María Luisa Arrese, mucho más conocida en su entorno como Maisy, decidió cambiar su vida radicalmente el día en que conoció a Suso, su hijo adoptivo. "Ha sido la mayor alegría de mi vida. Lo más bonito que Dios me ha regalado", dice después de más de 40 años de convivencia, un período durante el cual ella perdió la vista.

Maisy Arrese era monja y maestra en el colegio Sagrado Corazón de Placeres cuando conoció a Suso, que entonces tenía tres años y acudía a las colonias de verano del centro. "Siempre me gustaron los niños, pero los que tenían algún tipo de problema eran mi debilidad", confiesa esta mujer, ya jubilada.

El hecho de que el pequeño tuviese un entorno familiar que dificultaba su tratamiento animó a la profesora a hacerse cargo de él. "Me habían dicho que su padre lo iba a internar en los Hermanos de San Juan de Dios, una especie de sanatorio, así que decidí hablar con la familia". Después de hablarlo con sus propios padres, inició los trámites para convertirse en su tutora, primero a través de un documento con la familia y después con la adopción legal.

No sería el único gran cambio en su vida, ya que por aquel entonces decidió también colgar los hábitos. "Me pareció que no estaba en el sitio indicado, que la enseñanza era lo que me hacía feliz, pero que cuando tenía que dedicarme a hacer otras cosas no, así que después de consultarlo con mi familia y con un psicólogo, decidí dejarlo", recuerda, una de las decisiones más duras de su vida.

Pero en su nueva trayectoria vital todavía quedaba un trance por pasar: cuando Suso tenía unos cinco años, Maisy perdió la vista. "Tuve mucha suerte porque quedó una plaza libre como maestra en la ONCE", dice.