraban y ofrecían a toda la villa tenían ese halo rompedor, novedoso. "Nos apoyábamos en la verbena porque era lo que nos daba fondos para hacer algo distinto a lo que había, que era lo que queríamos hacer". Desde su primer cuartel general, en el bar La Palmera, trazaban las actividades, antes de poder mudarse a las instalaciones de la Casa-Museo de la Diputación e inscribir la asociación en el registro oficial en 1977.

En su relato esquivan otros episodios complicados por evitar polémicas antiguas y, sobre todo, porque "hubo dificultades, sí; pero no somos héroes. La realidad es que lo pasamos muy bien realizando esta actividad", expone Juan. Y al final, el pueblo entendió que su revolución solo venía a poner color sobre el blanco y negro. "Las cosas fueron difíciles, pero al final todos comprendieron que estábamos haciendo algo. El pueblo no tenía gaitas y bailarines y se los dimos, no tenía fútbol y se lo dimos, no tenía biblioteca y pusimos una, fue la primera en Combarro."

Entre partida y partida de brisca, de las que Juan se proclamaba con frecuencia ganador, aprendieron también a jugar al ajedrez. De modo que comenzaron a organizar torneos. Las actividades dinamizaban la vida de unos vecinos que iban entrando en el juego.

Cuando a ambos se les pregunta por lo que les trajo mayor satisfacción de cuanto hicieron resumen su legado en una gran oportunidad colectiva. "Buscábamos dar oportunidades a la juventud de leer libros, de escuchar música, una música diferente a la que sonaba en la radio, alternativa", narra Francisco. A él, su trabajo en el banco le llevó al otro lado del Atlántico y de Nueva York traía después las grandes novedades de la industria musical moderna.

"Hoy puede ser difícil de entender, porque hay unos medios, como internet, que hacen fácil participar en cualquier foro. Entonces, no teníamos nada. Si queríamos hacer algo diferente, teníamos que inventarlo". Y lo hicieron. Cuatro décadas después, el Ateneo Corredoira ha pasado a otras manos, la Semana Cultural sigue viva y San Roque, al que recuperaron como fiesta, continúa siendo honrado, mientras ellos recuerdan a la señora Pilar y aquella olla para las queimadas.