"Nadie se imagina que un heredero pueda destruir un cuadro o una escultura, quemar el manuscrito de un escritor. Nadie lo puede imaginar y tendría enfrente, además del peso de la ley, el escándalo de la sociedad. En la arquitectura, sin embargo, es posible y ocurre en demasiadas ocasiones". La Fundación Alejandro de la Sota lamenta así la demolición de la Casa Guzmán, una tragedia que ejemplifica (como en su día la destrucción de La Pagoda de Miguel Fisac) la absoluta fragilidad del buen patrimonio construido en el siglo XX.

Como quemar un Picasso. Es lo que acaba de pasar al destruir esta vivienda unifamiliar levantada en la urbanización Santo Domingo en Madrid en 1972. La encargó un hombre de gran sensibilidad, Enrique Guzmán y De la Sota se felicitaba al repasar el proyecto porque "lo bueno de hoy en día es que podemos hacer casa abierta, abierta, que se cierre, cierre. Parece que es una tontería pero es así, esa es la gran novedad. Estar dentro de tu casa y que en ella penetre el jardín..."

Para ello concibió una construcción en hormigón y acero, con cerramientos de ladrillo con revestimiento de plaqueta, una estructura muy abierta al exterior que aprovechaba con sabiduría las buenas temperaturas de la primavera, el verano y el otoño. "Es importanísimo sentirse bien dentro de ella, en cada rincón", reflexionaba el arquitecto, "hay que dejar que la casa flote, suba, baje y quede en su cota; la casa es un sólido flotando en un magma y ella sola fijará esa cota... ¡Gracias casa!"

Son sutilezas y hallazgos que supo valorar el propietario. La Fundación Alejandro de la Sota recuerda que estaba orgulloso de recibir durante estos cuarenta años a cientos de estudiantes que se acercaban a contemplar su vivienda: "En más de una ocasión nos contaba anécdotas de estas visitas, como la de un arquitecto suizo que le reconvino por hacer una reforma en las habitaciones interiores: "se conocía mejor el proyecto original que yo mismo" nos decía" .

De nada sirvieron las tesis doctorales y exposiciones en las que ha sido protagonista. Nadie defendió la casa, nadie peleó por protegerla. Ningún colegio profesional alzó la voz y menos aún unas administraciones que sencillamente ni contemplan la buena arquitectura del XX como patrimonio moderno a conservar.

Hay también otros responsables. La fundación que lleva el nombre del arquitecto capitalino los recuerda: "Un arquitecto que no ha tenido empacho en participar en su destrucción para construir su propio proyecto en ese "nuevo solar", cuya calidad no juzgamos porque las fotos lo hacen por sí mismas. Y ha habido un propietario -el heredero- que cuando esta Fundación se ofreció a la muerte de su padre, a ayudarle a encontrar un propietario para esa casa que pusiera en valor y se sintiese privilegiado por poseer esa obra, que la restaurase y la conservarse, ha preferido demolerla para hacerse su propia tontería".

La desaparición de una obra de arte, añade, debería hacernos reflexionar sobre la protección del patrimonio, sobre nuestras escasas obras de arte y la importancia de conservarlas, sobre el papel de cada uno en la defensa de lo que nos hace mejores. "Falta cultura, falta criterio, falta compromiso, falta valentía y, consecuentemente, nos falta hoy, una vez más, otra obra ejemplar de la arquitectura española", recuerda la Fundación Alejandro de la Sota. Y tiene razón.